¿SE AVECINA EL FIN DE LA LECTURA?

20/08/2011 - 12:00 am

En tiempos pasados, la literatura y nuestra vida cotidiana estuvieron llenas de escenas como esta: alguien abre un libro a la sombra de un árbol; en un transporte público repleto de pasajeros sudorosos y cansados, una muchacha se las ingenia para seguir atentamente las peripecias de su héroe romántico en un volumen arrugado por el uso; a la luz de una vela, un niño pobre ilumina las páginas de su manual de estudio… todos ellos practican esa rara costumbre de leer.

¿Imágenes realmente del pasado? A juzgar por la enorme cantidad de libros que se edita en el mundo, la lectura no constituye un anacronismo decadente. Más bien, lo que resulta un diagnóstico fuera de tiempo son aquellos que en distintos medios de comunicación se refieren al fin apocalíptico de las letras, anticipando un futuro de humanos prácticamente analfabetos, dedicados a la caza de marcianos, de la manipulación de objetos tecnológicos sofisticados, pero nunca sumidos en esa deliciosa vorágine que propone el contenido de un libro.

Están también aquellos que, frente al consumo masivo de historias fáciles de vampiros, magos y demás yerbas paranormales, predicen un infierno para los cruzados que ven en ese sencillo acto de leer la salvación del mundo y de la especie.

Pero, ¿si leer es tan bueno, por qué la gente abandonaría ese ejercicio que aconsejan desde los médicos más reputados hasta el más humilde de los maestros? ¿Para qué sirve la lectura?

 

Los escritores mexicanos tienen la palabra

Dice el guionista y escritor Guillermo Arriaga, famoso por sus películas “Amores Perros”, “Babel” y “21 gramos”, que “leer brinda mundos alternativos  y cada palabra es una herramienta para hacer frente al mundo. Cuántas veces estamos frente a una mujer que nos gusta y en lugar de decirle: –te quiero besar, le decimos: –qué bien juega el Atlante”.

Para los que dicen que leer nos vuelve un poco nerds, el autor de “Un dulce olor a muerte” y “El búfalo de la noche”, ofreció en la pasada Feria de Guadalajara un dictamen muy masculino aunque efectista: “Leer claro que trae la atención de muchas chicas. Leer de ninguna manera te hace nerd, esa es una gran confusión. El libro aguanta muchas más cosas que un iPad y, por lo pronto, va a tu ritmo, creando un mundo interior que te ayuda a tomar decisiones. Se sabe que a las mujeres le gustan los hombres decididos: ya está”, explicó. En su visión, “un libro es un objeto perfecto”.

En un sentido más “macro”, aunque no por ello menos conmovedor, el Nobel Mario Vargas Llosa afirmó en su discurso de Estocolmo titulado, precisamente, “Elogio de la lectura y la ficción”, que “seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que leímos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, motor del progreso, ni siquiera existiría”.

 

No sólo de vampiros viven los lectores

Se cuentan por millones los libros de Harry Potter, Crepúsculo y todos sus subsidiarios que se venden en el mundo. Son más que miles también los que levantan la voz y el dedo índice para prevenir sobre los peligros del consumo de lo que llaman “literatura basura”, cuyos efectos demoníacos acabarían con las buenas letras, los escritores y, por si fuera poco, con el mismísimo ejercicio de leer.

Menos tremendista, Paco Ignacio Taibo II tiene esperanzas en esos jóvenes que devoran historias mágicas en el Metro.

Taibo II, quien puso un submarino aquí, un dirigible allá, “un lingüista para que descifrara el discurso del enano” y que inventó todo aquello que no existe para que El retorno de los tigres de la Malasia fuera la gran novela de aventuras que pedía su corazón de niño, también escribió esta novela “para los chicos de clase media que viajan en el Metro”.

“A esos muchachitos a quienes los guardaespaldas de su padre lo dejaron varado y por eso tuvieron que tomar el transporte público los he visto con novelas de dragones, hombres-lobo lampiños y varitas mágicas en las manos, lo que me da muchas esperanzas, porque esos lectores evolucionarán y terminarán en Bradbury, estoy seguro”, dijo.

“A ellos les quise hacer una novela de aventuras made in México, con personajes que no tuvieran más que la magia natural que llevan los seres humanos por sí mismos, para demostrar y demostrarme que se puede con un mismo libro llegar tanto a los adolescentes inteligentes como a los adultos muy inteligentes”, afirmó el escritor, uno de los más leídos en México.

 

El lector del futuro

Dice la escritora Claudia Guillén que “la lectura y la muerte son las únicas cosas que no cambiarán. Han pasado varios siglos que la sustentan como una herramienta indispensable. De qué otra forma nos comunicaríamos. En consecuencia, lectores siempre habrá”.

Otro Taibo, el novelista y poeta de nombre Benito, está convencido de que “a un buen libro no se le acaba la pila”.

Si es así, ¿qué tipo de lector será el del futuro”.

Para el escritor David Miklos “se viene un lector ansioso. Es decir, un lector que necesita la información procesada, desbrozada, libre de relleno. Un lector alérgico a la literatura. Imperará la brevedad. Los mensajes enviados por celular y blackberries, los estatus en Facebook y las nimiedades que se suben a Twitter, los titulares de los diarios que coronarán notas que, en realidad, nadie leerá. ¿Estoy hablando del futuro o del presente? ¿O es que el futuro y sus lectores ya están entre nosotros? Lo que se viene, a final de cuentas, es un lector ignorante, sumido en la demasiada información y, por lo mismo, desinformado ante los subproductos de dicha información, devenida opinión y frase corta, dato sin contexto, comentario para salir del paso. Es decir, se viene un lector infantil y arrogante, perverso polimorfo como todo aquello que la civilización nunca ha dejado madurar”.

En esa línea, la novelista Ana Clavel afirma que “todo pareciera indicar que el lector del futuro será una especie en extinción. Y que la profecía de Farenheit 451 no va a cumplirse porque no habrá necesidad de quemar libro alguno, debido a que no habrá gente que los lea o que sea capaz de dar la vida por ellos. Pero quiero creer que todo esto es el vórtice de un torbellino y que en algún momento las aguas bajarán de nivel… porque así sea en formato digital u otra tecnología más avanzada, seguirá existiendo la necesidad de transmitir conocimiento y experiencias, de reinventar el mundo y crear otros, a través de la palabra escrita”.

La autora de Cuerpo náufrago admite, a la vez, que “los lectores auténticos nunca han sido mayoría. La lectura como práctica cotidiana y necesaria nunca ha sido fenómeno de masas, ni de multitudes siquiera. Intereses económicos en torno a ese bien cultural que es el libro, aunado al fantasma de la democratización de la lectura a partir de las nuevas tecnologías, nos hacen creer que cantidad tiene que llevar implícita calidad. Pero ese sí que es un sueño de opio… Habrá muchos lectores intermitentes, muchos de satisfacción precoz, y como siempre, pocos lectores exigentes, asiduos, acechantes, capaces de dar la vida por unas líneas escritas –o casi.”

 

El monstruo, ¿invencible?, de la tecnología

Por un lado, están los que plantean que tanto Facebook y tanto iPad terminarán con los libros. Por el otro, la realidad contradice con una fuerza contundente e implacable: El gigante Google lanzó en Estados Unidos su librería en línea con más de tres millones de títulos digitales, en una fuerte entrada al creciente mercado del libro electrónico dominado por Amazon, fabricante del lector Kindle, lo que en buen romance significa que, pese a las predicciones fatalistas, el libro aún constituye un buen negocio para los tiburones de Internet.

Así lo entiende el escritor Bernardo Fernández “Bef”: “Hace poco leía a un imbécil que decía que tecnológicamente la lectura quedará obsoleta en 50 años. Sin embargo, todas las tecnologías de la información están basadas justamente en el manejo de información verbal, buscadores como Google o Facebook dependen de la lectura para funcionar”.

El autor de Gel azul admite, eso sí, que “se transformará desde luego el perfil del lector. Los soportes digitales y sus lectores habrán de popularizarse del mismo modo que hicieron los lectores de mp3 y iPods. Pero el acto mismo de la lectoescritura, se trate de tinta sobre papel o de impulsos electromagnéticos en una pantalla seguirá intacto. En ello se sustenta nuestra cultura entera”.

 

No hay versus donde hay encuentro

Si para el consabido fin de la lectura, Internet se presenta como una amenaza, es justo aludir a tópicos que no por usados desmienten su verdad: la televisión no sustituyó a la radio ni Internet reemplazó a la televisión.

A eso hace referencia el escritor y periodista Alejandro Toledo: “¡Para qué tener libros en casa si ya existe Internet! Es una certeza simple, y hasta parece revestida de inocencia. Al vuelo, revira alguien: ¡para qué quiero Internet si tengo libros en casa! La trampa, en tal caso, está en el carácter excluyente de ambas sentencias, y del pensamiento que viene detrás, como si una cosa tuviera que sustituir necesariamente a la otra, como si el plástico hubiera reemplazado a la tela, la pluma al lápiz, la televisión a la radio y aquella al cine, etcétera.”, asegura.

Cita el autor al español Pedro Salinas, quien distinguió entre lectores y leedores:

“Uno, el leedor, está apurado, busca información rápida; el otro quiere saber, necesita entender la vida a su ritmo. Posiblemente lo que ocurra es que Internet forma leedores, ágiles navegantes en la carretera de la información, pero no lectores, por lo que no debe considerarse a una actividad como sustituta de la otra”.

“Una imagen, sí, puede tener un efecto más profundo y, por lo mismo, es una mejor herramienta para la manipulación, de ahí que los poderes alienten los medios visuales por su propiedad hipnótica, aletargante. Para Bradbury, una humanidad despojada de libros tiende a la desdicha porque renuncia a la memoria. George Steiner en Los logócratas dice que los libros son nuestra contraseña para llegar a ser lo que somos”, refiere Toledo.

La cuentista Ana García Bergua comparte cierto pesimismo en torno a la lectura, al pensar que “el libro y la lectura tienden a desaparecer, arrasados por una cultura de la imagen destinada a apropiarse de la atención acrítica del público y a la costumbre de no leer, sino de escanear mentalmente los textos en la computadora, buscando aquello que sea de interés y olvidando el resto”.

“Creo, como Ana Clavel, que entramos a otros modos de lectura, pero los lectores de libros, que en realidad siempre hemos sido pocos (estudiantes, académicos, intelectuales, una clase media ilustrada, algunos políticos), seguiremos leyendo y escribiendo, puesto que es una necesidad humana. Además, nuestra subsistencia en el planeta sigue dependiendo de nuestros conocimientos y éstos están ligados a los libros”, asegura la escritora.

¿Y qué tiene que decir un escritor que conoce como nadie a la juventud? Julio Martínez Ríos, autor del imprescindible Arde la calle, un estudio impresionante de las tribus urbanas en México, está convencido de que “la lectura de libro de la SEP y la clase de literatura que pretende hacerte beber La Iliada a los 12 años, por fortuna, no tiene futuro. No tiene presente siquiera”.

Para el también crítico de música, hay otra lectura que las nuevas generaciones ven con mejores ojos: “la de todos los días, la que se permite incluir hasta ideogramas para transmitir claramente un concepto y la que no hay forma de sacarla del caudal del tiempo. En Japón existen ya novelas publicadas (con éxito entre adolescentes), primero como contenido para dispositivos móviles y más tarde en la plataforma universal. La industria del disco nunca se dio cuenta: no vendían plástico y aluminio sino un proceso de creación. Sucede lo mismo con la lectura y sus nuevas herramientas. Una gran diferencia entre ambos casos: el libro es un artefacto perfecto, a diferencia del CD, que fue una de las grandes mentiras de finales del siglo XX”, asegura.

 

Leer, ese placer insustituible

Todo pronóstico sobre la lectura en el futuro no puede evadir el peso de las nuevas tecnologías, pero sobre el placer de leer se ciernen peligros más pesados, por caso el analfabetismo que aún alimenta considerablemente las estadísticas planetarias y una manera de vivir en nuestras sociedades que tiende, como tono primordial, a hacer más superficial y vana nuestra presencia en el mundo.

Para Guillermo Arriaga, una buena manera de que los chicos lean es prohibirles los libros. “Hay que decirles: ni se te ocurra abrir ese tomo de La Iliada que está en la biblioteca. Santo remedio: lo primero que hará cuando no lo veamos, será correr en busca del libro”, asegura el guionista.

Más misterioso y optimista, el gran novelista mexicano Élmer Mendoza descree de las tragedias: “Claro que la lectura tiene futuro. La catástrofe vendrá por otra línea y aún no la hemos nombrado”, afirma el autor de Culiacán.

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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