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Antonio María Calera-Grobet

20/03/2016 - 12:00 am

Libadores de Magueyes

Un pulque que se pose fresco en mi frente y me apague la cabeza. Un pulque que haga surgir de ahí las más claras ideas, que pululen de ahí largas decenas de ideas como un quiote, un alto y hermoso quiote, el brazo fibroso de un bello quiote que se desprende de mí hasta tocar el manto oscuro salpicado de estrellas.

Libadores de Magueyes. Foto: Cuartoscuro
Un pulque que haga surgir de ahí las más claras ideas, que pululen de ahí largas decenas de ideas como un quiote, un alto y hermoso quiote. Foto: Cuartoscuro

“Para todos los amigos

con los que me emborrachado

en la Pulquería “Los Insurgentes”.

Antes que nada, ruego por claridad. Acomodar lo que traigo un tanto a tumbos, ese embrollo desgarbado que salta en mi cabeza. ¿Por qué los toboganes del sueño no lo reparan a uno, le amasan la mollera de cierta forma que nos ayude a ver, a cavilar? ¿Por qué no disuelven esta retahíla de nubarrones que enturbian nuestro mundo? Lo único que clamo es uno para empezar.

Lo único, por claridad: que pasen la serpiente, los piquetes en las sienes, la marabunta en los intestinos y llegue, poco a poco, la calma a mi mar. Pido ese uno: lo bebo y me río, me jacto en alto de ser un cínico. Aquí vamos, de nuevo, a la vida de los tragos y sus contratos, la vida de la bebida y sus resbaladillas. Quiero ir al baño. Estando como estamos las escaleras son siempre cuesta arriba aunque conduzcan hapcia abajo, y el camino a los urinales siempre un laberinto aunque se hallen al fondo a la derecha. Divago.

¿Por qué se mueven como se mueven, los barandales? Y “estando como estamos” me he dicho, pero no sé si en verdad es que ando sólo o con varios. Andaba con varios eso sí, hace no mucho tiempo, quiero decir, de vagos. O eso creo. ¿Acaso se habrán ya ido? ¿Me habrán dejado aquí por un rato? Tal vez. Por ello debería de hablar sólo por mí. Río. Estando como estoy, entonces, no sé mucho por dónde habrá que seguir. Pero sigo. Por lo pronto, lo que quiero es uno más para empezar. Ya recuerdo a dónde voy. Oigo mi voz mientras me meto al baño.

Meto la cabeza al lavabo, y no dejo de escuchar mi voz como si viniera del excusado. Me hablo: “Has lo que quieras pero levanta. Come y caga, come y canta pero levántate y anda”, me digo viéndome la cara. Y vaya que levantar es un arte. Uno más. Eso hará que pasen la serpiente y sus piquetes, los tics y los rictus, la marabunta de marcha marcial dentro de mis intestinos. Uno pido por claridad, para que pase el ardor, se haga un charco de remanso, llegue al fin la sanidad. Bebo.

El líquido pasa. Pasa libre a mi casa por la garganta. Justo como quiero. Que me rellene por dentro, que me engulla su espuma blanca, sea todo yo, al fin, esa baba que se posa en cada vaso de nosotros, flota de vaso en vaso entre nosotros, los embebidos, los parsimoniosos, los que decidimos no hacer más preguntas al Todo. Pero, repito, hablo por mí. Eso me ha quedado claro. Claro como que lo único que quiero por ahora es uno más. Un pulque que se pose fresco en mi frente y me apague la cabeza. Un pulque que haga surgir de ahí las más claras ideas, que pululen de ahí largas decenas de ideas como un quiote, un alto y hermoso quiote, el brazo fibroso de un bello quiote que se desprende de mí hasta tocar el manto oscuro salpicado de estrellas. Es lo único. Erguirse, levantarse, rehacerse: pasar de seguir guijarros y cometer las sendas, pasar de alacranes a las estrellas. Eso. Como un sendo libador de magueyes. Voy. Siento que ahí la llevo. No me agüito.

Aunque se me pierda el habla, aunque se me trabe la lengua, aunque a cada paso mi esqueleto se desarma. No importa nada. Al rehogar en pulque mis deficiencias me amo y la vida me ama. ¡Vaya que si la vida me ama! ¡Saca de mi pecho una danza! ¡Danza, me digo! Y bailo, y me zangoloteo, hago girar todo el peso de mis huesos. Río a carcajadas. De pruebas y probaditas acabo con vasos, jícaras, jarras léperas de cascadas de risas.

Veo que todos beben. Bebes tú. Bebe ella. Bebemos todos. Beben las cacarizas, las catrinas y hasta las reinas, los chivos también se rellenan sus tripas. Pasamos de meros armadillos a bellos pericos, de famas a cronopios, de micos a merolicos, de micros a macroscopios. Pasamos, pues, de plomos a meollos, de tangentes a torrentes, de viles güeyes a sendos libadores de magueyes. ¡Eso! De la yunta de bueyes al parlamento de búhos, de la piara de cerdos o la junta de burros a serios y sendos libadores de magueyes. Lo siento en mi piel de gallina, en el cuero que se me enchina. Miramos pasar a la culebra del ansia, llena de sudor y lágrimas. Mira. Mírala pasar y míranos, quién nos viera, ya somos de nuevo meros humanos. ¿Me das un cigarro? ¿Te has dado cuenta que estando como estamos, hacemos lo que más amamos? ¡Chupamos!

Tocamos nuestros bolsillos. Un pulque más que no somos gusanos, puros tlachiqueros finos. O mejor de una vez el tinacal, que agua jamás tomaremos los amantes del jugo blanco, sus vampiros, sus eternos sedientos, los secos de nacimiento, los desecados. Y a todo esto, dime: ¿Quién eres? Yo soy yo si se me mira a través de esta magia blanca: me mojaré en ella hasta el último arroyo, sus babas serán mi circunstancia: de aquí soy y de aquí abrevo. Ya ando hablando solo.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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