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Tomás Calvillo Unna

20/03/2019 - 12:03 am

Galería de promesas

Los tenis triunfantes del regalo
sus cintas blancas al caminar,
festivos a cualquier precio,
bajo la túnica, al umbral de la oración.

Ramas de la Ventana.Pintura Tomás Calvillo Unna

El cubismo está en tu rostro;
la geométrica nariz de la vida y su vuelo.

Su química chapeada
de mejillas silvestres;
el pez delirante río arriba
donde cruzan los caminos
que ya son piernas.

Los labios adquiridos en el mercado,
la irremediable sandía del esteta mexicano,
su oriental caligrafía -las aves como aplausos-
la sonrisa templada de quien lleva la semilla,
anónimo cartero de sí mismo,
sin sombrero, sin corbata.

El crisol de los dientes
y su venerada leche solar.
Las orejas siempre amenazantes
por salirse del marco;
la frente imaginada del mediodía,
sus asombrados limones
ocultos en la garganta
de un cuello acusativo.

Las huellas circulares
del destino que no se cumple
al extraviarse el As de bastos
en el laberinto de las pretensiones,
sus sogas que anudan el horizonte
y son demencia colectiva.

Los hombros que alcanza el niño
y su precoz inquietud
asomándose al pozo del deseo.
El azul como presente
para agradecer la altura
donde todo inicia.
Los ojos como acentos, inamovibles
fijos en el acuoso fluir de la especie.

Los tenis triunfantes del regalo
sus cintas blancas al caminar,
festivos a cualquier precio,
bajo la túnica, al umbral de la oración.

La espalda mojada del verde;
el adiós de siempre de un viento irrevocable,
asistido por el paisaje generoso dispuesto a ser sendero.

El súbito sueño de los ángulos, triángulos, círculos,
en los márgenes de la pesadilla zigzagueante y veloz
que deja la escarcha de los sinsabores
entre los poros de la piel.
La mesa que resta de la larga noche,
sus cortes en la madera: adelantado cobre
y tabla de salvación en el naufragio
de las fiestas orientadas por el alcohol.

Las mancuernillas
de las mañanas perdidas.

El crucial deleite del corazón
fatalmente rojo,
salpicando su vitalidad
entre los intentos del acomodo.

El pañuelo celeste
de una lágrima furtiva
al compás del sentimiento
y aquel rezo que dice así:

Soy ese lector ferviente que aún cree en el Padre Nuestro
de los versos en sus doradas letras capitulares
que se atesoran bajo los párpados a manera de presagios;
en el Ave María de la cintura, en su magistral enseñanza de infinito,
a través del tacto y el aroma presentido de la orquídea
y su bondadosa tertulia, casi infantil, a no ser por su escondido fuego;
en el confesionario de la alcoba que despoja al mundo de sus dolores;
en la penitencia del amanecer y su compasiva luz de resurrección;
en el Rosario de la humedad y sus murmullos virtuosos.
Soy el lector ferviente,
el devoto aspirante al amor
que reescribe el antiguo texto de los padres idos,
y descubre la lúdica desnudez de los cuerpos;
su bella dignidad al estar descalzos en esta galería de promesas.

Las nubes están henchidas de naranjas
y el olor de las limas esparce sus óleos
cuando el sueño se desboca y nos despierta;
la plata se pasa de peso y se convierte en metal precioso,
monedas al aire destellan y por momentos sueltas.
Y si se pierde el tintero por antiguo y perenne
agitaré mis horas y la adolescente parranda
vendrá de regreso; aunque pudiera ser distinto
y la sola conciencia detone sus nucleares átomos del idioma.

La pintura
vuelve a su juego
de ser ventana.

Ahí estaba Lope Velarde como un mago poniendo cursivas a sus días y saltando desde un trampolín en los Baños de las Ánimas para recordar que al fondo de la alberca los mosaicos fijos mantienen el orden; el mismo que el vate zacatecano en su estancia en San Luis Potosí, supo sacudir para explorar con sus metáforas el paisaje de una infancia que se desliza precoz; la premura de saberse atraído por el celeste sulfuroso de una mirada y los pechos en flor de una pubertad superada…
…cuantas notas al calce en ese cubismo incierto del mantel de cuadros negros y blancos bordados por reyes y reinas, sin súbditos ya que obedezcan en una República de sables, pólvora y sangre.

El cubismo del que hablábamos, al principio de los principios,
son los dados de la fábrica que impuso su dominio
y alteró nuestra memoria
disolviendo la eternidad convertida en humo turbio
de inmensas chimeneas de ladrillos,
amarradas por el serpentino silbato de los trenes,
en la madrugada estruendosa de morados y naranjas
que alinea a millones
estrujados,
en sus overoles de mezclilla azul,
con el cisne bordado a la altura del corazón.

Que tiempo este de alcázares electrónicos
que disipan cualquier horizonte plausible y siegan la razón,
la despojan de su tiempo esculpido entre el puño y el mentón ;
tal vez solo en la nuca se conserve el nicho
donde perdura intacta la imagen de aquel primer poema
sus tintes dorados y la silueta del ser.

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