Antonio Mohamed, el “Turco” amante de los retos, llega al América en busca de revancha

19/12/2013 - 1:30 am
Foto: Cuartoscuro
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Ciudad de México, 19 de diciembre (SinEmbargo).- Dirigió una generación peculiar que vistió al futbol mexicano con sus pelucas de colores o sus máscaras previas a un partido. Comelón con talento, su principal enemigo fue siempre esa báscula reguladora que le ponían los directivos para condicionar su renovación. Pícaro desde nacimiento, llegó a sobornar a algún utilero para que desbalanceara el artefacto y no terminara de afectar sus ingresos para un nuevo torneo. Afable, es recordado por todos (compañeros y rivales) como una buena persona. Antonio Mohamed supo desde chico que su pierna derecha le daría de comer. Cuando llegó al profesionalismo, comprobó que había más beneficios que un simple salario.

Adicto a las sonrisas improvisadas, llegó a México y entre el camino se enroló a Toros Neza. Ahí, en un lugar maldecido por muchos, encontró el barrio dejado en la Argentina donde se hizo ferviente hincha de Huracán. El Globo fue su primer gran amor que le dejó la pelota. Elegido entre miles, debutó con su equipo, cerrando el círculo pasional que tantos sueñan. Para ese entonces, el “Turquito” era una figura prometedora de larga cabellera. Jugó en la difícil Primera B Nacional donde se curtió a base de toques rápidos para escapar de las duras entradas del rival. Tres años bastaron para que diera el salto a Europa con la Fiorentina. Pero a Tony lo llamaba la adversidad latina y regresó para jugar con Boca Juniors e Independiente, dos gigantes del mundo.

Su talento era tanto, que en 1993 llegó a Ciudad Neza para representar a un equipo sin mucha tradición. La misión era simple: convertirse en el referente deportivo y cultural del cuadro rojo. Un año antes de un derrumbe económico nacional, un argentino corría por las canchas nacionales con un toro enorme en el pecho. De pronto se dio cuenta que su estilo se adaptaba al futbol mexicano que apenas se incorporaba a las nuevas ideologías dejadas dos años atrás por César Luis Menotti en el Tri.  El territorio mexiquense dejó de lado su lamentable fama de suelo peligroso para presumir con pecho inflado que el mejor futbol del país se jugaba en sus aires.

Los Toros Neza se entregaron a una figura poco común el balompié nacional. Enrique Meza, con su personalidad de geriatra preocupado, lo ubicó libre en el terreno de juego. Mientras sus compañeros se mataban por recuperar la pelota, él trotaba como beisbolista recorriendo las almohadillas después de un home run. Cuando sus pies tocaban la pelota, el cambio de ritmo era mental. El esférico tomaba una nueva relevancia. El Estadio Neza 86, mundialista y descuidado a la vez, se llenaba de expectativa. La misma que al Turco le encantaba sentir en el ambiente. Se sabía un distinto, y como tal, se dio el lujo de ciertas excentricidades permitidas solo a los talentosos.

Pasaría por América y Monterrey con la misma forma de ser para después retirarse e irse directo al banquillo. Como jugaba, dirigía. Con lentes llamativos, haciéndole juego al traje fino, desfiló por Zacatepec, Morelia, Querétaro, Huracán (en 3 ocasiones), Jaguares, Veracruz, Colón, Independiente y Tijuana. En medio de esa travesía, hubo un hecho que modificó las formas de un ser sensible. Un dolor mayúsculo lo invadió cuando su hijo Faryd murió en Alemania en pleno mundial, tras un accidente automovilismo. Mientras él yacía en el suelo con la pierna ensangrentada y aturdido por el choque, su hijo partía de la vida mortal dejando un vació en alguien que se comía la vida.

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El difícil episodio le modificó ciertas formas de ser. Su estilo bajo a la mesura intelectual desde donde construyó un campeonato ilustre con los recién nacidos Xolos de Tijuana. La distancia entre su país y el punto más alejado en el norte de Latinoamérica terminaron su lazo contractual con el cuadro fronterizo. Regresó a Huracán, donde la suerte no lo acompañó. Mientras tanto, a lo lejos veía como el país se entregaba a lo que provoca el americanismo en plena época de bonanza deportiva. Miguel Herrera fue el asignado para comandar un barco maltratado llamado Selección Mexicana y el Turco fue elegido para ocupar el banquillo principal de las Águilas.

En 1997, Toros Neza vivió su etapa más productiva en su historia. Con una fortaleza colectiva se ganó su lugar en la Gran Final del balompié mexicano. Enfrente no había solo un equipo, sino gran parte de la afición mexicana. Las “Súper Chivas” fueron el rival. La adversidad de sentirse pequeños no pesó en el Mohamed, pero fue determinante para que el resultado se inclinara a favor del equipo tradicional. El Guadalajara consiguió su décima estrella, dejando sin premio a un grupo de amigos que jugaban futbol. Hoy, Mohamed es técnico del América. “Me pone muy orgulloso estar en este lugar porque siempre quise estar acá”, declaró en su presentación, sonriente como siempre. En la memoria está aquella derrota frente a Chivas. En busca de remediar el mal recuerdo, el tiempo lo ha puesto en el lugar indicado.

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