¿Por qué amamos a Kurt Cobain?

21/03/2015 - 12:00 am

En abril se cumplirán 21 años de la muerte de Kurt Cobain, y pese al tiempo su memoria se resiste a ser borrada. Un hombre de por sí atormentado, misterioso pero al mismo tiempo con un gran talento musical que marcó a toda una generación de jóvenes en los años noventa, vuelve a renacer en un documental titulado Kurt Cobain: Montage of Heck con imágenes inéditas sobre su vida que será estrenado el 4 de mayo por una cadena de televisión estadounidense, el cual viene a recordarnos ¿por qué lo amamos? ¿Por su vida trágica, por su talento? Haga sus propias conjeturas, aquí un punto de vista.

Por Javier Molina Villeta

Ciudad de México, 21 de marzo (SinEmbargo).- Parece que fue ayer cuando cambiamos las melenas desaliñadas por los tupés estilizados y el look grunge por el postureo fresa de los hipsters. Ayer mismo, cuando los cassetes (esa arqueología de plástico cuadrangular) pasaban de mano en mano y los chavos se reunían a fumar y a bailar meneando la cabeza a ritmo de Smeel Like Teen Spirit. Cuando el veneno de moda no era el Whatsapp, ni el Facebook, sino la heroína, y la inevitable tentación no era revisar el celular, sino vivir deprisa y sin frenos, como Joplin, como  Hendrix, como Morrison, esos jóvenes malditos del “club de los 27”. Corrían los años noventa y la palabra Nirvana significaba mucho más que un estado de meditación; fue el sinónimo de la sedición liderada por un rubio enclenque que cambió el panorama musical de su tiempo: Kurt Cobain.

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De aquello solo quedan los ecos de alguna guitarra eléctrica sonando en algún antro especializado en punk. El grunge (lo que en otro tiempo significó escoria, mugre, chatarra) parece haberse convertido en un sucedáneo descafeinado para nostálgicos. Los punkis tan de moda hace una década son individuos de otro planeta a los que la gente mira arqueando la ceja y con cara de póker. Porque los noventa para muchos son sinónimo de crisis, excesos y juguetes rotos. La época en la que la música de Nirvana protagonizó el parteaguas definitivo: el ascenso de lo alternativo a lo mainstream. Una época que aún duele demasiado.

¿Por qué seguimos amando a Kurt Cobain? ¿Por qué su figura sigue siendo intocable en un panorama cultural tan distinto? ¿Por qué se sigue evocando a través de tantos libros y documentales? Los críticos y melómanos se refieren al líder de Nirvana como el James Dean de la música, el gurú maldito de la Generación X, el rebelde sin causa que se negó a domesticarse, que decidió amar la autodestrucción hasta las últimas consecuencias. “De alguna manera Kurt ha quedado reducido a un ejemplo moral”, opinó el especialista musical Diego Manrique, refiriéndose a su vida y a su carrera, tan fugaz como trágica.

Hubo una lectura superficial de Cobain; la que le miró como un Brad Pitt musical y destartalado, la que puso el foco en sus ojos azules, en su melena oxigenada y en su indudable atractivo. La que le redujo al rockstar de moda. De alguna manera, Cobain jugó a ser todo eso y lo potenció. Pero sus letras nunca dejaron de hablarnos de la ansiedad, el vacío existencial y la alienación en que vivimos.

También está el otro foco, el que mira a Cobain como una víctima del purismo punk de su tiempo. Un joven pobre y desequilibrado que vivió la experiencia de homeless, que durmió en la intemperie y que sufrió el éxito como una perpetua búsqueda de una autenticidad imposible. Un músico alternativo convertido en estrella con el dolor de estar traicionando sus orígenes. Cuando Nirvana fichó por una gran productora (la Geffen), Cobain se anticipó a las críticas de los suyos: “Hola, somos unos vendidos al rock corporativo de compañías grandes”.

El éxito de Nirvana fue meteórico y efímero como un cometa que incendia el cielo y se esfuma en cuestión de segundos. Fundado en 1985 junto a Krist Novoselic, el grupo debutó con el álbum Bleach en 1989, firmó contrato con DGC Records y saltó a la fama en 1991 con Smells like teen spirit, un single estridente de ritmo contagioso que define el ruido, la furia y el absurdo de un adolescente perdido. Cuentan que, durante una borrachera, una novia de Kurt le dijo que olía como la marca de desodorantes ‘Teen Spirit’. El cantante decidió titular así uno de los temas más famosos de los noventa. Su traducción al español es reveladora:

Hola, hola, hola ¿estás deprimido?

Con la luz fuera es menos peligroso

Aquí estamos ahora, diviértenos

Me siento estúpido y contagioso

Aquí estamos ahora, diviértenos

Un mulato, un albino, un mosquito, mi libido.   

En 1991 la carrera de Nirvana se disparó. El álbum Nevermind arrebató el número uno a Dangerous, de Michael Jackson y Cobain se impuso como paradigma de una nueva música. “En septiembre del 91 terminaron los ochenta”, sentenció Krist Novoselic, bajista de la banda.

De las giras pobres en furgonetas descangalladas, Cobain aterrizó en el Sheraton de Los Ángeles con un Nevermind recién salido del horno. Y de ahí dio el salto a las giras mundiales, como la que le llevó a España en 1992 y 1994. Su novia Courtney Love contó que en el concierto de Madrid, Kurt vio a críos fumando heroína en papel de plata y gritando: ¡Kurt! ¡Droga!. “Me llamó por teléfono llorando”, contó Love años después, “no quería ser un icono de los toxicómanos”.

En 1993 Cobain, incómodo ante un público masivo que no era el suyo, desafió a las discográficas lanzando su álbum más experimental: In Utero, un último intento por alcanzar la ansiada legitimidad punk y reconquistar a los puristas del género. El álbum no alcanzó las ventas de Nevermind, pero fue un éxito de crítica.

Veinte años después de su desaparición y con solo tres discos terminados la discográfica Universal había vendido más de 25 millones de copias de Nevermind y el grupo había superado los 95 millones de álbumes. Las nuevas ediciones conmemorativas vinieron de la mano de un sinfín de libros y documentales que explotaron al máximo el morbo de la muerte de Cobain. Entre ellas destacó la película de Gus Van Sant, Last days (2005), sobre los últimos días del músico suicida.

El último gran homenaje es Kurt Cobain: Montage of Heck, un documental sobre la vida del cantante que se estrenará el 4 de mayo en la cadena de televisión estadounidense HBO y que ha cosechado críticas elocuentes a su paso por el festival de Sundance. Tras el éxito de Looking for Sugar Man sobre la misteriosa figura de Sixto Rodríguez y de 20.000 days on hearth, sobre el legendario Nick Cave, esta nueva obra promete ser definitiva en la historiografía fílmica de la banda y en el género de no ficción con temática musical.

Quizás la clave de su obra arrebatada se debe a la desesperación con la que vivió. Kurt era un cable demasiado fino por el que circulaba demasiada electricidad. Sus contradicciones internas se potenciaron con la aparición de Courtney Love en su vida. La cantante y actriz le distanció de sus compañeros Krist Novoselic y Dave Grohl y, según cuentan, no contribuyó a su estabilidad mental. Tras el suicidio de Cobain, las teorías conspirativas se dispararon y los fans le atribuyeron el papel de eterna villana. Aún hoy los gurús del malditismo especulan que tuvo mucho que ver en la muerte del cantante.

En realidad el descenso a los infiernos de Cobain había empezado mucho antes. En 1994 la gira europea de Nirvana fue decayendo paralelamente a la salud de su líder, que se mostraba soporífero y débil en los conciertos. El 1 de marzo fue diagnosticado con “una bronquistis y laringitis severa” y suspendió los conciertos. El 4 de marzo Courtney le encontró inconsciente en el baño. Había intentado suicidarse.

Novoselic sabía que el cantante tenía numerosos antecedentes familiares depresivos, conocía su infancia angustiada, sus dudas existenciales, sus constantes dolores de espalda y estómago y su adicción abismal a la heroína. Él mismo contó que en marzo de 1994 le agarró del cuello y le intentó llevar a un centro de rehabilitación. Kurt se le rebeló, le dio un puñetazo y salió corriendo mientras despotricaba. Diez días después se inyectó una dosis de heroína capaz de matar a un caballo. Y antes de morir se disparó en la cabeza con un rifle.

En su carta de despedida explicó la gigantesca depresión que padecía: “Ya hace demasiado tiempo que no me emociono ni escuchando ni creando música, ni tampoco escribiéndola, ni siquiera haciendo Rock’n’Roll. Me siento increíblemente culpable”. Aseguraba envidiar el amor por el público y el divismo de Freddie Mercury. Decía que odiaba a la gente y se contradecía en la frase siguiente. “Lo tengo todo, todo. Y lo aprecio, pero desde los siete años soy odioso con respecto a la gente en general… Sólo porque a la gente le resulta fácil relacionarse y ser comprensiva. ¡Comprensiva! Sólo porque amo y me compadezco demasiado a la gente”. Terminaba de la siguiente forma: “Soy una criatura voluble y errática. Se me acabó la pasión, pero recuerda que es mejor quemarse que apagarse lentamente”.

¿Por qué amamos a Kurt Cobain? ¿Por qué nos marcó tanto Nirvana? Sin duda, por la inyección adrenalínica que nos transmitían esas guitarras al borde del éxtasis, las baterías retumbando disparatadamente y los gritos afónicos de un joven desesperado y salvaje al que todos quisimos imitar.

¿Le amaríamos sin la tragedia que rodeó su vida? Los mismos críticos están divididos al respecto. Hay quien reconoce su valía dentro de la historia de la música y ubica a Nirvana en el podio de los grandes clásicos junto a los Stones, The Beatles o Bob Dylan. Pero los que niegan su pertenencia a dicho olimpo son aún más numerosos. Productores como Alejo Estivel atribuyen el éxito de Nirvana a que Cobain murió en el momento adecuado y “dejó un cadáver bonito que acrecentó la leyenda”. La revista Rolling Stone incluyó a Cobain en la lista de los cinco músicos más sobrevalorados de la historia según sus lectores en redes sociales junto a Bon Jovi y Justin Bieber, pero al mismo tiempo les situó en el número 30 entre los 100 grandes artistas musicales con una crítica laudatoria de Iggy Pop.

Conjeturas y opiniones aparte, el hecho irrebatible es que el mito de Kurt Cobain rebasó con creces el rango de músico punk al que aspiraba. Ese joven rubio en perpetua fricción nos brindó un himno lleno de ruido y de furia que quizás no significaba nada, pero que pudo significarlo todo para esa generación de jóvenes que olía a espíritu adolescente, esos jóvenes melenudos que fumaban y bailaban hasta que la noche renacía en día, en excesos, en sexo y en nirvana.

Y esos ex jóvenes aún amamos a Kurt, aunque se haya convertido en el viejo póster de una época salvaje que se consume y muere con nosotros.

 

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