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Darío Ramírez

20/09/2012 - 12:46 pm

Ofender a Mahoma

Cientos de manifestantes musulmanes han tomado las calles de varias ciudades. El epicentro de las manifestaciones no es la invasión a Iraq por parte de Estados Unidos, tampoco son revueltas para exigir mejores condiciones de vida, no es la temporada dos de la primavera árabe. En esta ocasión, la ira musulmana salió por la proyección […]

Cientos de manifestantes musulmanes han tomado las calles de varias ciudades. El epicentro de las manifestaciones no es la invasión a Iraq por parte de Estados Unidos, tampoco son revueltas para exigir mejores condiciones de vida, no es la temporada dos de la primavera árabe. En esta ocasión, la ira musulmana salió por la proyección en El Cairo de una película que “blasfema” al profeta Mahoma. Según reportajes periodísticos, el centro de los ataques han sido las embajadas norteamericanas. Las imágenes de quema de banderas de Estados Unidos son recurrentes. Todo apunta a que el mismo encono entre dos cosmovisiones resurge de manera óptima para los que viven del conflicto, inclusive bélico. En otras palabras, parecería cíclico este tipo de confrontaciones que atiza la animadversión de ambas partes y refuerza los estereotipos  de los enemigos e infieles, de acuerdo a cada visión.

Por lo que arroja el tráiler de la película la pieza cinematográfica es sumamente pobre (sinónimo para decir que es muy mala la película). El punto central de la crítica islámica es que en la película se personifica a Mahona, el profeta, contrario a lo que dice el Corán. La feroz diatriba de los manifestantes musulmanes radica en que sienten que su fe fue lastimada. En otras palabras, la blasfemia es contra su mayor figura espiritual, hecho inaceptable. Como resultado de la proyección de la película, miles de personas, inclusive autoridades públicas y religiosas han pedido a Estados Unidos suspender la proyección de la película por las ofensas que ha ocasionado en la fe de miles de files musulmanes.

Las autoridades norteamericanas han dicho que no pueden censurar la película a pesar del reclamo de ofensas que ocasiona debido a que está protegida por la Primera Enmienda, aquella que se refiere a la libertad de expresión. Los ánimos de choque se encendieron aún más.

A ver, la película sí se mofa, ofende y burla de la religión musulmana.  El otro punto de análisis es si la película tiene que ser censurada por su contenido anti islámico. Recogiendo algunas opiniones en medios escuché algunas recurrentes: ¿por qué y para qué ofender a la religión musulmana, hay que respetar? ¿El límite es cuando interfieres con los derechos de terceros? O bien “meterse con la fe de alguien más, ahí está el límite”. Son ideas que apuntan hacia diferentes límites a un derecho fundamental como la libertad de expresión acordados en el artículo 19 del Pacto de Derechos Civiles y Políticos, ratificado por mayoría contundente de países, dígase, incitación al odio o la violencia, la moral pública o orden social, o bien la reputación o integridad de terceros.

La libertad de expresión es una constante prueba al sistema político. Por ello aquella ecuación que dicta “a mayor libertad de expresión mayor democracia”. La película sí se burla de la religión islámica, sin embargo, eso no quiere decir que transgreda límites claros del derecho a la libertad de expresión. En otras palabras, los límites que nos auto imponemos para no burlarnos o mofarnos de alguna religión abrevan de la moral o conductas sociales, no de los límites legales que tenemos para expresarnos libremente. Ahí el conflicto que se deriva de contenido como el de la película en comento.

Hay una concepción errónea sobre el uso de la libertad de expresión en el imaginario. Se piensa que la libertad de expresión es el intercambio de ideas, diálogos o información que atraviesa por canales de las buenas costumbres o conductas. Dejando como inválidas aquellas expresiones lacerantes ante instituciones o personas. La calificación de la expresión pasa por filtros autoimpuestos en su gran mayoría, están lejanos a lo que dicta la libertad acordada por el derecho. En repetidas ocasiones he escuchado personas que dicen que nada se gana ofendiendo o mofándose de alguien. Que en nada ayuda a la democracia o la convivencia. En ello puede que tengan razón, pero tampoco reconozco en ese argumento elementos válidos para desechar de  un plumazo aquello que ofenda, se burle o mofe.

Escuchar a clérigos musulmanes decir que se ofende a la religión con películas como la citada, me produce preocupación. El fraseo de los religiosos es como decir que la religión (como institución) tuviese derechos contra expresiones burlonas. Las instituciones no poseen derechos, eso debería de estar claro inclusive para alguien que profese una religión desde el púlpito. Si la expresión ofendió a files, es decir, en lo individual, nos vuelve a llevar al mismo punto sobre la afectación que puede causar una expresión. Para comprender mejor, podríamos ensanchar la mirada y preguntarnos ¿sería conveniente tener el poder de censurar contenido simplemente porque alguien se siente ofendido? ¿Quién decide si la ofensa es lo suficientemente grave para censurar algún contenido? Hoy son los musulmanes, pero también lo fueron los jerarcas católicos con películas como el Crimen del Padre Amaro. O bien la persecución contra Salam Rushdie por su libro Los Versos Satánicos que ofendió a los religiosos de Irán. Inclusive retomemos el ofensivo discurso del movimiento punk en Inglaterra contra la monarquía. O bien canciones de protesta contra regímenes autoritarios como el cubano. La ofensa se esconde en lo subjetivo de cada uno o una.

Si tomamos el camino de los ofendidos podríamos terminar con un aparato censor que prohibiría casi todo porque casi todo puede ofender (incluyendo este texto). El vivir y gozar de libertad para expresarnos es una de las grandes victorias de la democracia. En los países que gozan mayor nivel de libertad de expresión, las ofensas, burlas y mofas no han distorsionado ni el diálogo social ni el intercambio entre personas. Por lo que no es el camino a la destrucción de la convivencia social como la conocemos. Debemos de reconocer y valorar opiniones altisonantes, lacerantes, ofensivas o burdas. Son parte del amplio espectro de las miles de expresiones que gozamos en libertad.

A los musulmanes ofendidos por una mala película recomendaría cultivar un poco de piel más gruesa ante las críticas y ofensas. Al final son válidas, la blasfemia la dicta el Corán, no el derecho internacional.

Darío Ramírez
Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Iberoamericana y Maestría en Derecho Internacional Público Internacional por la Universidad de Ámsterdam; es autor de numerosos artículos en materia de libertad de expresión, acceso a la información, medios de comunicación y derechos humanos. Ha publicado en El Universal, Emeequis y Gatopardo, entre otros lugares. Es profesor de periodismo. Trabajó en la Oficina del Alto Comisionado para Refugiados de las Naciones Unidas (ACNUR), en El Salvador, Honduras, Cuba, Belice, República Democrática del Congo y Angola dónde realizó trabajo humanitario, y fue el director de la organización Artículo 19.

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