Julieta Cardona
18/07/2015 - 12:01 am
Seré breve: sí
Para acompañar antes de leer: O en Spotify. Mandaste, hasta la puerta de mi casa, un par de orquídeas blancas con un chofer. ¿Qué hiciste ahora, mi amor? Siempre quieres arreglar tus desvergüenzas con las flores más caras; te acostumbraste a comprar cosas de buen gusto porque es la mejor analogía de lo que hace […]
Para acompañar antes de leer:
Mandaste, hasta la puerta de mi casa, un par de orquídeas blancas con un chofer. ¿Qué hiciste ahora, mi amor? Siempre quieres arreglar tus desvergüenzas con las flores más caras; te acostumbraste a comprar cosas de buen gusto porque es la mejor analogía de lo que hace un par de aspirinas contra un cáncer. Eres una idiota muy generosa.
La vez que se selló la semiótica de las flores blancas, discutimos por mi culpa: mi inseguridad venció al amor que apenas nos nacía. Tienes corazón de peltre, te dije después de haberte dicho todas esas cosas horribles que se dicen las personas celópatas y enamoradas y te fuiste corriendo mientras bajabas las escaleras como si también estuvieras escapándonos; llegaste hasta el departamento del hombre con el pito más grande de la ciudad para probarme que no me necesitabas, para probarme que, incluso, sus manos eran más grandes que las mías, qué sé yo: para probarme cualquier cosa excepto que eras honesta. Qué cierto que, por despecho, una mujer sea capaz de hacer cualquier cosa, y por cualquier cosa me refiero a cualquier cosa. Me marcaste por teléfono y, como si yo estuviera sorda, me gritaste tu fornicio. Yo callé: para qué llorar con tanto énfasis si el silencio duele lo mismo. Sentías que me perdías, mi amor, y te apresurabas hacia las cosas más estúpidas para acelerar una abulia permanente.
Somos un catálogo de venganzas acostándonos con la antítesis de la otra. Yo hice lo que tú, pero no corrí, ni era hombre, ni soy más honesta, ni te marqué por teléfono, ni te dije una palabra: para qué la parafernalia si el silencio duele lo mismo.
¿Qué hiciste ahora, mi amor? Mandándome a tus espaldas las flores más blancas más hermosas más costosas. Escribiéndome un correo electrónico que peca de arrepentimiento posmoderno.
Vuelves a mí. Te abro la puerta; con genuino desenfado te digo que sí, que no hay maldad en intentarlo por duodécima vez y, después de besarte los párpados, de agitarte las pestañas con mi nariz, te soplo en la nuca que sí, que sí a todo por última vez.
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