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Germán Petersen Cortés

19/08/2014 - 12:03 am

¿Para eso quieren el poder?

El reciente escándalo a raíz de la fiesta de Luis Alberto Villarreal y otros connotados panistas invita a reflexionar para qué quieren el poder las nuevas generaciones de políticos. Es cómodo quedarse en el lugar común de que los políticos viejos son los de las mañas mientras los jóvenes son los de la esperanza, sin […]

El reciente escándalo a raíz de la fiesta de Luis Alberto Villarreal y otros connotados panistas invita a reflexionar para qué quieren el poder las nuevas generaciones de políticos. Es cómodo quedarse en el lugar común de que los políticos viejos son los de las mañas mientras los jóvenes son los de la esperanza, sin reparar en que abundan jóvenes que apenas comienzan su trayectoria pública para quienes dedicarse a la política tiene sentido solo porque les permite excederse en frivolidades. Se trata de meros cazadores de los excesos legales e ilegales que el poder político posibilita en México.

¿Qué sentido tiene la actividad pública para los políticos jóvenes? Muchos ni siquiera se lo han preguntado. Entre aquellos que sí se lo han preguntado, hay quienes –me consta– quieren el poder para contribuir a que el país se encamine hacia lo que consideran un futuro mejor. Coincidamos o no con su idea de futuro mejor y con los caminos que tracen para ello, no se les puede regatear que apuestan por lo que les parece el bien para la sociedad. En el otro extremo están quienes solo buscan el bien para sí mismos. Dentro de este conjunto se encuentran justamente los que ambicionan el poder tan solo porque implica márgenes más amplios de impunidad, micrófonos y reflectores, relaciones con personajes importantes, dinero en abundancia, ocasiones para hacer favores (y luego cobrarlos, desde luego), convertirse en objeto de deseo y, con todo ello, deleitarse en superficialidades.

Estos jóvenes políticos empeñados en cazar excesos se dedican a lo público para embriagarse en lugares cada vez más exclusivos; quitarse de encima, con toda prontitud, a las autoridades que osen marcarle un alto a sus abusos; comprarse más trajes Zegna, corbatas Hermès o zapatos Ferragamo, aunque ya no quepan en el guardarropa (¡qué importa, hombre, lo ampliamos!); cambiar el Mercedes-Benz de hace dos años por el nuevo modelo; obtener a la mala el permiso para el restaurante del amigo, la asignación directa para la empresa del conocido o la licencia de construcción para el edificio del pariente (con su respectiva tajada, por supuesto); cortejar a mujeres atractivas, que de preferencia estén obnubiladas por su poder.

No tiene nada de malo que los políticos, y ultimadamente cualquier persona, gasten su dinero en aquello que más les guste, independientemente si se trata de frivolidades o no. Si el sueldo les permite costearse lujos y así quieren hacerlo, tienen todo el derecho de procurárselos. Lo preocupante es que parte del presente del país y sobre todo del futuro está en manos de jóvenes que actualmente, muy lejos de dedicarse a lo público para servir, están ahí exclusivamente –ojo, eso es justo lo alarmante: exclusivamente– para servirse, y no servirse cualquier cosa sino frivolidades en exceso.

En fechas recientes, el PAN ha dado muestras de que en sus filas hay no pocos políticos de esta ralea: primero los funcionarios de la Delegación Benito Juárez en Brasil y ahora los enfiestados de Villa Balboa. Sin embargo, el problema trasciende al PAN. El Partido Verde tiene años especializándose en el reclutamiento de perfiles como estos y entre los jóvenes priistas, sin duda hoy los más empoderados, abundan casos así. Es más: dado que estos jóvenes políticos están obsesionados con las frivolidades y por ello orientan su actuar solo en función de estas, tienden a cambiar con frecuencia de partido, según la coyuntura.

Dentro del perfil general hasta aquí descrito, hay variantes: está el junior, que apadrinado por un familiar o un amigo de la familia escala en el servicio público o en un partido político; está también el que, más por fortuna que por otra cosa, le apuesta a un político en ascenso, lo que repentinamente le permite acceder a las más altas esferas del poder político; está por otra quien por ser líder en su escuela o colonia, lo contacta algún partido y desde ahí comienza a proyectarse.

¿Hay hoy más de estos políticos que antes? Quién sabe. Hacen más ruido, eso sí. Quizá debido a la potencia de las redes sociales. También a que sus excesos son mucho más escandalosos que los de hace algunas décadas, por la sencilla razón de que el menú de productos y servicios a su disposición es infinitamente más amplio que el que tenían jóvenes con su perfil hace veinte o treinta años.

Para alguien con estatura de miras, el poder político puede servir para infinidad de cosas: reformar leyes, diseñar políticas públicas, crear instituciones, liderar equipos, evaluar avances, traducir valores en planes de gobierno, transformar realidades. Aun con este amplio menú de opciones, hay quienes se dedican a la política solo para excederse en superficialidades. Dado que lo fatuo de sus motivaciones parece increíble, habría que preguntarles: ¿para eso quieren el poder?, ¿de veras?

@GermanPetersenC 

Germán Petersen Cortés
Licenciado en Ciencias Políticas y Gestión Pública por el ITESO y Maestro en Ciencia Política por El Colegio de México. En 2007 ganó el Certamen nacional juvenil de ensayo político, convocado por el Senado. Ha participado en proyectos de investigación en ITESO, CIESAS, El Colegio de Jalisco y El Colegio de México. Ha impartido conferencias en México, Colombia y Estados Unidos. Ensayos de su autoría han aparecido en Nexos, Replicante y Este País. Ha publicado artículos académicos en revistas de México, Argentina y España, además de haber escrito, solo o en coautoría, seis capítulos de libros y haber sido editor o coeditor de tres libros sobre calidad de vida.

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