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Antonio Salgado Borge

18/09/2015 - 12:01 am

Muchas gracias, Carmen Salinas

Las peticiones de mexicanos en plataformas como Change.org se han multiplicado en los últimos meses. Motivos, desde luego, nos sobran. La demanda al INE para que quite su registro al Partido Verde, la solicitud de que en México se instaure una comisión internacional anticorrupción o de que se le retire su diputación plurinominal a la […]

Que se le retire su diputación plurinominal a la actriz Carmen Salinas (PRI), y otras, son todas exigencias perfectamente entendibles. Foto: Cuartoscuro
Que se le retire su diputación plurinominal a la actriz Carmen Salinas (PRI), y otras, son todas exigencias perfectamente entendibles. Foto: Cuartoscuro

Las peticiones de mexicanos en plataformas como Change.org se han multiplicado en los últimos meses. Motivos, desde luego, nos sobran. La demanda al INE para que quite su registro al Partido Verde, la solicitud de que en México se instaure una comisión internacional anticorrupción o de que se le retire su diputación plurinominal a la actriz Carmen Salinas (PRI) son todas exigencias perfectamente entendibles.

Sin embargo, hay quienes señalan razones de peso por las que este tipo de manifestaciones virtuales deben ser miradas con una buena dosis de escepticismo. El activismo a través de internet ha sido bautizado por el investigador Evgeny Morosov como slacktivism; un activismo suave que, como la caridad, tiene el efecto de hacer sentir bien a quienes lo ejercen, pero que no incide directamente en la realidad que busca trasformar. Para Morosov, este tipo de activismo incluso podría terminar por absorber la energía de individuos que de otra forma se involucrarían en la defensa de causas a través de plataformas tradicionales.

Una de las críticas más certeras e inteligentes al slacktivism es la que en este mismo diario digital desarrolló Fernando Dworak. En su análisis, Dworak va más allá de la naturaleza virtual de las redes sociales y sugiere que las causas específicas “de vida corta” que son manifestadas en las peticiones electrónicas están destinadas a ser gradualmente sepultadas bajo inminente el aluvión de las nuevas causas que sin duda irán surgiendo.

La relevancia de este enfoque puede subrayarse considerado que las peticiones que muchos hemos firmado parecen atender un concepto de justicia que Herbert Marcuse denominó como “operacional terapéutico”, mismo que es ejemplificado por este filósofo con el caso un individuo que labora en una fábrica y cuya mujer cae enferma de gravedad repentinamente. El trabajador se enfrenta entonces al problema de que su sueldo no es suficiente para pagar por todos los gastos relacionados con los tratamientos de su esposa. La pregunta es válida: ¿qué deberíamos hacer ante un caso como este?

En el México actual alguien podría abrir una colecta en Fondeadora.com para recaudar fondos para la pareja en desgracia. Probablemente, gracias a la generosidad de buena parte de nuestra sociedad, lo lograrían. También se podría colocar una petición en Change.org para que la fábrica aumente los salarios a sus empleados, cosa que también podría ocurrir ante el temor de la empresa de que su nombre comercial termine manchado.

Pero logros de esta especie sólo coincidirían con el concepto de “justicia” operacional terapéutico descrito por Marcuse, quien considera que los conceptos operacionales son falsos porque “aíslan y dispersan los hechos, los estabilizan dentro de la totalidad represiva y aceptan los términos de esta totalidad como términos de análisis”. Supongamos que el trabajador mencionado obtiene los fondos necesarios para tratar a su esposa y que la fábrica sube los salarios a sus empleados. Detrás de estos éxitos inmediatos quedarían ocultas condiciones sistémicas que han permitido la injusticia que sufren buena parte de los obreros mexicanos, como el modelo económico, la inequitativa distribución del ingreso, el dominio del capital sobre las políticas públicas y la falta de sindicalismo independiente.

Algo muy similar podría ocurrir con las peticiones mencionadas en el primer párrafo de este texto en caso de que estas alcancen a lograr sus objetivos. Empero, me parece que existen razones para afirmar que no debemos dejar de seguir firmando y difundiendo este tipo de ejercicios de participación democrática. Acudo a un caso documentado para justificar mi optimismo.

A finales del mes de julio de este año, en la víspera de la decisión de la Suprema Corte de Estados Unidos de aprobar los matrimonios homosexuales, Facebook se inundó de fotos de perfil editadas con un filtro de arcoíris habilitado por la propia red social como opción para sus usuarios. Tan sólo unas horas después, más de un millón de personas ya habían hecho uso de esta herramienta diseñada para que quien así lo deseara pudiera hacer explícito su apoyo a las uniones entre personas del mismo sexo.

Un reportaje publicado en la revista The Atlantic explica que este patrón coincide con una interesante tendencia reportada en un estudio elaborado a partir de un fenómeno similar producido en 2013. En aquel entonces más de 3 millones de sus usuarios colocaron como fotografía de perfil una imagen de un símbolo de igual (=)  sobre un fondo rojo para apoyar el matrimonio igualitario, situación que llevó a Facebook a preguntarse si esto había ocurrido como un fenómeno similar al que se genera cuando un meme se vuelve viral o si realmente las personas que alteraron su foto influyeron en que sus amigos cambiaran la propia.

Lo que se encontró es que la posibilidad de que una persona participara en esta tendencia estuvo determinada por varios factores -entre los que se encuentran edad, religión y simpatías políticas-; pero que las probabilidades de que alguien cambiara su foto incrementaban en proporción al número de sus amigos que hicieran lo mismo. Un aspecto a destacar es que, a diferencia de lo que ocurre con los memes convencionales, en este caso los usuarios de Facebook estaban exponiendo públicamente su punto de vista sobre un tema específico y fijando una posición aun cuando esto podría generales dificultades laborales, familiares o sociales.

Una posible conclusión derivada de estudio es que muchas personas requieren de alguna “prueba social” por parte de sus conocidos o amigos antes de definir su interés o solidaridad con ciertas causas. Los usuarios Facebook pueden en alguna medida influir sobre otros cuando manifiestan abiertamente su posiciones, por lo que las notas periodísticas, opiniones personales o peticiones compartidas en esta red pueden despertar el interés de terceros en las causas que uno defiende en la medida en que éstas sean replicadas por más amigos.

No existe ninguna certeza de que la lógica descrita en el caso de la imagen del (=) rojo aplique para despertar, más allá de algunos eventos específicos, el interés de otras personas en entender las causas reales de los problemas que caracterizan a la realidad nacional. Pero la posibilidad no es descabellada. La acumulación de los casos particulares compartidos regularmente por un usuario junto con sus opiniones sobre el mismo podrían influir en la construcción de versiones no operacionales de conceptos como justicia, libertad o corrupción en algunos de sus amigos de Facebook. De ser así, en el slacktivism tendríamos una silenciosa herramienta incubadora de cultura democrática, cuyas repercusiones hoy apenas alcanzamos a imaginar.

@asalgadoborge

Antonio Salgado Borge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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