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Adrián López Ortiz

21/04/2016 - 12:02 am

Drogas y disculpas, ¿cambio de actitud?

México no puede desentenderse del debate mundial sobre el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia que les acompaña.

El Presidente Enrique Peña Nieto durante su participación en el Debate General de la Sesión Especial de las Naciones Unidas sobre el Problema Mundial de las Drogas. Foto: Cuartoscuro
El Presidente Enrique Peña Nieto durante su participación en el Debate General de la Sesión Especial de las Naciones Unidas sobre el Problema Mundial de las Drogas. Foto: Cuartoscuro

México no puede desentenderse del debate mundial sobre el narcotráfico, el crimen organizado y la violencia que les acompaña.

No asistir a la Asamblea de las Naciones Unidas sobre el Problema Mundial de las Drogas 2016 (UNGASS 2016) pudo haber sido un error desatroso para el Presidente Peña Nieto.

Hace dos días, Genaro Lozano reconoció la rectificación del Presidente para asistir a la Asamblea y participar en el urgente -y necesario- debate sobre la política mundial de combate a las drogas. Otros articulista, Jorge Castañeda, se pronunció antes en el mismo sentido.

Es de sabios reconocer los errores y Peña Nieto mostró prudencia y sensatez. Pero tras escuchar completo el discurso del Presidente, debo decir que la audacia que el mismo Genaro le pide en su más reciente artículo de Reforma no estuvo allí.

El Presidente acertó al reconocer con sensibilidad que México es uno de los países que más caro ha pagado las consecuencias del paradigma prohibicionista: miles de muertos, una pésima imagen internacional, una corrupción institucional que nos carcome y esa maldita violencia que no cesa.

Durante su participación, el Presidente Peña Nieto dijo: “… debemos continuar haciendo lo que ha funcionado, con flexibilidad debemos cambiar aquello que no ha dado resultados. El esquema basado esencialmente en el prohibicionismo, la llamada guerra contra las drogas que inició en los años 70 no ha logrado inhibir la producción, el tráfico ni el consumo de drogas en el mundo”, y, acto seguido, propuso 10 puntos para dar un viraje en el combate contra las drogas:

1. Refrendar la responsabilidad internacional común y compartida del fenómeno.
2. Reforzar el frente y cooperación contra la delincuencia organizada trasnacional para cerrar el paso a operaciones financieras y delitos conexos.
3. Mayor coordinación en agencias especializadas de Naciones Unidas.
4. Esfuerzos y políticas públicas de drogas alineados con la Agenda 2030.
5. Atender daños sociales del mercado ilícito de drogas y prevención integral de la violencia, exclusión y debilitamiento del tejido social.
6. Perspectiva de derechos humanos y modificar enfoque sancionador.
7. Consumo de drogas como un asunto de salud pública.
8. Privilegiar penas proporcionales como alternativas al encarcelamiento y perspectiva de género.
9. Sumar esfuerzos internacionales para prevención global en niños y jóvenes.
10. Asegurar accesibilidad a sustancias controladas para fines médicos y científicos.

Se refirió también a la necesidad de flexibilizar la legislación sobre la mariguana con fines científicos y médicos. Discrepo. Debemos ir más allá y alcanzar la esfera lúdica.

Si sabemos que Estados Unidos estará legalizando la mariguana de manera gradual durante la próxima década, ¿nos seguiremos matando en Tijuana por el narcomenudeo mientras en San Diego se fuma mota en las calles?

Hasta allí la posición de México es políticamente correcta. Pero se queda muy corta.

El discurso del Presidente es insuficiente por su carencia de audacia, pero sobre todo por su falta de credibilidad.

Peña Nieto volvió a decir verdades a medias cuando se refirió al “combate integral” que su administración realiza y al poner, él mismo, el dedo en la llaga: los derechos humanos.

El mandatario insistió en que el nuevo enfoque sobre el combate a las drogas debe privilegiar los derechos humanos, la prevención y la salud pública.

Suena difícil creerle al Presidente después de la crisis de derechos humanos que vivimos y que ha sido señalada por la ONU y la CIDH, a pesar de las reticencias y ataques de las autoridades mexicanas que en lugar de regatear deberían atender.

Y suena más difícil creerle después de sendas disculpas públicas de las Fuerzas Armadas y la Policía Federal por el escándalo de tortura revelado en video y que ya le dio la vuelta al mundo. Vamos, hasta Hillary Clinton lo aprovechó electoralmente.

No menosprecio las disculpas. Al contrario, las valoro. Sin duda estamos ante un precedente dialógico en la relación de las fuerzas armadas con los ciudadanos. Pero otra vez, las disculpas no alcanzan: hace falta justicia.

Por último, habría que preguntarnos si la recapacitación del Presidente para acudir a la Asamblea de la ONU y la disculpa del General Cienfuegos a nombre de la milicia son mero discurso o representan un verdadero cambio de actitud en nuestro gobierno.

Espero lo segundo. México necesita más que nunca de gobernantes sensibles que escuchen y entiendan que la crisis de derechos humanos no son solo recomendaciones de organismos internacionales, mala prensa o cifras vergonzosas. Sino que detrás de esos señalamientos hay hombres, mujeres y niños asesinados, desaparecidos, torturados, abusados.

Personas de carne y hueso que cargan a diario con el dolor y la violencia. Con la injusticia.

Una injusticia que es responsabilidad de las autoridades. Por lo que hacen y, sobre todo, por lo que dejan de hacer.

Ojalá veamos otra actitud. Otros resultados.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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