María Rivera
20/06/2024 - 12:01 am
Pluralidad
«Será hasta que el nuevo gobierno comience que veremos cómo aterrizan ese ‘segundo piso’, en qué políticas efectivas se traduce».
Conforme pasan las semanas, querido lector, el significado de la elección pasada se va asentando. Uno podría pensar que la elección terminó y ya, a otra cosa mariposa, como dicen. A mí, sin embargo, y entre más lo pienso, más me asombra. Es evidente que no estamos frente a una elección presidencial cualquiera desde que comenzó la época democrática en México. Esa pudo haber sucedido incluso cuando ganó López Obrador y se consiguió la alternancia de partidos. Esta elección, fue, en realidad, anómala por varias circunstancias. Para empezar, más que una elección por una candidata o un partido político, fue un referéndum del presidente y de su proyecto político. Un proyecto que denominaron “la cuarta transformación” y que durante este sexenio todavía podía leerse como una ocurrencia voluntarista de un político donde cabía cierto escepticismo: bien podía ser que llegadas las elecciones el partido en el poder perdiera y fuera tan solo un mero episodio. No ocurrió así, y ahora sabemos que la mayoría de los votantes aprobaron el desempeño presidencial y gubernamental de Morena y que incluso le dieron mayorías legislativas para ahondar el proyecto. Arrasaron, sí. El tsunami le dio al gobierno actual, y al de la primera presidenta de México, Claudia Sheinbaum, la legitimidad para cambiar la Constitución, cambiarle profundamente el rostro al país.
Nadie se puede llamar a engaño: el presidente López Obrador llamó a votar por su coalición en ambas cámaras para poder hacer reformas que fueron sistemáticamente bloqueadas por el poder judicial, en manos de sus opositores. Las personas, lo supieran o no, votaron por el Plan C y con ello le dieron a Morena un mandato muy claro. La cantidad de poder que el partido, hoy hegemónico, tendrá en el próximo sexenio es apabullante. Precisamente porque fue un proceso democrático, y no “una elección de Estado” resulta más complejo de explicarse y también de interpretarse. Muchas explicaciones han habido: que si fueron los apoyos sociales, que si fue el alza de los salarios, que si fue un nuevo voto de castigo a los partidos opositores, etc. Seguramente fue la suma de todos los factores, querido lector, pero se deba a las razones que se deba, el hecho es que la mayoría de los mexicanos decidió legitimar a la “cuarta transformación” y a “su segundo piso”, ofrecido como promesa de campaña.
En los discursos de la recién elegida futura presidenta suena todo muy bien: son demócratas, son leales al proyecto, defienden las libertades, a los pobres, etc. No sabemos aún en qué actos se traducirá y para ser precisos, ni siquiera conocemos sus ideas precisas en algunos campos. Será hasta que el nuevo gobierno comience que veremos cómo aterrizan ese “segundo piso”, en qué políticas efectivas se traduce. Por lo pronto sí podemos saber que llevarán a cabo cambios constitucionales que prometieron, en contra de una minoría que los rechaza tajantemente. Lo que yo me pregunto, querido lector, es qué pasará con las minorías y peor aún, qué pasará cuando esas minorías tengan razón ¿el gobierno de Claudia Sheinbaum estará dispuesto a escuchar críticas y tomarlas en cuenta o continuará la política de no escuchar a nadie que no sea de los suyos? No me refiero a la oposición partidista, que quedó por los suelos, sino a la sociedad civil, o pueblo, como quiera que se diga. El gobierno del presidente López Obrador descartó sistemáticamente cualquier crítica usando la polarización como coartada, deslegitimando a los críticos como sus adversarios políticos, no solo gente poderosa, sino a víctimas de la violencia o luchadores sociales, por ejemplo.
Lo cierto, querido lector, es que esos adversarios, esas minorías, élites e incluso esos intelectuales de derecha, son tan ciudadanos como los que ahora detentan el poder. Tienen el mismo derecho a defender su idea de país, de las libertades y de la democracia, de organizarse políticamente y más allá, de exigir que el gobierno cumpla con sus obligaciones básicas, sean o no lopezobradoristas, comulguen o no con el partido en el poder. Imagínese si no lo que significaría que para ser atendido por el gobierno, el ciudadano tuviera que afiliarse a una causa o un partido o esconder sus filias políticas. Eso sí implicaría una regresión autoritaria. Ese es el riesgo, querido lector: que el gobierno trabaje para su partido y para sus seguidores y no para el país, incluidos sus opositores. Es la suma de todos lo que configura nuestro rostro como nación, no la resta.
Hasta ahora, y con el resultado electoral, la cuarta transformación arrasó, como sabemos. Sin embargo, el gobierno de Claudia Sheinbaum debería tener algo claro: deberá gobernar para todos los mexicanos, sin distingo y eso significa, de manera precisa, escucharlos a todos. De lo contrario, sucederá lo que sucedió con el gobierno del presidente López Obrador, que en realidad nunca dejó de estar en campaña desde el día que asumió el poder y debido a lo cual consiguió el triunfo en estas elecciones, pero a un alto costo.
No sé, realmente, si la nueva presidenta continuará con el ritual infame de desacreditar ciudadanos en las conferencias de prensa, como hizo López Obrador, con su sección de mentiras en la mañanera o si tildará de conservador a todo aquel que la critique o muestre un desacuerdo. Lo que sí sé, querido lector, es que el nuevo gobierno debería corregir esos errores, no persistir en ellos, a pesar de que haya sido un honor estar con Obrador. Tal vez ahora no luzca importante, ante el avasallador triunfo, pero créame, en algún momento lo hará. Ya lo sabremos.
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