Parcial y subjetivo | Disintiendo del canon

19/10/2012 - 12:06 am

La semana pasada, antes de conocer quién sería el ganador del premio Nobel de literatura de este año, hice un listado con mis favoritos entre quienes lo han ganado recientemente. Confieso, ahora, que desconozco la obra de Mo Yan así que es imposible que hable de ella. Espero tener oportunidad de leer pronto sus libros y poder escribir al respecto. Como lo supuse hace una semana, el nombramiento de este autor ha generado polémica. Un tanto tibia, a decir verdad: no es venturoso hablar mal de un escritor al que no se conoce. Sin nada más que decir respecto a lo sucedido este año, debería cerrar el tema y pasar a otra cosa.

Sin embargo, el pretexto es suficiente como para continuar. Si la semana pasada me sumé a los galardones hoy disiento. La lista de los ganadores es tan larga como la de aquéllos a quienes la Academia ha excluido. Las razones son variadas: políticas, literarias, ideológicas, de compensación o, simplemente, el autor murió antes de que pudieran otorgarle el premio. Sean cuales fueren éstas, lo cierto es que una muy importante cantidad de escritores no obtuvo un galardón que merecían con suficiencia. Insisto, son demasiados. Por eso el listado de hoy será diferente. Incluiré al doble de autores que de costumbre. Todos ellos, a mi gusto, deberían ser merecedores del Nobel. A cambio, mi explicación será más breve: un mero acercamiento a las razones por las que lo merecían. Incluyo sólo a aquéllos que están muertos (los vivos siguen teniendo oportunidad) y sólo a quienes vivieron durante la existencia del galardón (de lo contrario tendría que iniciar con Cervantes y Shakespeare y terminar en la Grecia antigua, o viceversa).

En busca del tiempo perdido

Cuando las historias no son lineales suele presentarse el problema del manejo del tiempo. Un recuerdo no es lo mismo que una analepsis. Sin embargo, pueden parecerlo. Marcel Proust ha sido capaz de crear una nueva forma de desplazarse a lo largo de la línea temporal del relato para que los personajes se muestren como lo han sido a lo largo del tiempo. Así, el narrador muestra la distancia entre el que es y el que ha sido, consiguiendo verdaderos prodigios técnicos.

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La metamorfosis

Franz Kafka, probablemente, es el último gran autor que encarna el estereotipo del escritor atormentado y enfermo. Quizá por eso su narrativa se ocupó tanto de lo que le perturbaba como de su sentir personal. Para él la escritura también era una forma de resolver las cosas. Su estilo único permitía críticas a la burocracia en medio de parajes imposibles. Como nadie, fue capaz de modificar las reglas de la diégesis para hacer que sus obsesiones se tornaran tangibles.

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El Áleph

Erudito en toda la extensión de la palabra, a Jorge Luis Borges se le conoce como uno de los grandes cuentistas de todos los tiempos. Pese a la recurrencia de algunos temas (lo infinito, lo eterno, el azar, el absoluto, lo insondable y algunas mitologías religiosas), sus cuentos tienen una manufactura única: utiliza las palabras con una precisión envidiable. Tal vez sea por eso que también es un gran poeta, aunque se le conozca menos como tal. Llevó, entonces, al lenguaje a sus más profundas consecuencias.

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El último encuentro

El pretexto parece ser de carácter político: Sándor Márai fue un escritor que supo hacer propios los problemas de su nación. De ahí que su obra incluya esta perspectiva del mundo. Sin embargo, no es esa óptica la que llega a sus lectores actuales. Al contrario: ha sido capaz de retratar el drama humano al margen de su contexto. La decadencia que muestra es tan presente en la Hungría ocupada como en nuestros días.

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Rayuela

El divertimento nunca había sido algo tan serio. La literatura de Julio Cortázar parece construida bajo la premisa de que no hay nada más importante que atreverse. Sin embargo, él no es uno de tantos autores que hacen propuestas formales que no terminan de cuajar. Al contrario, consigue que su manejo único de la forma llegue a niveles insospechados al tiempo en que cuenta historias vívidas y palpables. Un revolucionario que tiene mucho de la vieja escuela. Un escritor que, además, se adentró casi en todos los géneros literarios.

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Germinal

Émile Zola tendría que haber sido el primero en ganar el Nobel (murió un par de años después de iniciado el premio). Es el padre y mayor exponente del Naturalismo. Así, fue capaz de mostrar la parte más cruda de la realidad, llevando a sus personajes a sufrimientos que lindan con lo inhumano pese a que apenas son una muestra de lo que vivían las personas en esos tiempos. Sus personajes y las historias que cuenta no sólo hacen un retrato de una sociedad codiciosa y en decadencia, también se centran en el dolor de la experiencia humana cuando está en esa circunstancia.

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Ulises

La idea de “obra maestra” está asociada a James Joyce de forma incuestionable. Aun cuando el resto de su obra cuenta con un gran nivel, lo cierto es que Ulises ha conseguido demasiadas cosas. Hay quien asegura que revolucionó la literatura (afirmación siempre peligrosa) y fanáticos que siguen los pasos del protagonista por las calles de Dublín. Joyce consiguió darle una nueva densidad a la tribulación humana. Desde el monólogo interno hasta la angustia existencial, leerlo es adentrarse en algo con la consistencia de lo único.

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La muerte de Artemio Cruz

La esperanza del Nobel para Carlos Fuentes estuvo tan latente como la polémica por la calidad de su obra tardía. Sin adentrarme a esa polémica, lo importante es que todos coinciden con la calidad de algunas de sus novelas, incluso hasta considerarlas clásicas. Entonces no se requiere mayor justificación. No sólo fue un autor sumamente prolífico con una clara idea de su obra entendida como un todo, también fue alguien que no se cansó de innovar cuando cualquiera en su circunstancia hubiera optado por la fórmula fácil. Así, ha sido capaz de llevarnos de la tristeza al miedo, de la magia al crudo realismo, del aquí al ahora y todo con una prosa inconfundible y poderosa.

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Guerra y Paz

León Tolstoi es uno de los mayores exponentes del realismo ruso, algunas de sus novelas son consideradas clásicos indiscutibles, vivió acorde con sus principios y, además, ha conseguido dejar a personajes entrañables en la historia de la literatura. Para que el realismo le funcione, sus novelas manejan una cantidad considerable de personajes que van más allá del nombre propio. El lector puede sumarse a cada una de las causas sin mayor problema: el dibujo de la personalidad de cada uno está tan bien logrado que parece como si los conociéramos de toda la vida.

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Pedro Páramo

Habría sido difícil que Juan Rulfo obtuviera el galardón: su obra es muy breve. Sin embargo, eso no impide que se haya vuelto un referente de la literatura nacional e, incluso, en el resto del mundo. Mencionar a Rulfo implica abrir un panorama a un tiempo desolador y maravilloso. El prodigio se consigue cuando se suma un contexto cargado de magia a personajes que saben resistir, que ven a la muerte como una continuación de la vida y que dejan que sus ambiciones se esfumen con el polvo. Si, además, se considera que fue capaz de refigurar el lenguaje con maestría, sus méritos están sobrados.

 

Podría continuar la lista pero he preferido quedarme cerca de mis afectos. Si en mi entrega anterior se creó la impresión de que apoyaba a la Academia sin ambages, ahora podrá parecer que la repudio. Ni lo uno ni lo otro: a veces coincido con lo premiado y, en ocasiones, no. No soy nadie para esgrimirme como autoridad y, si me sumo a la polémica, es con fines lúdicos. Lo cierto es que durante su historia han acertado y se han equivocado. Como lo haría cualquiera de nosotros.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.
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