Qué importa conocer: hacia una reforma educativa que sí sirva de algo

20/03/2013 - 12:00 am

“Eso no sirve de nada”. “Es sólo cultura general”. Las anteriores son respuestas típicas de un adulto mexicano cuando le preguntamos algo que debería de saber, ya sea porque lo vio en la escuela o porque se encuentra en su entorno inmediato, pero que, por supuesto, no lo sabe. Ejemplos de estos abundan en todas las áreas: cuáles son los ríos principales de tu estado, cómo se resuelve una división de quebrados, de qué tratan los poemas de Sor Juana, cuáles son las valencias del cloro, cuándo y por qué se abolió la esclavitud en México, qué dicen las leyes de Newton, quién es el presidente de Guatemala, cuáles son los principales productos de tu comarca, sobre qué temas pintó Siqueiros o qué plantas son ésas las que están ahí en el camellón.

Cultura general.

Si todo eso (geografía, matemáticas, literatura, química, historia, física, etcétera) es cultura general, es algo sin importancia en el imaginario mexicano. Entonces, ¿qué sí es lo que vale la pena conocer? Pongámonos utilitaristas: diré que lo que vale la pena conocer es, en resumen, aquello que genere billetes.

Entonces la pregunta es: ¿de verdad nuestras instituciones educativas nos enseñan  cómo hacer harto varo?

La validación social del conocimiento

Las dos civilizaciones preferidas de los historiadores occidentales son la griega y la romana. Y nos cuentan que a los griegos les dio por la filosofía, por el conocimiento puro, y que a los romanos les dio por la tecnología. Y por eso, como los griegos andaban de contemplativos mientras los romanos fabricaban armas, puentes y barcos, los romanos los conquistaron. No obstante, también nos dicen, el imperio romano no se habría podido sostener tantos siglos si no fuera porque aprendió y asimiló de los griegos esas artes inútiles como la retórica o la estética.

“Haiga sido como haiga sido”            , el ejemplo sirve para mostrar cómo cada sociedad decide qué conocimientos son útiles o válidos y cuáles no: los griegos con su filosofía (o ciencia) y los romanos con su tecnología. Aunque para una explicación más detallada valga revisar A People’s History of Science, de Clifford D. Conner.

Por nuestra parte, en el caso mexicano, también podemos encontrar dos vertientes generales de preferencia del conocimiento que nombraré “la regiomontana” y “la tapatía”. Los regiomontanos prefieren ser ingenieros y cualquiera que no estudie una ingeniería de a de veras será considerado medio tonto o poco hábil: desde los filólogos y diplomáticos hasta los ingenieros industriales o “administradores con casco”. Mientras que los tapatíos, por su parte, prefieren ser comerciantes (o administradores para ser mejores comerciantes), de modo que en Guadalajara los ingenieros son considerados como poca cosa o futuros empleados de medio pelo.

Dichas vertientes pueden encontrar su raíz en la formación de las riquezas en cada ciudad: en Monterrey la industria y en Guadalajara el comercio. Pero si esto ya le parece atroz, no se apure, hay casos peores: esas regiones de la República donde se cree que la única manera de hacerse rico es la administración pública (o la corrupción política), la migración a EE.UU. o la administración de herencias.

Así, como con griegos y romanos, nuestras diversas sociedades mexicanas validan qué conocimientos son útiles, chilos, o son los que vale la pena aprender para volvernos ricos. Aparte de ingenieros, comerciantes/administrativos, emigrantes, políticos y júniors, también están esas dos profesiones que todo padre considera garantía para sus hijos: medicina y derecho.

¿Pero en verdad estas carreras sirven de algo para incrementar la riqueza nacional? ¿Qué innovaciones puede generar una sociedad cuya mayoría procura estas carreras?

Otros conocimientos válidos en México (para volverse rico)

Para ser rico en México, como en cualquier otro lugar del mundo, lo principal es nacer rico. Si naciste rico, ya la hiciste. Si no, hay varias opciones.

Durante los 60’s se acuñó el cliché de que “los fresas son tontos”. Esto sucedió debido a que las clases medias comenzaron a ingresar en las universidades y eventualmente se dieron cuenta de que, para ser contratados, tenían que superar en conocimientos a sus pares fresas (esos que, además, habían nacido en casas con bibliotecas y viajaban desde chiquitos). De modo que se pusieron a estudiar como enajenados. Hoy día, algunos continúan este camino. Pero son los menos debido a que, principalmente, las clases altas dejaron de estar tan preparadas en “cultura general” como lo habían estado a lo largo de la historia.

Así que una de las áreas del conocimiento más desarrolladas por la juventud mexicana es el Arte de la Apariencia. Ahí se invierten innumerables horas de estudio: aprendiéndose marcas, antros, barrios, argot y demás. Mejor aún, se considera más inteligente invertir el dinero en aparentar que en generar: en vez de usar 200mil varos para poner un changarro, ¡cómprate un carro!

Una vez pasteurizado el Arte de la Apariencia, conviene perfeccionar el arte de las redes sociales: hacerte amigo de, compadre de, esposo de… Eso sí es útil, estudiar es lo de menos. O dicho de otro modo, tanto la vertiente regiomontana como la tapatía (y ni qué decir de las otras) pueden tener un interés real en el conocimiento, pero este interés queda por lo general supeditado a la dinámica social: estudia una carrera de ricos para que te relaciones con los ricos, para que te parezcas a ellos y, con suerte, logres ser uno de ellos.

¿Pero hacia dónde va una sociedad, un país, donde la tónica general es ésta? ¿Qué habría sido de los griegos o de los romanos si hubieran seguido esta tónica? ¿O qué pasó con ellos cuando siguieron esta moda del arte de la apariencia y la administración de la nada?

La conquista de Audi

Durante los últimos meses el gobierno de Puebla ha cacareado su gran logro: la conquista de Audi. Es decir, convencieron a Audi de que venga a poner una planta. La convencieron de que nos venga a dar trabajo de administradores, ingenieros de línea, técnicos y obreros. ¡Yeah! Según ellos, eso es una conquista.

¿No sería una conquista, más bien, que los propios poblanos hicieran su propia fábrica de autos, con su propia marca? Por supuesto. Pero es aquí donde viene el problema educativo y la mentada reforma. ¿Qué egresado de las universidades poblanas sería capaz de hacerlo?

Para poder generar riqueza en una sociedad no basta con saber revender productos (comercio o mercadotecnia), tampoco con administrar mejor (desde contabilidad hasta ingeniería industrial, pasando por la inmensa gama de licenciaturas del área de administración que ofrecen nuestras universidades), ni con diseñar procesos más eficientes y eficaces (las ingenierías). Para generar riqueza es necesario, dicen los que expertos del utilitarismo, tanto la transformación de las materias primas como saber encontrar las áreas de oportunidad. Pero para esto es necesario, oh maravilla, conocer lo que está a nuestro alrededor; saber, en suma, “cultura general”: eso que se desprecia en el imaginario mexicano. Me explico.

Primer ejemplo. Un mercadólogo puede ser experto en mercadotecnia, pero si no tiene los conocimientos de sociología y sicología que le expliquen a qué sociedad va a enfocar su campaña, porque no existen los estudios para la sociedad mexicana, su campaña será un fracaso.

Segundo ejemplo. Un licenciado en comercio exterior que no sabe qué productos hay en su región, lo más seguro es que termine siendo importador porque sí sabe qué es lo que quisieran tener él y sus amiguitos. Asunto que le da al traste al balance comercial.

Tercer ejemplo. Un ingeniero civil que no sepa de climatología ni de la cultura de su sociedad, construirá casas inhabitables.

La sociedad mexicana y su sistema educativo ha descuidado la enseñanza de las áreas del conocimiento incuestionablemente útiles. No sólo entre las llamadas ciencias básicas como química, zoología, física, edafología, botánica, sociología o geología, sino también entre sus primeras aplicaciones: en porcentaje cada vez hay menos estudiantes de ingeniería química, agronomía, bioquímica, química farmacobióloga, ingeniería petrolera, ingeniería de minas, etcétera.

Piénselo un momento. ¿Tiene sentido que uno de los principales países mineros del mundo tenga tan escasa oferta de la carrera de ingeniería de minas?, ¿que en uno de los principales países pesqueros del mundo no sea popular la carrera de ingeniero en pesquerías?, ¿que no haya más biólogos, zoólogos, botánicos y ecólogos en uno de los 12 países megadiversos del mundo?, ¿que haya tan pocas opciones para estudiar petroquímica?

En el mejor de los casos, nuestra sociedad y sistema educativo produce ingenieros y administradores. ¿Ingenieros que hacen más eficientes los procesos de qué? ¿Administradores que mejoran las empresas de qué? Incluso desde el punto de vista utilitarista, ése que nos lleva a pensar que el conocimiento es dinero, la verdadera reforma educativa deberá estar encaminada a la revaloración de las ciencias básicas y de las humanidades, pues para que estos ingenieros y administrativos sean útiles necesitamos: 1) capacitar mexicanos que sí conozcan su entorno y 2) mexicanos que tengan el suficiente conocimiento de ciencias básicas para poderle dar valor agregado a nuestros productos materiales y culturales. Mientras no se fomente el estudio de lo que sí tenemos en nuestro país, de nuestra riqueza cultural, biológica y geológica, no podemos esperar más que recibir las migajas de una trasnacional: la conquista de Audi.

Y ser, como país, empleados por siempre: aparentando, imitando, con la ilusión de casarnos algún día con la hija del patrón.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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