El escritor y guionista habló con SinEmbargo sobre su libro Retorno 201, un compendio de historias sobre abuso, extorsión, violencia, asesinatos, pero también de amor, ternura y esperanza, que reflejan mucho de la condición humana.
Ciudad de México, 20 de febrero (SinEmbargo).– Para Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) la materia con la que debe trabajar todo escritor es la condición humana, un factor que está presente en cada uno de los 16 cuentos que integran la reedición de su libro Retorno 201 (Alfaguara), el cual ya se puede encontrar en las librerías.
“Lo que más me interesa como escritor es la condición humana. Es la materia con la que debe trabajar todo escritor. Me gusta el ser humano, me gusta explorar al ser humano, me interesa la gente. No soy un misántropo que desea alejarse de la gente, a mí sí me gusta hablar, entender, preguntar, comprender y espero —no quiero decir que con eso lo logré— que mi trabajo consiga una exploración de la condición humana”, comentó en entrevista el también guionista de obras cinematográficas como Amores perros, 21 gramos y Babel.
El libro lleva por nombre la colonia de la Ciudad de México, donde el autor pasó su infancia, adolescencia y parte de su juventud. Ahí escribió varios de los cuentos cuyos personajes oscilan entre lo más nefasto y lo más tierno de la esencia humana.
En sus historias, por ejemplo, relata historias de abuso, extorsión, violencia, asesinatos, pero también de amor, ternura y esperanza. Muchos de estos cuentos fueron escritos entre 1983 y 1988, con la excepción de “Tarde”, que escribió para esta edición, y “Trilogía”, un relato que creía perdido y que recién recuperó.
“Quiero que en el libro se reflejen muchas cosas. Profundos amores, por ejemplo, el del gigante de Nueva Orleans que tiene un profundo amor por su hija, el niño que ama a su padre y luego se termina enamorando de Elena. Hay historias de amor como la “Viuda Díaz”, que es una mujer que todo mundo cree que la casaron por la fuerza y realmente está muy enamorada. Así como hay violencia, también permea el amor en gran parte de los relatos. Lo que hay en medio es lo mejor que tiene el ser humano: solidaridad, generosidad, complicidad, amistad, entrega, comprensión, miedo”, expresó Arriaga.
En la plática, el ganador del Premio Alfaguara 2020, por su novela Salvar el fuego, reconoció además que el trabajo del escritor es muy inconsciente. “Al menos en mi caso. No tienes control, no hay mucha voluntad de lo que escribes. Si hubiera voluntad en el arte, escribiríamos solo obras maestras para ganarnos el Oscar, el Nobel. Todos los premios. No se puede”.
Guillermo Arriaga también comentó que lo que trató de hacer con este libro fue descubrir cuáles son los engranajes de cada historia “porque ninguna historia en Retorno 201 está contada de manera igual, todas procuré que fueran contadas de manera distinta. Cuando estaba escribiendo el libro me di cuenta que estaba perdido porque no tiene unidad y un libro de cuentos debe tener una unidad”.
“Hay quienes hacen la unidad de manera temática y yo creí que la unidad debía ser la calle donde crecí. Parte de esta unidad es que algunos de los personajes se vayan comunicando a lo largo de los cuentos”, precisó.
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—Este libro de cuentos se reedita y agrega un par de historias. Guillermo, a la distancia, ¿qué es lo que más recuerdas de este barrio donde creciste?, ¿qué persiste de ti en los recuerdos de ese pasado?
—Siempre seguiré siendo de la Unidad Modelo, vaya a donde vaya, yo soy de la Modelo. Era una colonia bastante agradable. El propósito de construirla, que era un sentido de comunidad, se cumplió, por lo menos en mi caso. Los vecinos nos conocíamos, los chavos salíamos a la calle. Tenía su lado rudo, pero la mayor parte de las veces era una colonia bastante amable, en la cual tuve amigos que extraño.
—La cuestión de barrio a veces se asocia como algo negativo o de carencia, sin embargo, hay cuestiones que ayudan a forjar carácter, visión o ciertos vínculos…
—Te sientes hasta protegido, el problema es cuando del otro barrio viene la madriza. Ahí es cuando se complica, pero agradezco mucho haber crecido así. Nos la pasábamos caminando en las azoteas y nos bajábamos en cualquier casa porque se interconectaban y no había problema. La verdad me la pasé muy agusto.
—Retorno 201 es una mirada hacia el pasado porque está escrita en el pasado, ¿al mismo tiempo es una mirada a la condición humana?
—Lo que quiero es contar una historia, obviamente lo que más me interesa como escritor es la condición humana. Es la materia con la que debe trabajar todo escritor. Me gusta el ser humano, me gusta explorar al ser humano, me interesa la gente. No soy un misántropo que desea alejarse de la gente, a mí sí me gusta hablar, entender, preguntar, comprender y espero —no quiero decir que con eso lo logré— que mi trabajo consiga una exploración de la condición humana.
—Los cuentos reflejan por una parte la cara aberrante, agresiva y violenta del ser humano, pero por la otra hay relatos que muestran una serie de sentimientos a veces difíciles de comprender como la inocencia, el valor, la paz. Son esos dos extremos, ¿qué hay en medio?
—Quiero que en el libro se reflejen muchas cosas. Profundos amores, por ejemplo, el del gigante de Nueva Orleans que tiene un profundo amor por su hija, el niño que ama a su padre y luego se termina enamorando de Elena. Hay historias de amor como la “Viuda Díaz”, que es una mujer que todo mundo cree que la casaron por la fuerza y realmente está muy enamorada. Así como hay violencia, también permea el amor en gran parte de los relatos. Lo que hay en medio es lo mejor que tiene el ser humano: solidaridad, generosidad, complicidad, amistad, entrega, comprensión, miedo. A veces dejamos de lado el miedo y es una de las experiencias más fuertes. Para mí la solidaridad es lo que más puede impresionar del ser humano, eso es lo que hay en medio.
—Uno de los hilos conductores de cada historia es la pérdida de una persona, de la inocencia, del valor, de la paz. Hay al menos un personaje que pierde algo, ¿fue tu intención hacer las historias a través de estas pérdidas?
—No, creo que el trabajo del escritor es muy inconsciente. Al menos en mi caso. No tienes control, no hay mucha voluntad de lo que escribes. Si hubiera voluntad en el arte, escribiríamos solo obras maestras para ganarnos el Oscar, el Nobel. Todos los premios. No se puede.
¿Cómo se escribe para ganarse un premio? No hay voluntad, no lo hice de forma consciente y menos a esa edad. Estaba muy chavo, no era un muchachito, pero 23-24 años tampoco es el entendimiento absoluto de lo que sucede en la vida.
—Sin embargo, hay ciertos elementos constantes…
—Pero no son conscientes. Sí hay elementos, por ejemplo, alguien me hizo ver que aparecen muchas personas con discapacidad y no me había dado cuenta. Hay un ciego, una muchacha con síndrome de Down y un parapléjico. No me había dado cuenta de eso. No me había dado cuenta de las pérdidas. Entonces uno agradece lectores que le hacen ver al propio creador cosas que no tenían ni idea. Sí, está la pérdida de la hermana, la pérdida de la vista, la pérdida del esposo, la pérdida de la inocencia…
–Las historias también reflejan prácticas como la corrupción, pobreza y demás cuestiones, lo que llama la atención porque fueron escritas hace más de 30 años. Si le quitas la fecha es un México que no ha desaparecido.
—Tenemos vicios de origen como país. Estos cuentos los escribí hace 40 años y hay cosas que se repiten. “Trilogía”, que es el cuento que rescaté de 1983, son tres judiciales que se agarran a un tipo en la calle para extorsionarlo. Lo traen dando vueltas y hasta la fecha sigue dándose. Los abortos clandestinos se siguen dando. El machismo se sigue dando.
Creo que 40 años son pocos para que una sociedad evolucione. Aquí desgraciadamente evolucionó hacia la violencia extrema. El país era bastante inocente con respecto al que tenemos ahora, infinitamente más inocente. Este país se nos deshizo entre las manos, a todos. Me molesta cuando creemos que es el gobierno en turno el que echa a perder las cosas. Somos todos.
—¿De qué manera cabemos todos en ese problema? Ese pasado donde algunos crecimos es muy distinto al que ahora están creciendo las nuevas generaciones con altos niveles de violencia. ¿Cómo enfrentarlo?
—A nivel personal, no caer en el juego, no ser corrupto tú, ser responsable de tus actos, no ensuciar el ambiente de tu entorno. Es muy fácil ensuciar el ambiente del entorno, descalificar a alguien, insultar o menospreciar a alguien. La violencia verbal siempre antecede a la violencia física. Eso es una lección de barrio. Hay un momento en que si estás dice y dice, pues te voy a romper tu madre, cabrón. Tenemos que estar muy conscientes los mexicanos de que la agresión verbal termina por convertirse en una agresión física. No promover eso, por ejemplo.
—Es complicado llevar ese nivel a una amplitud. Se habla que hay un ambiente de polarización. ¿No crees que eso origina un clima de confrontación?
—El país estaba polarizado desde hace mucho tiempo. Cualquiera que conozca este país sabe que está polarizado y que hemos dejado atrás a sectores muy importantes de la población que no debería suceder. Pero desmontar esta desigualdad no debe necesariamente provenir de la agresión a menos que no te importe la guerra, a menos que no te importe la madriza. No hay nada más terrible que la guerra, pero no hay nada más terrible que la desigualdad. Hay que ver cómo conjuramos la desigualdad.
—La guerra que se mantiene en algunos lados se ha alimentado precisamente de esa desigualdad.
—En este país hay pena de muerte, no hay libertad de expresión. La gente cree que hay libertad de expresión. Búrlate de un narco, haz un corrido de un narco que hable mal de ellos y te cuesta la vida, carnal. Así de sencillo. Pero regresando al libro, lo que traté de hacer fue explorar todas las bandas de los seres humanos, no conscientemente.
—Es un amplio abanico el que abres y cada historia es concreta en la condición humana.
—El primer cuento horroriza a cualquiera. Pero habla también de que no hay tal supuesta inocencia del niño, los seres humanos tenemos una carga agresiva. La socialización es la que más o menos la va matizando, pero no siempre se matiza.
—La mayoría de las historias, más allá de una narrativa convencional, muestra momentos y personajes.
–Lo que traté de hacer es descubrir cuáles son los engranajes de cada historia porque ninguna historia en Retorno 201 está contada de manera igual, todas procuré que fueran contadas de manera distinta. Cuando estaba escribiendo el libro me di cuenta que estaba perdido porque no tiene unidad y un libro de cuentos debe tener una unidad.
Hay quienes hacen la unidad de manera temática y yo creí que la unidad debía ser la calle donde crecí. Parte de esta unidad es que algunos de los personajes se vayan comunicando a lo largo de los cuentos, por ejemplo, el Doctor del Río que es un doctor católico, conservador, un tipo miserable que aparece en tres o cuatro cuentos. Traté que la unidad se diera a través de la interrelación de los personajes con otros cuentos.
—¿Estos personajes que repites tienen alguna inspiración en tu pasado o simplemente nacieron en tu mente?
—Algunos sí tienen inspiración en mi pasado, que tampoco era tan reciente porque todavía estaba en la Unidad Modelo cuando escribí esos cuentos. De diversas personas tomo algo, lo meto en la licuadora y saco al personaje. Es la idea que tuvo Mary Shelley al escribir Frankestein. Uno escribe los personajes sacando un pedacito de este, un pedacito del otro. Hay personajes que sí están sacados de varias personas que conozco y otros son inventados.
—¿Hay algo que extrañes del barrio?
—Sí, caray, la calle. Estar jugando en la calle, ir a platicar con tus carnales. No tomo alcohol, nunca he tomado alcohol, pero te sientas con tus cuates recargado a la pared y ahí estás. Simplemente estar ahí sentado platicando es algo que extraño. Todavía hay cuates que ya tienen mi edad que siguen haciendo lo mismo ahí en la Unidad Modelo, pero tampoco creo que sea el caso. Como no trabajan, varios de ellos viven con los papás y de mi edad. Tá’ cabrón. Pero sí extraño eso. Las cascaritas, las coladeritas. Me la pasaba jugando todo el día coladeritas.
Tengo un amigo que se llama Julio Vermont y, apenas salíamos de la escuela, toda la tarde hasta en la noche uno contra el otro jugando coladeritas. Él era mejor jugador que yo y me ganaba. Los vecinos sabían que estabas jugando coladeritas y a veces hasta se esperaban a que uno metiera el gol y ya pasaban. Cuando no eran coladeritas eran las piedras. Cuando pasaban: “¡Coche!”. Nos encantaba torearlos, irnos a la avenida de La Viga a arrodillarnos con los carros y hacer el pase.