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Benito Taibo

19/10/2014 - 12:00 am

Esos héroes (III y última)

La semana pasada publiqué la segunda parte de esta entrega sobre esas imágenes que rondan mi cabeza desde el siglo pasado, y que algunas veces regresan para decirme que un acto individual, solitario, de una valentía estremecedora, pueden también cambiar al mundo. O por lo menos, la manera de percibir al mundo. Sí quieren leer […]

La semana pasada publiqué la segunda parte de esta entrega sobre esas imágenes que rondan mi cabeza desde el siglo pasado, y que algunas veces regresan para decirme que un acto individual, solitario, de una valentía estremecedora, pueden también cambiar al mundo.

O por lo menos, la manera de percibir al mundo.

Sí quieren leer la anterior, aquí les dejo la liga.

La fotografía que hoy les traigo, es tal vez la menos conocida y la más terrible  de todas. Confusa y fuera de foco es sin embargo, más clara que el agua.

A pesar de ser falsa.

Un hombre en llamas.

Un trozo de historia…

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A partir de marzo de 1939, Checoslovaquia se había convertido en un protectorado del Reich alemán, invadida sin haber opuesto resistencia militar. Hitler, nombró a uno de sus más crueles esbirros, Reinhard Heydrich como Reichsprotektor en  septiembre de 1941, pidiéndole que tuviera mano dura con el pueblo.

Entre septiembre y noviembre de ese año, mandó fusilar a más de 400 patriotas checos.

Durante su corto reinado, que terminaría con su muerte en mayo del año siguiente, más de 40 mil oponentes al régimen y miembros de la resistencia fueron enviados a campos de concentración y asesinados.

El 9 de mayo de 1945, el ejército soviético libera definitivamente Checoslovaquia, entrando en Praga.

El país, muy pronto sería tan sólo un estado satélite dominado férreamente por Moscú.

Pero a mediados de los años 60, una ola reformadora, encabezada por el secretario general del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubček, intentó crear un “socialismo con rostro humano”, alejándose de la dureza y ortodoxia del estalinismo comunista soviético.

En enero de 1968, y a pesar de estar en pleno invierno, ese movimiento y la ola de levantamientos y protestas serían conocidos en todo el mundo como la Primavera de Praga.

Muy pronto, campesinos, obreros y sobre todo estudiantes checos, se sumaron a la causa.

Y el 20 de agosto, se terminaría abruptamente el sueño.

Más de 200 mil soldados soviéticos, y dos mil trescientos tanques invadirían el país para “restablecer el orden”.

La foto que hoy traigo a colación no es verdadera.

Pero el hecho sucedió, ciertamente el 19 de enero de 1969, en la Praga ocupada.

 Concretamente, en la Plaza Wenceslao, un lugar en el centro de la capital donde habitualmente se llevan a cabo manifestaciones y protestas.

El hombre que arde en la imagen proviene de un documental rodado en 1989 y recrea la historia de Jan Palach, estudiante de la Universidad Carolina de tan sólo 21 años.

Se prendió fuego a sí  mismo para protestar contra la invasión a  su patria.

Un gesto heroico y muy posiblemente inútil.

Mezcla de desesperación y rebeldía suprema.

En la carta que deja escrita momentos antes de inmolarse, exige categórico, la abolición de la censura.

Prefiere morir antes que sus palabras sean acalladas.

Tal vez, el clima de libertad de expresión que se respiró en esos meses de 1968, hasta antes de la entrada de los tanques, fuera el aire libertario que le diera vida a todo el movimiento.

Alexander Dubček sería removido de su cargo y enviado a cumplir funciones de guardia forestal al norte de Praga.

Los restos de Jan Palach serían enterrados en el cementerio de Olsany.

Veinte años después, el destino volvería a reunirlos.

Durante la conmemoración de la llamada Semana Palach en la Praga de enero de 1989, comenzaron violentos enfrentamientos entre jóvenes manifestantes y la policía. Que seguirían con protestas masivas durante siete largos meses.

La revolución de terciopelo.

En otoño habría caído el partido comunista checo, y muy pronto, el muro de Berlín el 10 de noviembre.

El 26 del mismo mes, Dubček es aclamado en Praga por miles de compatriotas y designado presidente del parlamento.

En la plaza de Wensceslao, desde entonces, arde una llama en memoria de Jan Palach.

Yo nunca vi una foto de la inmolación de Jan Palach hasta ahora. La foto que recuerda el momento que nunca fue fotografiado.

Esa imagen del hombre de fuego permanecerá en mi cabeza para siempre.

Porque aunque no exista, existe.

Y representa a un héroe.

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