POEMA ÍNTEGRO DE RICHARD BLANCO EN LA INVESTIDURA PRESIDENCIAL DE BARACK OBAMA

21/01/2013 - 2:53 pm

Washington, 21 ene (EFE). El poeta cubanoestadounidense nacido en España Richard Blanco hizo historia hoy al convertirse en el primer latino, primer gay y el más joven poeta en participar en una investidura presidencial en Estados Unidos.

Blanco, de 44 años, recitó en inglés el poema titulado “Un hoy”, escrito especialmente para la ocasión y en el que habla de unidad y esperanza.

Éste es el texto oficial del poema en español divulgado por el Comité organizador de la Investidura Presidencial:

 

“Un hoy”

Un sol brilló sobre nosotros hoy, encendió sobre nuestras costas, revelándose sobre las montañas, saludando las caras

de los Grandes Lagos, difundiendo una simple verdad

a lo largo de las Grandes Llanuras, y después corriendo a lo largo de los Rockies.

Una luz, despertando los techos, bajo cada uno, una historia contada por nuestros gestos silenciosos moviéndose detrás de ventanas.

Mi cara, tu cara, millones de caras en los espejos de la mañana,

cada uno bostezando a la vida, haciendo crescendo en nuestro día:

autobuses escolares amarillo-lápiz, el ritmo de los semáforos,

puestos de frutas: manzanas, limones y naranjas surtidas como arcoíris pidiendo nuestros elogios. Camiones plateados pesados con petróleo o papel–

ladrillos o leche, pululando por carreteras a nuestro lado,

en nuestro camino a limpiar mesas, revisar libros de contabilidad, o salvar vidas–

enseñar geometría, o cobrar la comida como lo hizo mi madre

por veinte años, para que yo pudiera escribir este poema.

Todos nosotros tan vitales como la única luz a través de la cual nos movemos,

la misma luz en los pizarrones con lecciones para el día:

ecuaciones por resolver, historia por cuestionar, o átomos imaginados,

el “Tengo un sueño” que seguimos soñando,

o el imposible vocabulario de tristeza que no explicará

los pupitres vacíos de veinte niños marcados ausentes

hoy, y para siempre. Muchas oraciones pero una luz respirando color en los vitrales,

vida en las caras de las estatuas de bronce, calor en los escalones de nuestros museos y las bancas en los parques

mientras madres ven a niños resbalarse hacia el día.

Un suelo. Nuestro suelo, arraigándonos a cada tallo

de maíz, cada cabeza de trigo sembrada por sudor

y manos, manos recogiendo carbón o figando molinos

en desiertos y cimas de colinas que nos mantienen cálidos, manos

cavando zanjas, encauzando pipas y cables, manos

gastadas como las mi padre cortando caña de azúcar

para que mi hermano y yo pudiéramos tener libros y zapatos.

El polvo de granjas y desiertos, ciudades y llanuras

mezcladas por un viento –nuestro aliento. Respira. Escúchalo

a través del bello estrépito del día de taxis tocando el claxon,

autobuses lanzándose por avenidas, la sinfonía

de pasos, guitaras y chillidos de trenes subterráneos,

el inesperado pájaro de canto en tu tendedero.

Escucha: chirriantes columpios en parques, trenes silbando

o susurros cruzando mesas en cafés, Escucha: las puertas que abrimos

el uno para el otro todo el día, diciendo: hello, shalom,

buon giorno, howdy, namaste o buenos días

en el idioma que mi madre me enseñó—en cada idioma

hablado al viento llevando nuestras vidas

sin prejuicio, mientras estas palabras libran mis labios.

Un cielo: desde que los Apalaches y Sierras reclamaron

su majestad, y el Mississippi y Colorado forjaron

su camino hacia el mar. Da gracias al trabajo de nuestras manos:

tejiendo el acero en los puentes, terminando un reporte más

para el jefe a tiempo, cosiendo otra herida

o uniforme, la primera pincelada en un retrato,

o el último piso del Freedom Tower

proyectándose en el cielo que cede ante nuestra resistencia

Un cielo, hacia el que a veces levantamos la mirada

cansada de trabajar: algunos días adivinando el clima

de nuestras vidas, algunos días dando gracias por un amor

que también te ama, algunas veces alabando a una madre

que supo dar, o perdonar a un padre

que no supo darte lo que querías.

Vamos camino a casa: a través del brillo de la lluvia o el peso de la nieva, o el rubor ciruela del anochecer, pero siempre–a casa,

siempre bajo un mismo cielo, nuestro cielo. Y siempre una luna

como tambor silencioso golpeando en cada techo

y en cada ventana, de un país –todos nosotros–

viendo las estrellas

esperanza-una nueva constelación

esperando que la cartografiemos

esperando que la nombremos–juntos.

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