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Tomás Calvillo Unna

20/07/2016 - 12:00 am

El nuevo mutante de la política

Él, egomaníaco del poder se vuelve temporalmente funcional, logra convertirse en una catarsis que expresa un descontento generalizado por las condiciones imperantes.

Él, egomaníaco del poder se vuelve temporalmente funcional, logra convertirse en una catarsis que expresa un descontento generalizado por las condiciones imperantes. Foto: Bernice Pauahi Bishop Museum, Honolulu, Hawaii. Foto del autor
Él, egomaníaco del poder se vuelve temporalmente funcional, logra convertirse en una catarsis que expresa un descontento generalizado por las condiciones imperantes. Foto: Bernice Pauahi Bishop Museum, Honolulu, Hawaii. Foto del autor

Para Sergio Aguayo, por su valor civil.

Cuando alguien usa el poder para alimentar su ego, cosa que suele suceder con frecuencia, y no logra satisfacerse; su ego se vuelve un ente depredador de su propia imagen e imaginación. Se erige como un monumento viviente al que los ciudadanos deben continuamente honrar y agradecer que esté ahí, ante ellos, dirigiendo el destino de sus vidas.

Las leyes ya no interesan e incluso las percibe como obstáculos que habrá que saltar, eliminar, modificar o manipular. Es verdad que en este sentido la democracia como sistema político suele evitar estas distorsiones pero en ocasiones vemos como fracasa en el ámbito local, nacional e internacional.

Él, egomaníaco del poder se vuelve temporalmente funcional, logra convertirse en una catarsis que expresa un descontento generalizado por las condiciones imperantes. Sus soluciones sólo alimentan el fuego de su ambición y fortalecen su atracción, para los grupos criminales que aprovechan su presencia y se asocian entorno a su figura que puede expandir su dominio a través de todo tipo de negocios legales e ilegales. Para ello colaboran en construir un discurso creíble de la bondad y magnificencia del gobernante, quién sabe sacrificarse por los demás.

El endiosamiento se expresa en el quehacer político de cada acto público, el ego del poder se explica por sí mismo y su existencia es el valor supremo. Comprar, amenazar y hasta asesinar son instrumentos que se ocultan para conservar la apariencia de un orden democrático que se debilita día a día.

Este mutante de la política sabe con precisión y sin duda alguna, las necesidades de los demás que le permiten enriquecerse a costa de las mismas, ejerciendo las capacidades e instrumentos de su poder para transar, robar, acumular y ser así un exitoso personaje no sólo ya de la política sino también de los negocios. En esta era de la mutación, en la arena política aparece un personaje híbrido, entre cacique y padrino, su discurso y léxico empobrecido se atiene a alardear de sus dádivas que causan altos costos económicos, lo que le obliga a tener fuentes alternas de financiamiento y no sólo las públicas que prácticamente las ha privatizado en sus formas de disposición y uso.

Insaciable ese ego del cual se alimenta y lo alimenta, se advierte cada vez más atropellado en sus movimientos y se transforma en un ente predecible, evidente y muchas veces burdo. No obstante su capacidad de corromper lo fortalece, no le faltan aliados en todos los niveles y lugares. Todos juegan ya a la globalización.

El clientelismo es rebasado y la articulación poco a poco de un régimen de terror comienza a emerger, las propias alianzas con los grupos plenamente crimínales se multiplican al igual que sus contradicciones y diferencias. Las disputas internas se vuelven más amenazantes para su reinado que la propia oposición de los ciudadanos alertados de su condición de esencial arbitrariedad.

Todos los grupos sociales son afectados así por una vulnerabilidad estructural al ver su hábitat como parte de un territorio que se ha incluido en el mapa de las batallas de los grupos criminales, carteles y demás. Los partidos políticos han sido corresponsables de todo ello.

El circuito local no está aislado y requiere de estrechos vínculos con el poder nacional, sea el gobierno mismo, sus diferentes instancias, particularmente aquellas involucradas con la gobernabilidad, seguridad y comunicación. Se establecen así redes de mutuo apoyo donde el financiamiento se convierte en la base sustancial, de ese tejido que vincula a la política, al aparato de justicia y al crimen en varios niveles de la jerarquía de una operación que ya es administrada con sus caras legal e ilegal desde las entrañas del estado, un estado carcomido y a la deriva donde el flujo de dinero marca el ritmo de los triunfos y derrotas de sus actores políticos

Todo ello provoca una inflación patética de la egomanía del poder donde los discursos y argumentos son tan predecibles y carentes de sentido que aún su funcionalidad demagógica pierde todo valor posible y deriva en ruido y violencia en diversas formas.

Apropiarse de la vida cotidiana de los ciudadanos, hacerse presente en cada esquina, en cada rincón, en cada escuela y parque público es una función indispensable de su sobrevivencia que refuerza su control y el propio desquiciamiento político de su entorno.

Se sabe en peligro permanente y por ello la seguridad personal no le basta, pretende apropiarse de los aparatos de seguridad y justicia y afirmarse ante los ciudadanos como el gran protector buscando desde ahí elevar el costo a cualquier opción distinta a la que él representa.

Su ego digiere el quehacer de la política en todos sus frentes posibles y encerrado en sí mismo proyecta una imagen que esconde su frágil naturaleza que sólo es posible sostenerla con el despliegue de toda forma de violencia y engaño, y una cantidad cada vez más considerable de dinero constante y sonante.

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