En 1965, hace 49 años, la ONU adoptó la “Convención Internacional sobre la eliminación de todas formas de discriminación racial”, y estableció el 21 de marzo como Día Internacional de la Discriminación Racial.
La discriminación de hoy desborda lo racial e incluye áreas como el género, la orientación sexual, edad, lenguaje, ideas políticas, costumbres, “código postal” y un largo etcétera de expresiones. Me detengo en el desdén que cada día documentan con sus declaraciones nuestros gobernantes, indiferencia que no puede sino interpretarse como discriminación institucional.
Cito al sociólogo holandés, lingüista estudioso del discurso, Dr. Teun van Dijk, autor y catedrático en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona desde 1999: “Sin embargo, a pesar de los diversos movimientos sociales antirracistas de los últimos años, el racismo persiste, disfrazado, oculto, con nuevas ropas; el racismo, hoy, sigue vivo, indeleble, eufemístico y transformista.”
Sigo teniendo la incógnita de si la clase política no ve la realidad porque no tiene datos, capacidad ni ganas, o la ve pero nos falsea la verdad contándonos fábulas. Lo que no cabe dudar es que un pueblo cuya mayoría vive en la miseria, sin educación, salud, alimento suficiente, opciones, futuro ni remedio, compra las mentiras que le entrega el discurso oficial, por su permanente hambre de comida para el estómago y de información para el cerebro.
Es muy posible que en esta manipulación se haya basado el pasado día 12 la subsecretaria del trabajo y previsión social del gobierno de Guanajuato, María Libia Gómez Padilla, al iniciar el taller “Prevención y erradicación del trabajo infantil y sus peores formas”. En su discurso inaugural se refirió a los niños que venden chicles o limpian parabrisas, a quienes consideró que mueve su iniciativa (no el hambre), y lanzó una profecía: “Ojo, empresarios, traemos semilleros de niños que traen iniciativa de auto emplearse…”. Rescató la dignidad de los pequeños afirmando que eso no es reprobable “…y seguramente serán los empresarios, ya no de una tienda de chicles, sino de un centro comercial.”
Teun van Dijk ha dedicado su vida al análisis del discurso, entendido éste como el estudio de todos los signos involucrados en la comunicación: las palabras, los actos, una mirada, los colores de un cartel o el contexto dentro del que se da un mensaje. Por ejemplo, no es lo mismo portar la camiseta de la selección de Brasil en Río de Janeiro que en Buenos Aires.
Con base en lo anterior, podemos afirmar que la declaración de la funcionaria resulta una demagogia discriminatoria con un toque de cinismo porque, dentro de un evento cuyo tema es llamar la atención de la sociedad toda sobre una crisis de gravedad inmensa, ella dibuja un futuro de ensueño para robarle atención al problema central del evento: sugiere que no debemos preocuparnos por la miseria de los niños, sino pensar en que algún día dejarán de vender chicles y serán dueños de una cadena comercial. De ser eso cierto, ¿cuántas habría ya?
El suyo no es un caso aislado, sino ejemplo de la tendencia que encontramos a diario en los ajustes a las predicciones de crecimiento, en las reformas constitucionales que ya transformaron el país que tuvimos hasta hace dos años, en los delitos sin castigo, en las fingidas rivalidades de los partidos políticos, en fin. Tan solo no perdamos de vista que estas declaraciones, en sí, son desdén, son indiferencia ante la realidad social: discriminación pura.
Según cifras de la funcionaria guanajuatense, la tercera parte del total de menores de 18 años que trabajan en su estado está entre los 5 y los 13 años. Sí: cinco años. Y como Guanajuato está por encima de la media nacional, el panorama es de escándalo para los más de 3 millones de menores de edad que trabajan en México (INEGI). Las cifras producen escalofríos, sobre todo porque son oficiales. A propósito: el maquillaje de estadísticas también es discriminación institucional, la peor de las violencias.
