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Tomás Calvillo Unna

18/11/2015 - 12:00 am

Apenas inicia y ya no estamos II, y una posdata

Si la percepción del tiempo se ha mimetizado con la velocidad que inserta la tecnología en la vida cotidiana, entonces podríamos advertir que biológica y socialmente nuestras vidas se han acelerado. Ciertamente se ha alargado biológicamente el promedio de vida de la población, pero en la experiencia mental ha sucedido lo contrario, los 74 años […]

Si la percepción del tiempo se ha mimetizado con la velocidad que inserta la tecnología en la vida cotidiana, entonces podríamos advertir que biológica y socialmente nuestras vidas se han acelerado. Ciertamente se ha alargado biológicamente el promedio de vida de la población, pero en la experiencia mental ha sucedido lo contrario, los 74 años de vida promedio se han reducido drásticamente, pareciera que un año es un mes y éste un día. Aunque la concepción de estos cortes que organizan el tiempo siga siendo el tradicional.

Todo esto afecta profundamente la organización social y es necesario incorporarlo en la reflexión si queremos entender lo que sucede hoy en día en la vida política y económica, e incluso o tal vez sobre todo, en nuestra relación con la naturaleza. Le hemos impuesto esa velocidad a los ciclos naturales y la guerra entre nosotros se ha vuelto la guerra con el planeta mismo. La dimensión de los efectos en la concepción de la vida, en sus diversas manifestaciones, que está produciendo el dominio del instante tecnológico, obligaría a discutir a profundidad este proceso del que ya nadie escapa.

Los discursos políticos ideológicos actuales están atados a esa dinámica de los mercados tecnológicos, sin importar la corriente histórica de la que procedan. El dominio de los gadgets de la comunicación es uno de los referentes más significativos por su poder de modificar el tiempo y trastocar el espacio. Su capacidad de expansión y su masiva presencia, están aniquilando los contenidos tradicionales de las relaciones humanas y afectando la propia construcción del pensamiento.

Un ejemplo de ello sería la línea histórica de la carta, de la correspondencia, de la pluma, el papel, el sobre, el cartero; el correo electrónico ha borrado ese pasaje de la historia de la comunicación. En este sentido el concepto mismo de la historia tiene que revisarse, en relación a las herencias culturales generacionales que también parecieran desaparecer o al menos en su presencia vital dentro de una memoria compartida.

La memoria histórica siempre ha estado en debate, y actualmente vive uno de sus mayores desafíos, su contraparte en la construcción intelectual del tiempo, más atenida esta última a la imaginación, la llamada ciencia ficción se ha vuelto presente e incluso pasado. ¿Dónde está el tiempo de la historia hoy en día?

El instante se vuelve abrumador en su discurso de experiencia y entendimiento de la realidad, no da cabida, más que como representación fugaz al pasado convertido cada vez más en un dato intercambiable en el mercado de la información. Las consecuencias con los conceptos de la identidad son todas. Todo ello en el orden de la política se traduce en la hegemonía de la metáfora del ordenador como la naturaleza propia de su quehacer.

En términos más tradicionales es común oír que estamos en un proceso de deshumanización, pero es necesario en ese caso advertir e indagar en la relación entre poder y ciencia; y en ese horizonte plantear alternativas que sin pretender en lo más mínimo volver a la época de las cavernas, muestren que las vías elegidas son algunas de las posibles pero no las únicas, y que éstas han sido determinadas por la concentración exagerada de capital y su reproducción a partir de su enorme capacidad de resolver problemas prácticos materiales y multiplicar bienes de uso masivo.

La naturaleza de esa materialización es la aplicación tecnológica del conocimiento donde la velocidad es el combustible. La organización social queda sujeta a la expansión de la privatización de la economía ante el “fracaso” de los llamados estados nacionales que se ven imposibilitados de competir debido a sus propias reglas de operación. El Estado se ha “desnaturalizado” en dicho proceso.

En todo ello, en sus profundas rupturas que se provocan, la expansión de la violencia es una de sus consecuencias que se multiplica en varios órdenes, ya sea el social, el de la política y  el de la cultura misma.

Ser actor de la violencia es una forma de poder para salir de la marginalidad, particularmente en una creciente población joven que naufraga en una sociedad sin horizontes; los símiles entre los narcos en México y los terroristas de ISIS, expresan una desintegración cuyos gestos y actos de crueldad son la intoxicación del crimen.

PD. En dos artículos anteriores: El fin del status quo político y El nuevo Medio Oriente, se mencionó que la destrucción de Siria era un desafío para la Paz mundial y replanteaba el futuro del Medio Oriente. Los recientes atentados en Bagdad, Beirut, Sharm el-Sheij y Paris son una expresión dramática y dolorosa de ello. Al Papa Francisco se le atribuye la expresión estamos ante la tercera guerra mundial, es más preciso decir que estamos ante una guerra que afecta la paz mundial. El terrorismo esta potencializado por la sociedad tecnológica como la vigilancia que los gobiernos aplican a sus ciudadanos. El concepto mismo de la guerra se ha transformado.

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