La escritora Aura García-Junco habló con SinEmbargo sobre su más reciente novela, la cual se desarrolla en el futuro de una realidad alternativa a la nuestra, en una Ciudad de México, que no escapa a su esencia, y que al mismo tiempo es el reflejo de muchos de los males que padece en nuestro mundo.
Ciudad de México, 18 de septiembre (SinEmbargo).– Año 2025. En la Ciudad de México hay un montón de estatuas de personas que decidieron petrificarse pero que al mismo tiempo se sospecha que muchas de ellas fueron víctimas de algún crimen violento o alguna desaparición del Estado. El lugar se conoce como el Paseo de las Estatuas, antiguamente conocido como la Calle Madero del Centro Histórico, un lugar que vivió tiempos mejores, pero que ahora es un lugar gris.
En este escenario transcurre la novela más reciente de Aura García-Junco, Mar de piedra (Seix Barral), una realidad alterna de la Ciudad de México en la que vivimos, en la cual se respira “una especie de incertidumbre acerca de estas estatuas, de si están ahí por un acto de magia o porque es un acto de realidad, una realidad más cruda”, y cuya aparición coincide con la propagación de los mattangs, mapas vueltos religión, en los que las personas aseguran poder leer su destino.
“Empecé a pensar las reverberaciones de la figura de los mattangs y un poco de manera muy efectiva llegué a esta especie del mapa de destino de cada persona. En la religión que hay en esta realidad paralela, que surgió y se robustece a raíz de la aparición de las estatuas en Madero, la gente empezó a creer en una religión muy minoritaria que tiene como centro estos mattangs que son mapas del destino de cada persona, un poco como cartas astrales pero más precisas”, comentó la autora en entrevista con SinEmbargo.
En este mundo en el que las desapariciones se petrifican y en el que las personas miran su destino a través de estos mapas polinesios, García-Junco cuenta la historia de tres personas: Sofia, una maestra universitaria marcada por la desaparición de su amiga Eloísa, quien aparece en el Paseo de las Estatuas; Luciano, un hombre que busca dejar atrás su alcoholismo y violencia, y Ana, una joven que tiene que lidiar con las diferentes violencias que la han marcado a lo largo de su vida.
“A mí me pareció que el simbolismo y la metáfora de las estatuas era una metáfora muy poderosa para hablar de las desapariciones porque al final simboliza estas dos cosas: la persona que ya no está pero que está también ahí de todas formas, esa presencia omnipresente que a la vez no deja que las personas que se enfrentan a una desaparición avancen del todo porque no hay un cuerpo ni todo el simbolismo que rodea a la muerte, ni siquiera hay una certeza”, compartió Aura en la plática.
Explicó que para ella era fundamental que la presencia de estas estatuas fuera algo imposible de no ver, “que fuera algo tan evidente y tan disruptivo que conmocionara incluso el área de la CdMx, el área con más movimiento que es el Centro Histórico”.
En el libro se cuenta que a partir de la aparición de las estatuas, el Centro Histórico murió, se volvió un lugar gris, se habla, incluso, de que hubo un terremoto y luego surgieron las estatuas y eso terminó con el Centro Histórico, y esa reconfiguración geográfica de la CdMx, explica Aura, “es un reflejo de la reconfiguración anímica que tenemos que hacer todes a raíz de todos los sucesos violentos que hemos vivido desde el 2006 y desde que se ha recrudecido cada vez más la violencia en México”.
“Para mí tenía que ver con esto, con cómo la violencia configura la geografía de los lugares de maneras sutiles y a veces de maneras brutales. En este caso es una reconfiguración total, la Ciudad empieza a existir en una geografía que es rota gradualmente hacia otros lugares porque se vuelve invivible la zona que antes era la más habitada de todas porque hay un recordatorio constante de todo lo que se perdió”.
En esta otra realidad, en algún momento se habla de que en los países donde los índices de violencia son más grandes hay más estatuas. Pese a ello, los personajes tienen posturas muy diferentes hacia las estatuas.
“El personaje de Sofía es un personaje que es una académica, muy escéptica y sin embargo su escepticismo se pone a prueba; pero el personaje de Luciano es un personaje totalmente crédulo, tiene una conexión diferente con el mundo en el que habita y por lo tanto una visión diferente del fenómeno de las estatuas y sí, me interesaba mucho que estos personajes tuvieran puntos de vista opuestos alrededor de este fenómeno porque es lo que quiero, quiero que quien lea la novela sienta, que vaya de un lado a otro, que termine de tomar una decisión hasta la última página del libro”.
Los personajes, además, tienen una relación a flor de piel con la violencia, “son personajes que todo el tiempo están en zonas grises hasta que las pasan, son situaciones en las que se cuece a fuego lento esa violencia, no son tan evidentes al inicio sino que vamos descubriéndolas”.
En el caso de Ana, abundó, es una adolescente que ha sido violentada de maneras muy profundas en un momento en que no podía defenderse, que ha sufrido muchísimo, y que a raíz de eso ha formado una personalidad un tanto dura que termina por expulsar a la gente que está a su alrededor.
“Al final me parece que Ana es el personaje más querible del libro porque sufres con ella y entiendes de dónde vienen esos lugares tan oscuros que de repente manifiesta ejerciendo violencia”.
Sofía, en tanto, es un personaje que está varado en una situación absolutamente brutal, que es la desaparición de alguien a que amó mucho pero que tampoco era de su familia para que ese detonante partiera una familia entera, es decir, era una persona un tanto externa dentro de sus círculos, “y aún así nos damos cuenta de que a pesar de esa lejanía aparente está tan marcada por ese acto violento que empieza a generar una serie de mecanismos de violencia bien particulares que se empiezan a reflejar en sus relaciones sexo afectivas”.
Cuestionada sobre por qué narrar esta historia en una Ciudad de México paralela y en un futuro no tan distante a nuestro presente, explicó que es por el amor que le tiene a esta ciudad en la que nació y en la que ha vivido toda su vida.
“La diferencia temporal es muy interesante porque son sólo tres años y sin embargo como que esa pequeña lejanía sí crea algo a lo largo de la lectura. Evidentemente en tres años vamos a alcanzar a los personajes de la lectura, pero creo que incluso tres años te hacen pensar en el propio futuro a pesar de que es una realidad alterna, no es el futuro de la CdMx y no se plantea así porque la realidad de estos personajes empezó a ser como era desde los años 90, o sea que ya ha pasado bastante tiempo en el que están habitando en esa realidad con esta religión, con estas estatuas. No es la clase de distopía en la que se proyecta un futuro posible sino está más centrada en este pequeño salto de tiempo que nos obliga a ver cómo vamos a ser nosotres en esta realidad dentro de tres años. Por eso me pareció importante poner esa lejanía temporal a pesar de que no era tan relevante en términos de trama”.