María Rivera
20/10/2021 - 12:00 am
Negación
¿A quién se le podía ocurrir que AMLO era un peligro para niños y adolescentes mexicanos, sobre todo, pobres?
El lunes de esta semana comenzó la vacunación para adolescentes con comorbilidades en todo el país, tras la indicación del presidente López Obrador. En Tlaxcala, Coahuila, Chiapas, entre otros estados, la vacuna de Pfizer comenzó a aplicarse, previo registro de los adolescentes. En la Ciudad de México aún no comienza y está por verse si será en las próximas semanas o no. Es una buena noticia para los adolescentes que padecen problemas de salud que los vuelven más vulnerables al virus, recibir el biológico de Pfizer, el único aprobado por Cofepris para ellos.
La mala noticia es que siguen sin contemplar la vacunación para mayores de 12 años de manera general y, peor aún, el Presidente considera impugnar la decisión de un juez del Estado de México, que ordenó la vacunación de esta población, con o sin comorbilidades. Esto, sumado a las declaraciones del secretario de Salud sobre la no necesidad de vacunación en menores, señala, inequívocamente, que no, no contemplan vacunarlos, así fallezcan decenas o centenas de ellos o que miles desarrollen secuelas incapacitantes o sean hospitalizados; aunque muchos países hayan vacunados ya a sus adolescentes, desde hace meses.
La verdad es sencillamente terrible y a mí, como madre, no deja de indignarme. Todavía hoy, no puedo creer que haya votado por esta desgracia que afecta a millones de familias mexicanas cuando parecería que era posible recuperar algo de la normalidad perdida. Muchos la habrán recuperado ya porque han sido vacunados, pero una parte importante de la población no puede volver a esa normalidad, siguen estando confinados, porque el gobierno decidió dejarlos desprotegidos por no gastar en sus vacunas. Claro, los padres y madres pueden decidir sumarse a la locura y exponer a sus hijos o pueden resistir a las medidas criminales del gobierno. En ambos casos los costos son altos para quienes no merecen ser discriminados como están siendo, por motivos económicos.
Y es que la realidad, desde hace tiempo, parece sacada de una historia totalmente distópica: los niños y adolescentes sin vacunas y teniendo que ampararse para conseguirlas o irse a vacunar a Estados Unidos. Puede que esta atrocidad ya se haya normalizado, pero bien hubieran podido usarla los enemigos de López Obrador para hacer sus campañas negras, Venezuela qué. La realidad, pues, superó a la ficción propagandística de la oposición que durante años vio en el presidente un peligro para México y es que ¿a quién se le podía ocurrir que AMLO era un peligro para niños y adolescentes mexicanos, sobre todo, pobres?
La situación, querido lector, que ya de suyo es abominable, se complica porque hay una enorme cantidad de personas, seguidores del presidente, que cree, está convencida de las versiones mentirosas del gobierno o que sencillamente ya no registra los datos de la realidad. Basta con escuchar el discurso de allegados al lopezobradorismo para entender que han dejado de registrar los hechos, desde el medio millón de fallecidos por covid hasta los miles de muertos que la violencia deja en el país cotidianamente. Ninguna de estas tragedias figura, ya no digamos en el discurso, ni siquiera en su imaginario; sencillamente las han desaparecido, desechándolas como “fake news de la derecha”. Por esto, es realmente imposible tener una discusión sensata con quienes están en estado de negación de la realidad.
Un familiar mío, por ejemplo, que tiene nietos en edad de recibir la vacuna y que no han sido vacunados, ya repite que los niños y adolescentes no necesitan ser inmunizados y que son las farmacéuticas las responsables de la “histeria social” que usan para enriquecerse. Es verdad que se informa viendo las mañaneras, pero aún así tiene a su mano mucha información disponible que desmiente tajantemente sus convicciones. El asunto es que, para él, como para miles más, reconocer datos de la realidad que contradigan al presidente es una forma de deslealtad política, y significaría la asunción de que fueron engañados, mañanera tras mañanera, por el político en quien depositaron sus esperanzas durante años. Prefieren estar ciegos que asumir la verdad que, hay que decirlo, es atroz.
Este fenómeno de intoxicación ha convertido a muchos en personas no solo acríticas sino en instrumentos de la propaganda. Lo digo, escribo, con una íntima pesadumbre porque implica que todo escrúpulo ético se ha perdido donde las personas son capaces de respaldar o justificar a políticos y políticas criminales.
Como se ve, este no es un asunto menor, y deberíamos ocuparnos en pensarlo con profundidad porque bien puede ser que nuestro futuro, el de todos, esté determinado por la enfermedad de quienes se rehúsan a ver, han perdido la capacidad de empatía y solidaridad con los otros y se han convertido en repetidores de las mentiras oficiales. Pecados cívicos que, no sobra decirlo, no pagarán ellos nada más, sino todos nosotros y en especial los niños y adolescentes mexicanos.
Es por esto que, aun a riesgo de parecer reiterativa, hay que decir hoy y mañana y pasado que es necesario proteger a los niños y adolescentes de quien, estando obligado a ello, se niega a proteger su vida. Señor López Obrador: vacune a todos adolescentes, ya.
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