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Antonio Salgado Borge

19/08/2016 - 12:01 am

Mentirocracia mexicana

Que un político falte a la verdad en México no es nada nuevo. Los mexicanos nos hemos habituado a rabiar las mentiras de nuestros gobernantes y, con razón, nos mostramos incrédulos ante la mayoría de sus dichos o promesas.

Los mexicanos contamos con amplia experiencia en el tema, y cada día tenemos más claro que vivimos en una mentirocracia. Foto: Cuartoscuro.
Los mexicanos contamos con amplia experiencia en el tema, y cada día tenemos más claro que vivimos en una mentirocracia. Foto: Cuartoscuro.

Que un político falte a la verdad en México no es nada nuevo. Los mexicanos nos hemos habituado a rabiar las mentiras de nuestros gobernantes y, con razón, nos mostramos incrédulos ante la mayoría de sus dichos o promesas. ¿Debemos creer a Enrique Peña Nieto cuando dice que no hay conflicto de interés en el “préstamo” que le hizo a su esposa el grupo Pierdant? ¿O a Margarita Zavala, cuando se presenta como una figura independiente de su marido, capaz sacarnos de la crisis de inseguridad en la que éste nos hundió? ¿Son verosímiles la forma y el fondo de la «3de3» de AMLO?

El escepticismo hacia la honestidad de la clase política no es exclusivo de nuestro país; incluso en lugares con democracias exitosas existe también un permanente margen de desconfianza hacia sus dirigentes. Este “perjuicio de la duda” es en principio positivo –toda actitud escéptica suele serlo-, ya que es el primer paso hacia una permanente vigilancia y la puerta de entrada a la rendición de cuentas. Sin embargo, en años recientes algo ha salido mal. Incluso en países cuyas democracias consideramos ejemplares, como Estados Unidos o Gran Bretaña, han surgido mentirosos profesionales como Donald Trump o Boris Johnson que han modificado exitosamente, y para mal, el sentido de la agenda en sus respectivas arenas políticas. Lo cierto es que en 2016 las mentiras están de moda, son lucrativas y, en aras de competir por el poder, prácticamente cualquier sinsentido termina siendo aceptable.

Los mexicanos contamos con amplia experiencia en el tema, y cada día tenemos más claro que vivimos en una mentirocracia. Sin embargo, esta homogenización es peligrosa porque puede inducirnos a la inacción. Nuestro reto no es, por ende, simplemente identificar a los mentirosos, sino distinguir las clases de mentiras que nos recetan y reclamar directamente a quienes las defienden.

Tiene razón López Obrador cuando dice que, al retratarlo como mentiroso, sus adversarios quieren meterlo al costal de descrédito en que éstos se encuentran; sin embargo, el tabasqueño emplea una estrategia análoga cada vez que dibuja la conocida frontera entre Morena y los tramposos de la “mafia del poder”. Es evidente que AMLO, Zavala y los priistas tienen marcadas diferencias sustanciales –trayectoria, ideología, intencionalidad…- que no serán tema de este texto; pero me parece que una de esas diferencias no es hablar con la verdad. Si todos pueden llamar al adversario mentiroso es porque lo son, y porque difieren exclusivamente en su estilo de mentir. Acudo a tres posibles ejemplos para ilustrar lo anterior:

  1. A) “Miento y me tiene sin cuidado”. Esta es la estrategia favorita del PRI, y es quizás la más indignante de todas. Los priistas no se esfuerzan siquiera en que sus mentiras parezcan verdades, sino que responden, en automático y fríamente, recitando que no hay nada ilegal en arreglos claramente inmorales.

Enrique Peña Nieto retrata a la perfección el estilo de mentiras empleado por su partido. Es muy probable que cuando el Presidente explica que el préstamo que recibió su esposa en Miami fue un “favor”, o que la “casa blanca” fue comprada con el fruto de su trabajo, su intención no sea convencer a nadie, sino llenar un silencio que de otra forma sería ocupado por la indignación generada por una no-respuesta. Los priistas buscan acomodar las acusaciones de tal forma que sean juzgados con criterios de verdad que les acomodan –casi siempre aprovechando vacíos para volver legal lo inmoral e ilegal-, aunque el juego se les complica porque a la mayoría de los mexicanos esto ya no les resulta convincente. Lo que es peor para los priistas, en ocasiones ni siquiera en esa cancha pueden salir avante.

  1. B) “Miento no diciendo la verdad (y mi carrera es una mentira)”. Hay personajes que surgen “de la nada” y que se presentan, de un día para otro y sin méritos personales visibles, como grandes opciones de cambio. Su principal mentira es, por ende, el personaje mismo, aunque una vez abierta esa puerta es altamente probable que lo que siga sea una cascada de mentiras. Este es el caso de Margarita Zavala. La panista se ha atrevido a proyectarse como una opción transformadora sin contar con credenciales de ninguna índole –más allá de la influencia política de su marido-, situación que no es irrelevante si consideramos que es prácticamente imposible que la ex primera dama no tenga conocimiento de causa las corruptelas del sexenio calderonista, de los entretelones de la nefasta “guerra contra las drogas” o de los arreglos que el PAN tejió con el PRI durante seis años.

Por si esto no fuera suficiente, la esposa de Felipe Calderón apuesta en su discurso por no decir nada significativo y por ocultar, siempre tras una sonrisa y rostro amable, sus verdaderas posiciones e intenciones. Es posible que con esta estrategia pretenda evitar tener que expresar verdades incómodas –también es posible que realmente no tenga nada que decir, aunque para eso está sus asesores-.

  1. C) “Miento, luego ¿soy o simplemente me hago?” De AMLO se podrá decir que es honesto y –para bien o para mal- fiel a sus principios; pero sólo sus seguidores más devotos pueden afirmar que dice siempre la verdad. Las amnistías prometidas a sus otrora archienemigos, su simpatía y posterior distanciamiento de la CNTE y la presentación de su 3 de 3 es tan sólo algunos de los ejemplos más reciente de las contradicciones del tabasqueño.

En el caso su «3de3», a pesar de que contó con meses para entregar los formatos requeridos, López Obrador lo hizo, aparentemente movido por la presión pública, apenas la semana pasada. Además, la narrativa del presidente de Morena es, por decir lo menos, sospechosa. Ante las justificadas críticas, AMLO ha afirmado que su retraso se debió a que no tuvo tiempo –de presentar algo que terminó siendo nada- y que lo informado coincide con una vida ya no sólo austera, sino rayana en el ascetismo. ¿Por qué medirse con una vara tan alta y poco realista?

Existen al menos dos posibles motivos para ello: 1) AMLO simplemente no tiene la capacidad de entender lo que se espera de él, la importancia de rendir cuentas y probar la integridad que pregona, con cual envía una pésima señal de lo que nos espera en caso de resultar presidente; o 2) AMLO miente y, al igual que EPN o Margarita Zavala, pero con su muy personal estilo, intenta malabares con tal de zafarse del escrutinio público.

Lo cierto es que López Obrador ha desperdiciado por enésima ocasión una oportunidad de hacer bien las cosas y, de nueva cuenta, ha dejado un mal sabor de boca a los que podríamos terminar votando por él pero que no estamos convencidos.

Si bien toda elección presidencial termina por ser determinante, dado nuestro trágico estado actual de cosas es posible afirmar que la disputa electoral de 2018 será fundamental para la viabilidad de nuestro país. En este contexto, uno de los grandes retos que tenemos como sociedad es lograr que las simpatías hacia el candidato o partido de nuestra preferencia no nos lleven a aceptar acríticamente todo lo que éste dice como verdad. Es justamente al individuo por el que votaremos al que debemos reclamar con mayor intensidad que no nos mienta; en caso de no hacerlo, nos estaríamos conformado con seleccionar nuestras mentiras favoritas en el catálogo que tenemos disponible. Si permitimos que la contienda presidencial siga siendo, como hasta ahora, un duelo de falsedades, lo único que nos cabría esperar es otro presidente mentiroso, y otra presidencia de mentiras.

 

Twitter: @asalgadoborge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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