En los paseos vespertinos por la ciudad de Mérida, Yucatán, es común encontrar mujeres y niños que llevan consigo un prendedor llamativo muy poco usual. Se trata del escarabajo Zopherus chilensis, mejor conocido como Maquech, ataviado con cuentas de colores brillantes en su espalda sostenido por una cadena dorada para impedir su escape. Los maqueches pertenecen al grupo de escarabajos conocidos comúnmente como pinacates, de la Familia Zopheridae. Los maqueches viven en los bosques tropicales secos que van desde el sur de California pasando por México hasta Colombia y Venezuela. Se les encuentra sobre los troncos muertos caídos, y generalmente pasan desapercibidos pues su coloración se confunde con los colores y textura de la madera. Las larvas de los maqueches aún no han sido descritas, pero se cree que viven entre las raíces del suelo como sus parientes cercanos de la misma familia. Los adultos tienen una coloración poco llamativa que va de café parduzco a café oscuro y miden entre 1.5 y 2 cm de largo.
Los maqueches tienen la particularidad de ser detritívoros, es decir que se alimentan de materia orgánica en descomposición, ya sea de troncos, hojas, o pedacitos de animales muertos. Esta forma de alimentación es muy importante pues ayuda a que los nutrientes que estaban contenidos en los seres vivos se reintegren al suelo en partículas más pequeñas, que a su vez forman el alimento de las bacterias y hongos.
En realidad los maqueches podrían pasar desapercibidos al ojo humano y estarían viviendo su cotidiana vida tranquilamente, alimentándose de materia vegetal en los bosques de la península de Yucatán, si no fuera porque los mayas decidieron usarlos como adorno. Para emperifollar a los maqueches se utilizan vidrios pequeños de colores que son fijados a los élitros (alas endurecidas) y a la cabeza de los escarabajos con pegamento y en la región entre su tórax y abdomen se coloca una cadena dorada para sujetarlos. Existen registros históricos que apuntan a que el uso ornamental del maquech tiene su origen en la tradición prehispánica maya. La leyenda cuenta que existía un idilio amoroso entre una princesa maya y un muchacho de la plebe con el que no podía contraer matrimonio. El muchacho pidió a los dioses ser convertido en un animal que pudiera estar siempre al lado de su amada princesa. El deseo le fue concedido y el muchacho se convirtió en un maquech. La princesa adornó al escarabajo con piedras preciosas y lo amarró a una cadenita de oro que traía prendida en su blusa, así el muchacho-maquech estuvo siempre junto al corazón de su amada.
La tradición de traer el maquech prendido en la ropa persiste y actualmente es una curiosidad local que fascina a los turistas, de hecho los venden hasta en el aeropuerto de Mérida como souvenir. Sin embargo, también existe una controversia ética con respecto a los derechos de los animales, cuestionando que tan válido es “adornar” a un escarabajo para presumirlo por las calles, no queda muy claro el bienestar del escarabajo, probablemente él preferiría estar haciendo su vida debajo de los troncos en las selvas yucatecas. La realidad es que poca gente se preocupa por los derechos o sentires de los bichos, en este caso de los escarabajos, asumiendo que los insectos siempre ocurren en gran abundancia y que no corren ningún peligro. En este caso en particular no hay estudios que nos provean de información acerca de su abundancia en las selvas, pero mas allá de su estatus de conservación, el problema ético persiste, ¿es válido utilizar a los insectos con fines ornamentales? ¿Ustedes que opinan?
*Una versión anterior apareció publicada en La Jornada Michoacán.