Julieta Cardona
20/06/2015 - 12:00 am
Dejar el nido
Este capítulo de mi vida se llama: Dejar el nido. Pero entremos en perspectiva: dejar el nido en mi familia fue al revés: mis padres se fueron primero de casa–cada quien por su parte–, y mis hermanos y yo hicimos nuestro desmadrito por casi seis años que vivimos solos y juntos en la casa que […]
Este capítulo de mi vida se llama: Dejar el nido. Pero entremos en perspectiva: dejar el nido en mi familia fue al revés: mis padres se fueron primero de casa–cada quien por su parte–, y mis hermanos y yo hicimos nuestro desmadrito por casi seis años que vivimos solos y juntos en la casa que mis padres compraron. Luego empezamos a irnos.
Yo creo que todas las personas que apelen al mínimo grado de sanidad mental deben dejar a sus padres más o menos pronto, y por más o menos pronto me refiero al día inmediato a su graduación o, si es posible y pueden, antes. Sobre todo porque si los padres creen en cuentos de hadas, es decir, si son católicos, la fulana –o fulano– de 25 años tendrá que ir a misa los domingos porque esta es mi casa y aquí hay reglas y ese tipo de ridiculeces que le suceden a quienes no se cortan el cordón umbilical. Y porque mientras más tiempo se esté con padres así, más se corre el riesgo de parecerse a ellos.
En fin, la cosa en mi caso es que después de meses de búsqueda, encontré un bello departamento que me queda muy cerca de mi trabajo: hago seis minutos en bici y veinte caminando. Y esta ha sido mi experiencia.
Tardé en encontrarlo por dos cosas: la primera es porque el tiempo es un cabrón muy justo y la segunda es porque los renteros y las agencias de bienes y raíces son lo más parecido a tres patadas seguidas en los huevos.
Con respecto al tiempo, todo tiene sentido y lo digo sin resentimientos: pude establecerme cuando se aplacó el torbellino de mis adentros.
Mi profundo descontento es con los renteros: si no te dan una lista infinita de requisitos para rentar un departamento en la Condesa de 54 metros cuadrados que quieren dejarte caer en no menos de $12,000 mensuales, es posible que te pidan dos depósitos más la renta que va corriendo, o te descarten como posible inquilino por los tatuajes que te rayan el cuerpo, o, de plano, te hagan una grosería porque eres joven, soltera u homosexual. A mi amigo Alberto, que estuvo en búsqueda al mismo tiempo que yo, le pasó que le dijeron que no se rentaba a solteros:
–Pero yo no soy soltero, yo estoy casado.
–Ah, ¿y por qué no vino su esposa con usted?
–Porque no tengo esposa, tengo esposo y no pudo salir de la oficina.
Y la señora, después de quedarse callada por cinco segundos, dijo que ella buscaba a una familia tradicional. (¡CONAPRED!) En serio, lo mínimo que una esperaría en el D.F es diversidad, tolerancia y respeto, no semejantes canalladas.
Mi invitación es muy clara: queridos jóvenes adultos: tengan vergüenza y dejen a sus padres vivir el resto de sus vidas lejos de ustedes; ténganse un poco de amor, tomen sus tiliches y exploten su juventud en otro lugar (aunque les cueste trabajo y sientan coraje de las aberraciones ajenas); los invito a dejar el nido, a emanciparse, a aprender del duelo, a escribir un nuevo capítulo, otro libro, otro elepé, a llenar de flores otro camino lejos de su primer hogar.
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