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Tomás Calvillo Unna

20/01/2016 - 12:02 am

Palos de ciego

Nadie se escucha, estamos en un diálogo de sordos, el poder económico y político no tiene tiempo para compartir y reflexionar, y no escucha al otro y los otros; y a éstos ya no les interesa que se les escuche, escépticos, hartos, cansado o confusos, se suman a la fragmentación estructural que vive el país, y que carcome las posibilidades de replantear el rumbo de la República, que se precipita a rupturas mayores y más dolorosas.

El Estado mexicano se vació de contenido y en sus entrañas emergió el crimen. Foto: Cuartoscuro.
El Estado mexicano se vació de contenido y en sus entrañas emergió el crimen. Foto: Cuartoscuro.

Hay una sensación de desasosiego generalizado con la realidad política y social del país. El ánimo democrático se agotó, las elecciones han perdido el espíritu ciudadano que las impulsó a partir de los años ochenta del siglo pasado. Los partidos políticos lo aniquilaron y se integraron al desmantelamiento del Estado autoritario, y a la fiebre y epidemia de formar parte de la riqueza mundial que se acumula en pocas manos.

Las reformas se volvieron la quimera de un capitalismo salvaje que no respeta la tierra, las comunidades, y las opciones diversas de organización económica y social. La política perdió su logos; y en el caso de México su horizonte y lenguaje histórico, que le otorgaban su arraigo. Hoy responde sólo a planes precipitados de un crecimiento que expresa la urgencia de empleos convertidos en abstracción de números y estadísticas, ajenos a su concreción en la vida cotidiana de millones, a la calidad de la misma, ausente en las familias que sobreviven en la “normalidad caótica” de la sociedad contemporánea.

El Estado mexicano se vació de contenido y en sus entrañas emergió el crimen. Los partidos políticos se adaptaron a esa condición y desde ahí mantienen el monopolio de la política, marcando los tiempos con los procesos electorales que se han vuelto hegemónicos al subordinar las necesidades ciudadanas a sus intereses y aspiraciones de controlar la representación democrática. El tiempo y el espacio de la política han sido enajenados por una teatralidad democrática que impide la organización ciudadana al someterla al reloj electoral de los partidos.

¿Cómo recuperar el ritmo histórico de los ciudadanos que permita a la nación reencontrarse? ¿Cómo construir y articular las fuerzas sociales necesarias para acotar la violencia, y demostrar que la prosperidad es posible respetando los tiempos y formas de la gente común y corriente?

Nadie se escucha, estamos en un diálogo de sordos, el poder económico y político no tiene tiempo para compartir y reflexionar, y no escucha al otro y los otros; y a éstos ya no les interesa que se les escuche, escépticos, hartos, cansado o confusos, se suman a la fragmentación estructural que vive el país, y que carcome las posibilidades de replantear el rumbo de la República, que se precipita a rupturas mayores y más dolorosas.

Hay una profunda carencia de sensibilidad que se oculta bajo el cúmulo de información e imágenes que narran su propia versión de la realidad, donde la emotividad virtual reemplaza a la solidaridad comprometida. Da la impresión que el escapismo se ha convertido en el rasgo característico de nuestra clase y cultura política.

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