Óscar de la Borbolla
18/12/2023 - 12:03 am
Releyendo descubrí la palabra
Nuestro mundo depende de que uno honre su palabra y uno vale en la medida en que tiene palabra. Qué grave es la crisis de una sociedad integrada por personas que no tienen palabra o de personas que no tienen confianza en la palabra del otro.
Estoy de vacaciones y de pronto me vi no sólo con más horas, sino con horas más largas, y paseando frente a mi librero, turisteando en mi casa, topé con la Odisea. Hace muchas décadas había estudiado esa obra para mi tesis de licenciatura y yacía ahí intocada como todo aquello que damos por visto. La tomé sin curiosidad, sencillamente porque sí, pues, según yo, la seguía recordando, sin embargo, al leer las primeras líneas me encontré con un texto completamente extraño, prácticamente nuevo, y mi asombro fue en crecimiento conforme avanzaba.
Qué infiel es la memoria y cuánto cambia uno con el paso del tiempo: el texto era, a qué dudarlo, el mismo, pero el de mi recuerdo había enflaquecido, en mí sólo perduraba la idea general, el esqueleto abstracto de la trama: no los matices ni los giros; y a medida que avanzaba salían asuntos cuyo calado era incuestionablemente más hondo, más rico, absolutamente novedoso: era yo quien con los ojos que hoy poseo lograba vislumbrar lo que antes me había pasado invisible.
No ha transcurrido en vano mi vida y ha sido en dos sentidos: hoy leo tras unos lentes de muchas más dioptrías, pero con una mente que se ha cargado de reflexiones y experiencias que me permiten entender de otra manera, y paso a un par de ejemplos:
El primero fue un desacuerdo con Homero: en el Canto VIII, versos del 300 al 310, se encuentra el pasaje donde Hefesto se queja de su vida desgraciada y culpa a sus padres: «…mas la culpa ¿quien otro la tiene que mi padre y mi madre? ¡Pudieron no haberme engendrado!» Estos versos los tenía subrayados, pues, cuando los leí por vez primera, leí en ellos el eco de una expresión que yo mismo decía cuando era muy joven, y que hoy muchos jóvenes también repiten: «yo no pedí nacer». Recuerdo que aquella vez me hizo gracia y que me sentí reconfortado al encontrar respaldada mi forma de pensar por el más alto de los poetas de la tradición occidental. Ahora, sin embargo, me pareció literalmente pueril, infantiloide y hueca, pues desde hace muchos años comprendí que a partir del momento en el que uno sabe que existe el suicidio, que sopesa y considera esta posibilidad, se da cuanta de que el único responsable de la propia existencia es uno mismo, que si el suicidio existe no hay más que un único culpable y que ese culpable es uno.
El segundo hallazgo está unos versos más adelante (345-360): Hefesto pone una trampa para apresar a la adúltera de su esposa, Afrodita, y a su amante, Ares, y los tiene sujetos. Poseidon intercede y pide a Hefesto que los libere; el ofendido obviamente se niega, y entonces Poseidon promete que si Ares no paga la pena que decida imponerle por la falta, él la pagará, y lo promete ante los dioses. Hefesto desarma la trampa diciendo: «No es posible ni bien estaría rehusar tu palabra.» Esta escena que en mi antigua lectura me había pasado de largo, pues la consideré, supongo, que no tenia más chiste que haberme enterado de las infidelidades de Afrodita, ahora, en cambio, me reveló el papel decisivo que tiene la palabra: ¡hacer posible la vida civilizada! Pues la palabra no sólo permite que nos comuniquemos, que mantengamos a salvo del olvido todo aquello que dejamos escrito, sino que la palabra es garantía, la palabra se deja en prenda, la palabra funda la posibilidad de la confianza, ya que sin el compromiso de respetar la palabra no existe manera alguna de convivir con los demás. Prometer, dar la palabra y, por supuesto, que el otro admita como suficiente esa palabra es la condición de que perduren hasta las asociaciones formadas por las personas más ruines: los criminales, y no se diga las sociedades. Nuestro mundo depende de que uno honre su palabra y uno vale en la medida en que tiene palabra. Qué grave es la crisis de una sociedad integrada por personas que no tienen palabra o de personas que no tienen confianza en la palabra del otro.
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