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Jorge Alberto Gudiño Hernández

20/05/2017 - 12:00 am

La impunidad no es culpa del narco

Yo no conocí a Javier Valdez pero varias personas cercanas a mí lo hicieron. Verlas llorar, escucharlas hablar de la calidad humana de Javier, ser testigo de cómo se lanzaron a la relectura de sus libros, me basta para sentir un profundo dolor por su cruel asesinato. Sé que no será el último de un periodista en este país. Ojalá sea el primero de muchos en que se castigue a los culpables.

Yo no conocí a Javier Valdez pero varias personas cercanas a mí lo hicieron. Foto: Cuartoscuro.

De niño me contaban historias en diferentes lugares. En casa leíamos ficción y nos dejábamos seducir por esos mundos inventados. En la escuela, la intención era mucho más prístina en tanto los relatos eran educativos. También abrevaba de chismorreos, de pláticas en el parque, de lo que la tía de uno de mis amigos le contó a su mamá mientras suponían que él no las escuchaba. Muchas historias fueron las que se contaron entonces.

Recuerdo una con especial claridad, quizá por lo vívido de las imágenes o, tal vez, por lo impactante que me resultó. Alguien, ignoro quién y con qué intención, me hizo saber que en determinado país del mundo, si un ladrón era descubierto le cortaban la mano. Así evitarían que volviere a robar. Soy ambiguo porque mi memoria lo es y no es momento de precisar el relato. Además, después escuché variaciones del mismo.

Recuerdo que pensé que era un castigo injusto, exagerado. ¿Qué pasaría si una tarde estival, en un descuido, tomaba algo que no me pertenecía en ese lejano país? Alguien tranquilizó mis angustias infantiles. El primer argumento se relacionaba con el amparo de la ley. No bastaba robar, sino un juicio en el que, sin duda, se descubriría que no había sido mi intención tomar lo ajeno. El segundo, mucho más contundente: “tú no robas, no tienes nada que temer”.

Si bien olvidé mis angustias infantiles, algunas veces volví al tema. Claro, me parecía, se vuelve muy sencillo: si uno no roba no le cortan la mano. Con el tiempo aprendí a extrapolarlo: basta con no delinquir para no purgar una pena. La lógica de ese periodo de mi vida era, como se puede ver, demasiado monocromática. Años después, el asunto se volvió más complejo. Descubrí (¡vaya revelación!, dirán algunos) que quienes cometen los delitos planeados lo hacen con la convicción de que no los atraparán o que la ganancia bien vale la pena el riesgo. Se sumaron, pues, un par de factores: la psicología de quien delinque y la impartición de la justicia.

Más tarde, me sumé a la fascinación de las novelas de antihéroes. Los múltiples robos del siglo, los criminales sofisticados y el asunto extramoral hicieron delicias en mis ratos de lectura. Sin embargo, eso nunca me incitó al crimen. Por el contrario, siempre ha estado frente a mí la imagen de la mano pagada por la osadía del hurto.

Me parece imposible que el gobierno proteja a cada una de las personas que viven en este país; ni siquiera a cada uno de los periodistas. Imposible, en el estricto sentido de montar un aparato de seguridad en torno a ellos. Sin embargo, ésa no es la única forma de proteger a los ciudadanos en general y a los periodistas en concreto.

Los diagnósticos parecen ser acertados: los narcos matan periodistas. Los malos desaparecen personas. El mal como abstracción se ha apoderado de nuestra tranquilidad. Y no se le puede vencer poniendo cercos, seguridad armada, tanques afuera de la casa de las personas vulnerables.

La única forma de protegernos a todos es cortándole la mano a ese ladrón. Que quede claro: no estoy a favor de las penas corporales, mucho menos de la de muerte. Bastaría, entonces, con hacer cumplir la ley. Si a quien roba lo encierran, si a quien tortura lo encierran, si a quien secuestra lo encierran, si a quien asesina lo encierran… entonces el próximo criminal pensará seriamente si vale la pena el intento.

Por desgracia, eso no pasa aquí. Los números cambian dependiendo de las fuentes pero no hay muchas variaciones. Más del 90% de los delitos en este país quedan impunes. El 100 por ciento de los asesinatos a periodistas, ¡sí, todos!, no han llevado a nadie a la cárcel. Nadie ha pagado por los periodistas muertos en los últimos años.

Y no, el narco no es el responsable de que esa impunidad prive en nuestro sistema de justicia. Iba a escribir que tampoco son los malos pero sí lo son. No en el sentido tradicional del término pero sí son los malos quienes permiten que no se encierre a nadie, ya sea por desidia, ineptitud, complicidad, corrupción o conveniencia. Y esa absoluta impunidad no sólo hace que el ladrón respire tranquilo pues conservará la mano. También provoca que su vecino se anime a lo propio pues sabe que no será castigado.

La impunidad no es culpa del narco. Es culpa del gobierno. El encargado de protegernos a todos.

Yo no conocí a Javier Valdez pero varias personas cercanas a mí lo hicieron. Verlas llorar, escucharlas hablar de la calidad humana de Javier, ser testigo de cómo se lanzaron a la relectura de sus libros, me basta para sentir un profundo dolor por su cruel asesinato. Sé que no será el último de un periodista en este país. Ojalá sea el primero de muchos en que se castigue a los culpables.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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