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Óscar de la Borbolla

18/09/2023 - 12:03 am

Metafísica del juego 1

A estas acciones las llamaré juegos: el juego como un ensayo cuyos resultados no se advierten pero que, de alguna manera, su ejecución resulta placentera y eso hace que tiendan a repetirse cada que los seres vivos no están ocupados con asegurar su existencia o su subsistencia.

«¿Cómo agrupar entonces a esas acciones que todos los seres vivos realizarnos para mantenernos con vida?». Foto: Óscar de la Borbolla

Es lógico pensar que si la vida no ha sido desde siempre tuvo que empezar alguna vez, y también es el lógico suponer que hubo un momento cero en el que el primer ser viviente no sabían nada, y cuando digo nada es nada. De ahí que sea necesario que hubiera algún acto al cual no precedía ningún antecedente: una primera acción inaugural. ¿Cómo pudo haber sido ésta? Necesariamente esa primera acción tuvo que resultar útil para preservar esa vida naciente: un movimiento que por casualidad resultó benéfico, que mantuvo a ese ser viviente vivo y no lo extinguió. En algún sentido cabe decir que fue una acción acertada, y la prueba de ello somos nosotros, los descendientes actuales de ese ancestro común: completamente ignorante y extremadamente afortunado. ¿Ese acto primigenio habrá sido alimentarse o reproducirse? ¿Abrirse al exterior para asimilar lo otro o abrirse hasta volverse otro? ¿Engordar o duplicarse?

Temo no estar preparado para responder a esta pregunta. Prefiero en consecuencia situarme  en un momento posterior: cuando la suma de esos primeros actos (los que hayan sido) habían afianzado ya al ser vivo en el mundo y, en consecuencia, ya contaba con el universal instinto de supervivencia, ese que se hace patente en nosotros cuando al estar con la cabeza hundida en el agua nos erguimos buscando a toda costa respirar, o cuando la sed verdadera nos obliga a hacer acopio de nuestras ultimas fuerzas para arrojarnos al agua de un arroyo.

Estoy pensando en un momento en el que ya hay distintas especies y un número suficiente de individuos que se dedican a ensayar acciones: unas acertadas, en el sentido de mantenerlos con vida, y otras erróneas, de funestas consecuencias para el individuo o para la especie. ¿Cómo son esas acciones? Acertadas o mortales, ya lo he dicho; pero ¿de qué otras clases? Supongamos que hay más adjetivos para denominarlas, pues no creo que sólo hayan sido muy benéficas o poco benéficas, muy dañinas o poco dañinas, supongo que también hubo acciones inocuas, supongo que en algún momento tuvo que haber comenzado un tipo de acto que no era más que un mero ensayo cuyo beneficio o perjuicio no estaba claro. A estas acciones las llamaré juegos: el juego como un ensayo cuyos resultados no se advierten pero que, de alguna manera, su ejecución resulta placentera y eso hace que tiendan a repetirse cada que los seres vivos no están ocupados con asegurar su existencia o su subsistencia.

Pero, y aquí pudiera estar la clave que buscábamos al principio: ¿No será que, precisamente cuando nada se sabía, las acciones eran un mero ensayo del que se ignoraban las consecuencias?, o dicho de una forma más clara: ¿No será que la primera acción del primer ser vivo fue un juego? ¿Un mero ensayo cuyo resultado se ignoraba? Sí esto es así, entonces el juego es esa acción primigenia por la que preguntábamos al comienzo. Parece ser que sí. Y no estaría mal que así haya sido: que lo que permitió el perdurar de la vida, el afianzarse a la existencia, el diversificarse y seguir haya sido precisamente el juego.

¿Cómo agrupar entonces a esas acciones que todos los seres vivos realizarnos para mantenernos con vida? Pues llamémoslas reglas, conjunto de pasos, algoritmos. Esas acciones se convirtieron en las reglas del juego de la vida. Pero sí se trata de reglas que garantizan la vida parecería indebido llamarlas reglas de juego, pues asegurar la vida es asunto muy serio. Solo se me ocurre que puedan denominarse así si la vida misma es un juego, pero esto supone una no breve explicación… (continuará)

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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