¿Quién fue el peor Presidente del PRI?

19/03/2012 - 12:03 am

Mi primer recuerdo relacionado con la política es del primer domingo de julio de 1976. Estaba en el asiento trasero del auto de la familia, mi padre en el asiento del conductor y mi madre en el de copiloto. Tenía entonces cuatro años y no me acuerdo si mi hermana de año y medio estaba a mi lado, en el regazo de mi madre o en casa.

Estoy seguro del día pues acababan de votar y mi madre preguntaba si el PRI era el mejor partido, a lo que mi padre contestó que al menos era el que siempre ganaba. Para mí, que había aprendido a leer de manera autodidacta para ese entonces, las siglas estaban asociadas con la victoria: “PRImero”.

Con el paso de los años mi interés por la política fue creciendo, en parte porque me interesaba sobremanera la propaganda política con sus logotipos y jingles, y en parte porque la única materia que me interesaba en la primaria era ciencias sociales.

Conforme crecía comenzaba a darme cuenta que el Presidente que se había electo en 1976 había sido un nefasto y que a su gobierno, junto con el de su antecesor, se le conocía como la “Docena Trágica”. Mientras mis compañeros cantaban la canción del osito panda (con la letra normal y las obscenidades que todo niño inventa a esa edad) veía que las monedas eran cada vez más pequeñas y juntaban ceros; aunque me costó algo de trabajo al principio darme cuenta que el dinero valía menos por ello. Y no importaba lo que pasaba, siempre se decía que el Presidente que salía era lo peor pero el que vendría resolvería las cosas.

Durante la secundaria, por recomendación de mi profesor de civismo, comencé a leer el periódico y la única opción no oficialista era La Jornada. A pesar de su línea editorial, era un espacio plural que hasta tenía de editorialistas a Carlos Castillo Peraza y a un tal Felipe Calderón Hinojosa. Supe entonces que Carlos Salinas de Gortari instrumentaba políticas llamadas “neoliberales”, que  estaban acabando con la clase trabajadora. Como parecía suceder siempre, al poco tiempo de terminar su mandato aparecieron muñecos de él como presidiario, las caricaturas lo dibujaban como el chupacabras y tuvo que emigrar a Dublín. Ya para ese entonces la gente se refería al PRI como la Casa Pedro Domecq, pues a ambos cada vez “les salía peor el Presidente” (Ojo: no me consta porque prefiero el mezcal al brandi).

Sin embargo, también se hablaba de la alternancia democrática y los beneficios que traería si cambiásemos de partido en el poder. De adolescente recuerdo el 88, la caída del sistema y la percepción de que el gobierno sólo se sostenía por el fraude. Estaba en los últimos semestres de mi carrera cuando la campaña del 94 con el asesinato a Colosio y me entusiasmó ver a Vicente Fox triunfar en el 2000.

Y como pasa con mucha gente en 2012, percibo que todos habíamos idealizado a la democracia por décadas –o al menos la idea limitada que teníamos de ésta–. Es decir, tal vez se debió al mismo tiempo revisar las reglas del juego en algún momento entre 2000 y 2006 para generar un sistema más moderno. En ese sentido tal vez los presidentes del PRI que me tocó ver no eran precisamente “malos” en sus habilidades personales sino que casi todos se limitaron a administrar un país cuyas instituciones habían quedado (y siguen estando) rebasadas desde hacía rato.

¿A qué me refiero? Hacia finales de los años treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado se diseñó el sistema político que todavía nos gobierna. Hablamos de un Presidente que, al ser el titular de una maquinaria política (el PRI), controlaba los accesos a las candidaturas a través del hecho de que nadie podía competir por el mismo puesto (no reelección). La estructura era vertical y estaba diseñada para que el Estado interviniera en todos los aspectos de la vida nacional (corporativismo).

Para decirlo de otra forma, el sistema político que conocemos fue diseñado para generar control y no crecimiento, competitividad o desarrollo. ¿Por qué pareció funcionar? Porque tras la Segunda Guerra Mundial hubo décadas de crecimiento económico a nivel mundial y México no se escapó de esa dinámica, aunque creció menos que otros países que abrieron sus economías (1). En breve, el PRI funcionó muy bien en un país cerrado en sus fronteras, poco desarrollado económicamente (y por ello con una pluralidad social limitada) y sujeto a una dinámica de crecimiento.

Es por eso que el PRI comenzó a entrar en problemas conforme aparecieron clases medias que no entraban en las viejas estructuras durante los años sesenta. Tampoco es coincidencia que la “Docena Trágica” coincidió con la crisis del estado benefactor hacia finales de los años setenta. Por otra parte las políticas “neoliberales” de Salinas y Zedillo fueron parciales, selectivas y llevadas a cabo con escasa transparencia, por lo cual tenemos un entorno que tiene todas las desventajas del liberalismo y el estatismo sin ser por completo uno u otro.

Lo peor: ninguno de nuestros partidos tiene interés en definir el debate en la medida que todos se benefician del control vertical que ejercen sobre los territorios que gobiernan gracias a la reglas como la no reelección inmediata de legisladores y autoridades municipales. Y el hecho de que todo empieza desde cero con cada administración no permite generar instituciones fuertes para enfrentar problemas como (digamos) el crimen organizado.

Bajo este punto de vista, los presidentes de 1940 a 1970 se limitaron más bien a administrar un régimen que, con sus bemoles, era más o menos funcional. Entre 1970 y 1982 se intentó revitalizarlo a través del gasto público. Y hasta 2000 se hicieron intentos de modernizarlo que no queda claro si con miras hacia su democratización plena o consolidar una nueva hegemonía a través de discursos como el “liberalismo social”, sea lo que eso signifique.

¿Quién fue el peor Presidente del PRI? Antes de atacar a quienes se limitaron a administrar los problemas que generó un sistema político, aprovechemos el pasado domingo 18 de marzo y su efeméride para ver con otra perspectiva al autor de las reglas del juego vigentes: Lázaro Cárdenas.

 

(1) Quien desee saber más a fondo del tema recomiendo “Cien años de confusión”, de Macario Schettino. Está publicado en Taurus.

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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