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Darío Ramírez

21/06/2012 - 12:02 am

La llamada de Stephania Cardoso

A pesar de buscar el optimismo, lo que prevalecía era la rabia. Mi experiencia me indicaba que debíamos comenzar a pensar lo peor. El ambiente hostil y peligroso para la prensa en México había tocado un nuevo nivel al involucrar a un menor de dos años. La desesperanza inundaba los días subsecuentes. La desinformación corría […]

A pesar de buscar el optimismo, lo que prevalecía era la rabia. Mi experiencia me indicaba que debíamos comenzar a pensar lo peor. El ambiente hostil y peligroso para la prensa en México había tocado un nuevo nivel al involucrar a un menor de dos años. La desesperanza inundaba los días subsecuentes. La desinformación corría en su habitual caudal. Se comenzó a decir supuestos que no eran más que eso.

Las autoridades como siempre inocuas ante la situación. Parecía que no  era una evidencia más de la crisis nacional que está viviendo la prensa en México. Entre declaraciones falsas y retóricas huecas las autoridades federales y del estado de Coahuila optaban por el silencio.

Una tarde de viernes la llamada llegó. Colegas me avisaban que Stephania Cardoso se había puesto en contacto con nosotros. Por segundos mi cuerpo entró en un profundo remanso. Sostuve la respiración de manera involuntaria. La exhalación conllevaba días de angustia por la desaparición provocada por la desaparición de Stephania y su hijo de dos años de edad.

Ella lloraba incontrolablemente, era imposible entenderla. Era cuestión de esperar a que la voz se abriera paso en un mar de lágrimas. Colgamos una primera vez. Ella necesitaba un respiro. Sólo alcancé a lanzarle un pregunta: ¿estás segura tú y tu hijo? La respuesta fue: “por el momento sí”.

Muy pocas veces, en lo que llevo trabajando en Artículo 19, una palabra me había provocado tanta paz. Había todavía muchas dudas. No sabíamos nada de ella. Inclusive llegué a pensar si en verdad del otro lado del teléfono estaba Stephania Cardoso. No me detuve en la duda. Había que creer. Era momento de creer.

Volvimos a llamarle. Su voz estaba entera, sus ideas un tanto más claras.

Había que actuar con rapidez y cautela. Le pedimos que no nos dijera dónde se encontraba. Era información que en ese momento era irrelevante. El grado de riesgo  era alto, debido a éste la primera opción planteada fue que saliera del país. A pesar de que el desarraigo es sumamente difícil, muchas veces es la única manera de salvaguardar la vida. Siempre es y debe de ser la última opción posible. La idea no duró mucho porque nos dijo que ni ella ni su hijo contaban con pasaporte.

En el lugar donde se encontraba era insostenible una larga estadía. Había que buscar opciones reales para su protección. Ahí me di cuenta que Artículo 19 no podía brindarle la protección necesaria.

La voz entrecortada, el llanto acompañaba cada palabra. Debíamos hacer otra pausa.

Esos respiros y pausas le daban coherencia a lo que estaba viviendo. Ella preguntó: ¿qué hago? La pregunta que nadie quiere contestar en esos momentos de aguda crisis. Pero eso necesitaba ella, alguna dirección, sugerencia, opinión, cualquier cosa que le quitara de encima una parte de ese enorme carga.

Las palabras de consuelo parecían no tener peso. La explicación sobre lo que proponíamos hacer tenía que ser aprobada y comprendida en su totalidad por ella. Le advertimos que quien tiene que protegerla debía ser el Estado mexicano. Reviró inmediatamente y con firmeza dijo: “no confío en las autoridades y menos en las locales del estado de Coahuila”.

A lo largo de los años parte de la labor de Artículo 19 ha sido la coordinación con autoridades federales para asegurar protección para periodistas en riesgo. La organización civil basa su trabajo en monitorear y presionar a las autoridades para que cumplan con su responsabilidad. Le tenía que quedar claro a Stephania lo que hacíamos. Así se lo expliqué.

En esos momentos la preocupación central de Stephania era la falta de comunicación con su familia. Necesitaba decirles que estaba bien.

Eran las 14:50 cuando miré el reloj. La propuesta era sencilla. Avisar en un importante medio de comunicación que se encontraba con vida y en completa indefensión. Esto con el fin de detonar la movilización de las autoridades federales para brindarle una protección efectiva.

Levanté el teléfono y le marqué a Denise Maerker para avisarle que tenía en la línea a Stephania Cardoso. La solidaridad de Denise siempre ha sido total. Faltaban menos de 10 minutos para que saliera del aire. Era necesario actuar rápido.

Así fue, Stephania entró al aire para avisarle a la sociedad que se encontraba con vida, escondida y sin protección. Claro y preciso el mensaje. Tal y como lo habíamos practicado.

Minutos después de haber salido en la radio, la Fiscal Especial para Delitos contra la Libertad de Expresión, Laura Borbolla, se comunicó conmigo y ofreció todo el apoyo de su oficina para brindarle protección a Stephania y a su hijo. A iniciativa de la Fiscal me propuso un plan de trabajo. Yo se lo comuniqué a ella para que tuviera la posibilidad de decidir. Al final aceptó las sugerencias de la Fiscal. A partir de ahí la comunicación entre la Fiscal y la reportera fue directa.

Hoy no sabemos dónde está. Pero sabemos que está protegida y junto con su bebé. Como hemos siempre criticado a la Fiscalía de la PGR por ineficaz, hoy, sin ningún reparo, hago un reconocimiento público por su diligente respuesta en el caso de Stephania Cardoso.

Saboreemos el saber que la reportera y su hijo están a salvo. Pero no cejemos en demandar al Estado mexicano el contexto de seguridad para ejercer el la libertad de expresión.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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