I.
¿Han intentado alguna vez “contar” una foto? Es decir, ¿han intentado hacer el relato de una imagen que por alguna razón los emociona o los conmueve? Hablar del momento en que fue tomada, si hacía frío o calor, si era de noche o tal vez una tarde de otoño, si quien sacó la foto preparó la escena o fue obra del azar, si transmite desasosiego o plenitud, si obliga a desviar la mirada o quizás a detenerse con fascinación en cada detalle.
Me gusta mirar fotos. Me gusta recorrer las fotos del álbum familiar, pero también las fotos de otras historias y otras memorias. Y me gusta la fotografía como arte, como lenguaje estético. Adoro perderme en los paisajes infinitos y dolientes de Rulfo, en los rostros potentes de Tina Modotti o de Manuel Álvarez Bravo, en las mágicas mujeres de Graciela Iturbide o de Lucero González, en las escenas inquietantes de Pedro Meyer, o en los ángeles siempre un poco demoníacos de Lourdes Almeida. ¡Vaya tradición de fotógrafos que tiene México! Pero tanto como mirar fotos, o a veces más, me gusta que me las cuenten. Ya Juana Inés “contaba” su retrato: “Éste que ves engaño colorido / que del arte ostentando los primores / con falsos silogismos de colores / es cauteloso engaño del sentido…” Eso: me gusta que me cuenten las fotos. Los relatos me resultan cálidos, sugerentes, seductores. Frente la famosa frase de marketing: “Una imagen vale más que mil palabras”, yo pongo por encima mi necesidad de palabras. Siempre.
Quizás por eso me sedujo tanto la novela de Jonathan Coe, La lluvia antes de caer. En ella, una mujer deja al morir varias cintas grabadas en las que va describiendo veinte fotografías, narrándolas, dándoles densidad de vida. Cada una de esas fotos cuenta una parte de la historia de la familia, y su relato está destinado a quien fuera una niña que quedó ciega a los tres años, mucho tiempo atrás. La belleza de esa novela está en gran medida en la “presencia / ausencia” de las imágenes sobre las que se construye la narración. La magia se quebraría si se hubieran incluido esas fotos, por supuesto.
Esa misma magia que es también sabiduría y pudor ante el dolor de los demás, como dijera Susan Sontag, es la que me conmueve en la obra de Alfredo Jaar, Muros de silencio. Jaar viajó a Ruanda inmediatamente después del genocidio que en 1994 le costó la vida a 1,000,000 de personas -¡10mil personas fueron asesinadas cada día durante tres meses!-. La idea de mostrar las fotografías que tomó le pareció intolerable. ¿Cómo se muestra una masacre? Frente al despliegue del horror que cotidianamente vemos en los medios, eligió contar a través de la ausencia de imágenes. “Muros de silencio” es una instalación formada por veinticinco cajas negras que son como veinticinco lápidas. Dentro de las cajas están las fotografías. Lo que vemos no son las fotos sino el texto que hay sobre cada una de las cajas describiendo la imagen que guarda en su interior. Las palabras cuentan el espanto.
II.
Hace unos años, quienes conocíamos el recorrido artístico de Pedro Tzontémoc fuimos sacudidos por su impresionante libro Locuralocúralocura (Artes de México, 2011). Se trata de un recorrido por la enfermedad que durante años lo llevó a ver a más de cincuenta profesionales en busca de diagnóstico y tratamiento. Médicos alópatas, homeópatas, tradicionales, new age, curanderos y especialistas de todo tipo, de México a París, no lograron diagnosticar con certeza lo que estaba sucediendo en el cuerpo del fotógrafo.
Escribe el propio Pedro: “Esclerosis múltiple, embrujado por una mujer despechada, un nervio lastimado y algunas otras sospechas, han sido los diagnósticos de los cincuenta y dos tratamientos a los que me he sometido hasta que la medicina oficial da su última palabra: ‘Dejen de buscar’ (…) “Nueve años recorriendo un camino que parece cerrarse en el punto de partida. Hace nueve años no tenía idea de lo que estaba ocurriendo; hoy tampoco… Me he enfrentado a la soledad, me he obligado a la paciencia y he sobrevivido, no sé cómo, a la frustración. Es tiempo de dirigir la búsqueda hacia dentro de mí mismo: entender la inmovilidad como consecuencia de la somatización de algún asunto no resuelto, perdido en el laberinto de mi memoria. Podría estar equivocado, pero todos lo han estado hasta el momento. (…) Durante diez años me he movido entre la cura y la locura”.
El viaje al que lo acompañamos a través de imágenes y textos “contiene dolor y fuerza poética”, como lo dijo Arnoldo Kraus. Ese mismo dolor y esa misma fuerza poética, están hoy en sus Fotos escritas[1]. Pequeños relatos que son notas, confesiones, reflexiones, que surgen a partir de una sensación siempre presente: la sensación de que la realidad rebasa cualquier intento por aprehenderla. Y sin embargo, todos ellos intentan asir lo que sucede en “un fragmento de segundo” (frase que se repite en cada uno de los textos). Pedro, creador y coordinador además de la maravillosa colección “Luz portátil” de Artes de México, mira el mundo con los ojos del fotógrafo y lo relata con la inquietud del poeta. Lo no fotografiado se convierte así en un espacio de comunión con las palabras, espacio de diálogo, de complicidad, que recupera la sabiduría de aquel viajero que Ítalo Calvino llamara Marco Polo en uno de sus libros más bellos. ¿No es acaso relatar imágenes lo que hace el veneciano ante el Gran Kahn? Pedro viaja por paisajes de dentro y de fuera de sí mismo y comparte con nosotros el brillo de sus descubrimientos, sus profundidades, sus dolores, la felicidad de lo que dura apenas un instante: sus fotos invisibles tienen la densidad amorosa y compleja de las ciudades de Calvino.
Vuelvo a Jonathan Coe para cerrar estas líneas:
No me importa que llueva en verano. Hasta me gusta. Es mi lluvia favorita.
– ¿Tu lluvia favorita? –dijo Thea-. Pues la mía es la lluvia antes de caer.
– Pero, cielo, antes de caer en realidad no es lluvia. (…) Es sólo humedad. Humedad en las nubes. (…)
– Ya sé que no existe. Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz. ¿no?
Quizás por eso, porque no hace falta que algo sea “de verdad” para que nos haga felices, me gusta que me cuenten las fotos. O, diciéndolo de otro modo: quizás no haya mayor creación de verdad que la de las palabras y sus relatos, ¿no es cierto, Marco Polo? Y ése es, sin duda, uno de los rostros de la felicidad.
[1]“Fotos escritas”
http://escribirfotografia.blogspot.mx/search/label/fotograf%C3%ADa%20sin%20c%C3%A1mara