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Jorge Alberto Gudiño Hernández

20/12/2014 - 12:01 am

Cazadores de firmas

Hace un par de semanas estuve en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Como cada año, me encontré a varios amigos y otros tantos conocidos. También a tres exalumnos que son entusiastas de la lectura. No recuerdo bien a dónde iba cuando me topé con ellos en el pequeño vestíbulo que está frente a […]

Hace un par de semanas estuve en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Como cada año, me encontré a varios amigos y otros tantos conocidos. También a tres exalumnos que son entusiastas de la lectura. No recuerdo bien a dónde iba cuando me topé con ellos en el pequeño vestíbulo que está frente a los elevadores del hotel sede. Se les veía cansados pero contentos. Los saludé y me fui. Regresé tiempo después (no sé si algunos minutos o un par de horas). Ahí seguían.

         Habiendo tanto por hacer en la Feria, me sorprendió que pasaran el tiempo en el que podría ser el más insulso de los lugares en torno al evento que nos convocaba. Estaba a punto de preguntarles cuando, de pronto, apareció una Autora (así, con mayúscula: su fama lo permite). Entonces uno de ellos se levantó, buscó entre los libros que traían en las bolsas y sacó alguno escrito por ella. Luego la alcanzó en el elevador. Las puertas se cerraron. Minutos más tarde, regresó contento: tenía un libro más con la firma de su autor.

         Sé que, hace algunos meses, escribí una columna en torno a las dedicatorias de libros. Si ahora lo vuelvo a hacer es por dos razones. La primera porque, tras las experiencias de la FIL, veo que me quedé corto. La segunda porque pretendo retomar el rumbo de mis colaboraciones pese a que la clase gobernante insiste en atraparnos dentro de un solo tema.

         Platiqué con mis alumnos. Hablamos sobre el valor de las dedicatorias, de lo mucho que importa que estén dirigidas a la persona en concreto. No basta con un garabato o con que diga: “Para Fulanito, quien me encontró en un elevador” o algo parecido. Pese a ello, insistieron en que también tenían algo de valor estos garabatos. Algo deben tener de razón.

         Y la razón la otorga la mayoría. Durante la Feria me enteré, por ejemplo, que Ken Follet firma cerca de 400 libros por hora. Quienes lo acompañan se ocupan de poner en unos post-its el nombre a quien irá dedicado. El autor inglés se limitará a escribirlo con su propia letra y a firmar al calce. En un volumen mucho menor, Claudio Magris hacía algo parecido aunque su firma es ininteligible. Ése parece ser el método de los grandes autores. Se entiende: han firmado miles de ejemplares. Y las colas de lectores ávidos de poseer uno de ellos se multiplican en exceso.

         El fenómeno se repite con los autores de literatura juvenil que son capaces de convocar a centenares de adolescentes que no sólo buscan el autógrafo sino constatar que quien pudo escribir esas novelas es una persona de carne y hueso. Es tal el nivel de entusiasmo que despiertan autoras como Tonya Hurley o Laini Taylor, que se pueden escuchar testimonios del tipo: “Su novela me salvó la vida” o “La leí cuando ya nada tenía sentido”. Sí, sé que suena al comentario de un adolescente atormentado pero todos lo hemos sido alguna vez. Así que entiendo bien que esperen durante horas para recabar una firma que hará de su ejemplar un objeto digno de adoración.

         Algunas glorias nacionales también convocan multitudes. La diferencia es que ninguno vende millones de ejemplares y eso permite que platiquen con sus lectores y, tras un par de minutos, les escriban una dedicatoria mucho más sentida. Así, hasta suena a una buena técnica mercadológica que asegurará que los lectores sigan buscando los libros del autor.

         Pese a lo anterior, también hay fenómenos que me desconciertan y me entristecen. La firma más larga de esta FIL corrió a cargo de Yuya. No sé bien quién es salvo que escribió un libro con tips de maquillaje y belleza. Algo así. Lamento no poder decir más. Sé, en cambio, que firmó durante seis horas utilizando una mecánica simple: foto, abrazo, firma. Y fueron seis horas porque ella dijo que no firmaría más de seiscientos ejemplares. Todo un récord para la FIL. Todo un mundo de cosas que pensar acerca de los fenómenos mediáticos y lo que a la gente en verdad le interesa, incluso en medio del evento más literario del año.

         Les pregunté a mis alumnos si ya tenían la firma de Yuya. Me miraron con un poco de desprecio. Lo merecía: sé que son lectores serios. Luego me mostraron la lista de firmas pendientes. Desde México, habían hecho una selección de autores a quienes abordarían para obtener sus autógrafos: es imposible cargar todos los libros en unos cuantos morrales. Sonreí. A partir de ese momento, ese pequeño vestíbulo insulso comenzó a parecerme la mejor de las elecciones: a la larga, casi todos los escritores pasarían por ahí. Tendré que ponerme en contacto con mis alumnos para saber cómo les fue en su cacería.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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