Author image

Jorge Alberto Gudiño Hernández

18/10/2014 - 12:04 am

Más allá de mi comprensión

Cuando pasan tragedias como las que asuelan a México en nuestros días, es común que las conversaciones cotidianas giren en torno a ellas. Ante las muchas perspectivas y afirmaciones lapidarias, me doy cuenta de que son apenas unas cuantas las cosas que entiendo y otras tantas las que escapan de mi comprensión. Las enlisto para […]

Cuando pasan tragedias como las que asuelan a México en nuestros días, es común que las conversaciones cotidianas giren en torno a ellas. Ante las muchas perspectivas y afirmaciones lapidarias, me doy cuenta de que son apenas unas cuantas las cosas que entiendo y otras tantas las que escapan de mi comprensión. Las enlisto para tener una visión más completa del panorama en el que vivo.

  1. Entiendo que los políticos sean corruptos. Lo entiendo porque me he acostumbrado a ello. Me parece difícil aceptar la idea de que no sea de ese modo dado que el sistema está por demás deteriorado. Así, aun cuando exista una persona honesta y proba que quiera competir por un cargo público del más alto nivel, me queda claro que tiene que negociar con toda una plétora de políticos corrompidos para alcanzar sus objetivos. Eso, necesariamente, terminará maleándolo. De lo contrario, sería imposible que fuera seleccionado por su partido para contender. Entonces, todos los políticos son corruptos en algún grado.
  2. Entiendo que los políticos roben. Es tanto el poder que tienen, que resulta inevitable que desvíen recursos del erario para su propio beneficio. Incluso no siendo así, tienen que disponer de margen de acción para negociar con el resto de los poderes. Además, parece un valor entendido que en este país el robo es un mal menor. Sobre todo, cuando parte de acciones tan abstractas como hacerse de una pequeña parte del presupuesto.
  3. Entiendo que los familiares de los políticos estén conscientes de ese robo y puedan vivir con ello. A las personas les gusta el poder tanto como el dinero. La política es una estructura piramidal en la cual los que están más arriba aprovechan su tiempo para enriquecerse.
  4. Entiendo que los capos de la droga y los criminales eliminen a sus rivales. Las películas y los libros nos han mostrado a mafiosos encantadores que no se tientan el corazón a la hora de dar la orden para matar a sus enemigos. Parece ser que no hay posibilidad de salir inmaculado cuando se está metido en ese negocio.
  5. Entiendo a los políticos que son capaces de dar la orden para que “desaparezcan” a sus rivales dentro del mismo campo. Es una apuesta a futuro: a nadie le interesa tener un enemigo que, dentro de algunos años, pueda ostentar el poder suficiente como para dañarlo. Las series televisivas que se ocupan del ejercicio del poder en países como Estados Unidos nos hacen ver que, habiendo necesidad, no hay escrúpulo que valga.
  6. Entiendo a los familiares de quienes se ven obligados a eliminar a un rival. Desde su perspectiva, es la vida ajena contra la propia y, en esa ecuación, el resultado es evidente.

Ahora bien, no quiero que se malentienda: que sea capaz de comprender las motivaciones para cometer estos ilícitos no implica que esté de acuerdo. Tan sólo que el comportamiento que los impulsa a ciertas personas a llevar a cabo estos actos no me parece extraño. Con esto no pretendo justificarlos ni mucho menos. Insisto: entiendo pero disiento.

     Voy más allá. Hay muchas cosas que no puedo entender. También las enlisto.

  1. No entiendo al político corrupto, al líder ansioso de poder, al policía estatal, al soldado de bajo rango, al sicario, a los familiares del gobernador, a la amante del presidente municipal, a los sobrinos del diputado, al funcionario del registro civil y a todos los que están al tanto cuando se enteran que se ordenó desaparecer a un grupo de personas.
  2. No entiendo cómo pueden estar tranquilos quienes cavan las fosas, quienes desaparecen los cuerpos en tambos llenos de ácido, quienes ven esas actividades como parte de lo cotidiano.
  3. No entiendo en qué momento el robo impune se convirtió en el asesinato impune. Sobre todo, si se considera que los muertos no eran enemigos verdaderos. Sí, alzaban la voz; sí, se quejaban de algo; sí, estaban en contra de ellos… Pero su poder era insignificante comparado con el de los políticos.
  4. No entiendo ni soy capaz de imaginar la conversación entre quien dio la orden y alguno de sus hijos. Ya no es que la familia acepte con gusto la riqueza. Ahora también deben cambiar su escala de valores para aceptar que lo hecho por sus padres está justificado.
  5. No entiendo cómo se puede justificar la cantidad de dolor que genera cada una de estas órdenes.

Tal vez tenga que ver con mis limitaciones o con un anticuado sistema de valores pero, en verdad, hay cosas que escapan de mi comprensión.

Insisto y perdónenme por ello: ordenar la desaparición del opositor suena a historia de la mafia y, justo por eso, soy capaz de entender a la mente que da la orden.

No puedo hacer lo mismo con los responsables de las desapariciones de los normalistas; con quien dio la orden de fuego en el Estado de México; con quien transportó a lo largo de varios kilómetros a los cuerpos que llenaron las fosas clandestinas; con los familiares de todas estas personas. En verdad, me parece difícil de comprender: una cosa es aceptar que los servicios públicos sean deficientes y otra ser cómplice de la matanza de personas que, seamos sinceros, no representaban un verdadero problema para la clase política.

La única conclusión a la que puedo llegar es que ser corrupto y robar se ha vuelto algo tan común como asesinar personas. Porque sólo cuando es común deja de haber remordimientos. Y no puedo creer que se arrepientan quienes han desaparecido a centenares de víctimas en fosas clandestinas.

Y eso es algo que, en verdad, me preocupa.

No sólo porque nuestro país parece no tener remedio sino que cada día se enferma más. Tanto, que ya ni siquiera es posible entender a cabalidad el mal que lo aqueja. La cura, entonces, se vuelve inexistente.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

Los contenidos, expresiones u opiniones vertidos en este espacio son responsabilidad única de los autores, por lo que SinEmbargo.mx no se hace responsable de los mismos.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas