Adela Navarro Bello
20/07/2022 - 12:04 am
La traición (o entrega) de Caro
“Las mismas autoridades mexicanas informaron que no fue confiscado ni un solo instrumento. Ni armas, ni casa asegurada, ni vehículo confiscado, ni personas detenidas, ni seguridad detectada. A Rafael Caro Quintero lo traicionaron. O lo entregaron”.
En Sonora no es un secreto que la célula de Los Menores, o Los Chapitos, como suele identificarse en el mundo criminal al grupo delincuencial integrado por los hijos de Joaquín Guzmán Loera, preso en una cárcel de máxima seguridad en Colorado, Estados Unidos desde febrero de 2019, sostenían una narco-guerra contra el depuesto líder del cártel de Caborca, Rafael Caro Quintero.
Liberado en 2013, Caro Quintero “escapó” a la justicia mexicana después que fue puesto en libertad porque un Tribunal Colegiado federal determinó que el juicio por el homicidio de Enrique “Kiki” Camarena, el agente de la DEA asesinado en 1985, debió ser abordado por el Poder Judicial local. Años después la Suprema Corte de Justicia de México resolvió que sí se trataba de un asunto federal, pero los magistrados del “error” nunca fueron sancionados. Rafael debe todavía 12 años de una pena de 40 años de prisión.
Durante nueve años, Caro permaneció prófugo de la justicia en los dos países. En México los esfuerzos por aprehenderlo no se habían activado hasta hace unos meses, evidentemente más por un compromiso con el Gobierno de los Estados Unidos que como parte de una estrategia (que no existe) para detener a los capos de la droga en territorio nacional, que mantienen municipios y estados inmersos en narco-guerras que ya han dejado más de 100 mil homicidios violentos en los últimos tres años.
Caro Quintero se convirtió en la carnada criminal para un Gobierno necesitado de resultados en materia de seguridad. El golpe es triple: se recaptura a un criminal que no ha compurgado su pena, se activa el mecanismo para su extradición a los Estados Unidos, y el ala del cártel de Sinaloa que manejan los Chapitos tienen un enemigo menos en la producción, distribución y venta de drogas, entre otros ilícitos.
La forma en que Rafael Caro Quintero fue detenido, a saber, de manera oficial por elementos de la Marina en coordinación con agentes de la Fiscalía General de la República (estos últimos sería la primera ocasión que participan en una operación de ese nivel, desde que tomó posesión Alejandro Gertz Manero), no tiene lógica alguna.
Fue detenido en un lugar lleno de vegetación, pero inhóspito, sin condiciones para la vivienda, el trabajo, las comunicaciones o el desarrollo. Enclavado en la Sierra Madre Occidental, San Simón es un poblado que ni siquiera aparece en los buscadores digitales, sistema de navegación, o en el sistema de posicionamiento global, nada. Lo único que se sabe por el Coneval, es que hasta el 2020 en esa región de la sierra, a la cual se llega a campo traviesa, es que estaba habitada por 29 personas, 15 mujeres y 14 hombres, de los cuales el 79 por ciento vivía en la pobreza y la totalidad de los hombres en el analfabetismo.
San Simón se encuentra a 48.8 kilómetros de su municipio cabecera, Choix, como no está en ningún sistema de navegación debido a la ausencia de vías de comunicación, no es posible calcular el tiempo que tomaría recorrer esa distancia en zona además serrana. No hay nada pues, Rafael Caro Quintero no tenía nada qué hacer esa sierra, mucho menos con ropa de vestir, no de campo, no de excursión, no de nómada.
De acuerdo a la foto que presentaron las autoridades mexicanas, al capo se le aprecia la vida en ciudad o en pueblo con desarrollo: cabello recortado y pintado, camisa de vestir con botones incluso en las puntas del cuello, una chamarra limpia tipo cazador y pantalones de mezclilla. No se le aprecia sucio o con los signos de haberse perdido en la Sierra, o permanecido escondiéndose a salto de mata. Nada de eso, está limpio, bien vestido, sin embargo, no se encontró cerca ningún lugar de resguardo acondicionado con agua, energía eléctrica y otros servicios para sobrevivir en las condiciones que Caro presentaba. Vaya, ni siquiera las huellas de los “arbustos” o “matorrales” en los que estaba “escondido” y hasta donde llegó el can adiestrado Max a localizarlo, se aprecian en la vestimenta del capo aprehendido.
Lo que se sabía en el mundillo del hampa, y ciertamente también en el oficial, especialmente entre las fuerzas armadas y federales, es que Rafael Caro Quintero se “escondía” en una casa de seguridad que tenía en La Barca, Ocotlán y Guadalajara en Jalisco, y en Culiacán, por mencionar algunos de los municipios entre los cuales residía, de manera indistinta dormía en alguno, para no ser detenido cambiaba de casa de manera constante. Ninguna de las cuales se encuentra cerca de la Sierra Madre Occidental donde fue aprehendido.
De hecho, el punto más cercano al supuesto sitio de captura, es Badiraguato, Sinaloa, donde también llegó a residir en el inicio de su libertad carcelaria, y que se encuentra a 168 kilómetros del pueblo de Choix, distancia que se recorre en 336 kilómetros de carretera y campo traviesa hasta llegar cerca del lugar donde lo encontró la perra Max.
Es evidente pues, ante las condiciones en las que fue reaprehendido el capo, que no residía en la Sierra, que no tenía casa en San Simón. Las mismas autoridades mexicanas informaron que no fue confiscado ni un solo instrumento. Ni armas, ni casa asegurada, ni vehículo confiscado, ni personas detenidas, ni seguridad detectada. A Rafael Caro Quintero lo traicionaron. O lo entregaron.
La mafia mexicana no es reconocida por nada honroso, pero menos, por su fidelidad al clan, al líder criminal o al fundador del cártel. Cuando se establecen negociaciones para salvar el pellejo y mantener la impunidad, se traicionan entre ellos a más no poder.
A reserva que cambien de versión en la Presidencia de la República o en la Fiscalía General de la República, alguien o un grupo criminal, llevaron a Caro Quintero hasta la Sierra Madre Occidental, para que fuese “cazado” por la Marina de México. Ni hubo investigación, ni indagación alguna, pero sí, es previsible, existió una negociación.
Los mexicanos no podrán saber de las condiciones, “las pistas” o la investigación que llevó a la aprehensión de Caro Quintero, esa información suele ser reservada pretextando procesos ministeriales y judiciales abiertos, o información de seguridad nacional, especialmente en un Gobierno que le apuesta a los abrazos, que no tiene estrategia de combate a la inseguridad a partir de la detención de los capos o las células criminales, y que en distintas ocasiones ha recurrido a la retórica de la reconciliación y los valores para terminar con la criminalidad.
Por cierto, la detención de Caro Quintero no significa que se haya erradicado el Cártel de Caborca que él fundó a la salida de prisión en 2013; la organización criminal tiene cuatro frentes abiertos, el de Miguel Ángel Caro Quintero, hermano del capo aprehendido, la célula de La Barredora, la llamada organización criminal La Nueva Línea, y los Páez, donde Rodrigo Páez Quintero, sobrino del detenido, se apunta para sucederlo… pero esto, para el Gobierno de México era lo de menos. Caro Quintero resultó una pieza negociable en tres bandos.
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