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Jorge Alberto Gudiño Hernández

19/12/2015 - 12:00 am

Transitar en esta ciudad

Conozco bien los argumentos en contra del uso del coche. Incluso los comparto. Sin embargo, he manejado casi dos terceras partes de mi vida, mis destinos están lejos, suelo cargar con dos pequeños. Sé que otros también lo hacen y sin coche. Lo entiendo. No busco justificarme. Es sólo que me he acostumbrado. Quizá deba cambiar de estilo de vida. En verdad, es algo en lo que pienso con frecuencia.

El gobierno de la ciudad ha comenzado a aplicar un nuevo reglamento de tránsito. Me queda claro que no servirá para que manejemos mejor. Foto: Cuartoscuro
El gobierno de la ciudad ha comenzado a aplicar un nuevo reglamento de tránsito. Me queda claro que no servirá para que manejemos mejor. Foto: Cuartoscuro

Manejo desde los catorce años y siempre lo he hecho al amparo de un documento expedido por la autoridad (antes, hace muchos años, los permisos se daban a esa edad). Nunca, desde entonces, se han puesto a prueba mis capacidades para conducir para otorgarme dicho documento. Para el plano anecdótico, la primera licencia que tuvo mi esposa la obtuvo sin saber manejar y, a diferencia de las mías, es permanente.

Llevo, pues, muchos años manejando en esta ciudad. He chocado o me han chocado algunas veces. Todas por descuidos que eran evitables. Ninguno de los choques ha causado una infracción porque no se han dado por la imprudencia de pasarse un alto o de conducir en estado de ebriedad (y eso que pasé toda mi adolescencia al volante). Me han infraccionado sólo una vez, cuando di una vuelta prohibida sin saber que lo estaba. No puse en riesgo a nadie. Discutí un poco y terminé llevándome la multa. También han infraccionado a mi coche en dos o tres ocasiones. Fueron fotomultas por exceso de velocidad. Al menos eso decían. Iba a 90 km/h en el Periférico. Es probable. No hay forma de argumentar en contra.

Cuando iba a nacer nuestro segundo hijo compramos un coche. Cargamos con la sillita para bebés en todas las agencias para comprobar que cupiera. Llevo a los niños bien asegurados no por las multas sino porque merecen esa clase de precaución.

He manejado mucho desde hace demasiados años; ahora ya lo hago menos. Mi esposa maneja más. La computadora de viaje de los coches es contundente: nuestra velocidad promedio desde que los compramos es de 20 km/h. No miento. Supongo que cualquiera lo puede constatar en un coche más o menos nuevo. Es el promedio, por supuesto. Todos los viernes regresamos de Radio Centro en la noche, cuando salimos de nuestro programa de radio. Vamos más rápido. También cuando estamos en la carretera. Doy clases a las 7 de la mañana en la Ibero. A esa hora no hay tráfico. No importa: el promedio es de 20 km/h. A veces, con mucha suerte, subo alguna décima.

Conozco bien los argumentos en contra del uso del coche. Incluso los comparto. Sin embargo, he manejado casi dos terceras partes de mi vida, mis destinos están lejos, suelo cargar con dos pequeños. Sé que otros también lo hacen y sin coche. Lo entiendo. No busco justificarme. Es sólo que me he acostumbrado. Quizá deba cambiar de estilo de vida. En verdad, es algo en lo que pienso con frecuencia.

El caso es que manejo.

Lo hago desde que era un adolescente. Nunca lo he hecho borracho. Nunca he lastimado a nadie aunque sí he tocado el claxon. Tras tantos años tras el volante, me siento autorizado a decir que manejamos muy mal en esta ciudad. Todos. En general. Me gustaría que no fuere así, que contáremos con un transporte público eficiente, que fuere seguro andar en bicicleta, que fuéremos, pues, civilizados. No lo somos ahora, sospecho que no lo seremos. Nuestra cultura vial es lamentable. Es uno más de los muchos problemas del país.

El gobierno de la ciudad ha comenzado a aplicar un nuevo reglamento de tránsito. Me queda claro que no servirá para que manejemos mejor. Apenas ayer, vi a dos patrullas estacionadas fuera de una escuela por donde paso diario. No estaban antes. La razón era evidente: detenían a todos los que no llevaban a sus hijos en las sillitas correspondientes. Ya lo he dicho: todos deberían amarrarlos, es por su bien. Pero a veces se recoge a los niños en la calle, en una suerte de entrega exprés a la salida de las escuelas. Ver a los policías cazando infractores muestra el sentido real del reglamento.

En verdad, ojalá tuviéramos una mejor cultura vial. El nuevo reglamento no la propiciará. Yo, por lo pronto, tras tantos años, manejo con un poco de miedo. Ya no de los otros sino de la autoridad.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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