Sobre el voto nulo y otras supersticiones

18/06/2012 - 12:01 am

En tiempos remotos la humanidad pensaba que todo cuanto acontecía era resultado de la voluntad de los dioses. De esa forma, antes que, digamos, iniciar una batalla, los generales organizaban rituales y sacrificios para ganar el favor divino y con ello ganar la batalla. Para decirlo de otra forma, imperaba el pensamiento mágico.

Con el paso de los años, los militares se dieron cuenta de que si bien era importante tener una moral elevada entre sus tropas a través de las creencias, también influían en la victoria factores como el conocimiento del terreno, la inteligencia, las virtudes y defectos del general enemigo o el impacto de un cambio tecnológico en las capacidades para la ofensa y el ataque. A partir de ahí surgieron los tratados sobre el arte de la guerra y la necesidad del pensamiento estratégico.

Todavía al día de hoy conviven elementos de pensamiento mágico entre nosotros. Hay gente que consulta diario los horóscopos para tomar decisiones en lugar de planear. Algunos prefieren recurrir a amuletos antes que prepararse para una prueba. Es decir, piensan que siguiendo un ritual su voluntad se amplificará de tal forma que tendrá que darse el resultado deseado. Todo lo anterior se torna más preocupante cuando se piensa influir con sentimientos en un área donde la intervención eficaz depende de diagnósticos, conocimiento y táctica, como la política.

Ejemplo de la aplicación del pensamiento mágico a la vida pública es la creencia de que el voto nulo es una forma eficaz para lograr el cambio político. ¿Será cierto, o debemos poner a los “anulistas” en la misma categoría que, digamos, los curanderos “alternativos”?

De acuerdo con el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE), el voto nulo es “aquel expresado por un elector en una boleta que depositó en la urna sin haber marcado ningún cuadro que  contenga el emblema de un partido político; y cuando el elector marque dos o más cuadros sin existir coalición entro los partidos cuyo emblema hayan sido marcados”.

Según un análisis de Marco Cancino y Yamil Linares (1), en las últimas tres elecciones presidenciales el promedio de votos nulos fue de 1.2 millones. Las anulaciones, prosiguen los autores, pueden significar un error de los electores al momento de votar o que éstos no se identifican con ninguna de las propuestas. Incluso hay quienes consideran que es una forma de mostrar su descontento.

Durante la campaña de 2009 hubo una campaña activa para promover el voto nulo y de hecho alcanzó el 5.39% de los sufragios. Este fenómeno se presentó con más fuerza en el Distrito Federal, Aguascalientes, San Luis Potosí y Puebla. Si deseásemos ver esto en frente al voto de los partidos, el anulismo tuvo más apoyo que el PT (3.6%), Panal (3.41%), Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) (2.36%) y el extinto PSD (163%).

Todavía más, con base en la Encuesta Nacional de Valores (2), 19% de los ahí encuestados declaró anluar su voto en las elecciones de 2012, además de que 9% no votaría. ¿Es signo esto de una cultura política pobre?

Al respecto, el analista César Cansino considera que si en un país se observa una alta votación y súbitamente desciende, no es necesariamente producto de una cultura deficiente sino de una ciudadanía informada; la cual hace una ponderación más o menos razonada de la mayor o menor utilidad de voto con base en los candidatos que compiten. Ahora bien, ¿el anulismo representa una táctica adecuada?

Gran parte de los “anulistas” busca rechazar o presionar al sistema político, de tal forma que se tengan que dar cambios para mejorar la democracia. ¿Se trata de una táctica eficaz, o es igual a pretender que va a caer una tormenta si se baila la danza de la lluvia?

Algunos planteamientos parecieran sólidos: no puede haber una democracia representativa sin una reforma política que, al menos, genere costos y castigos a los representantes y autoridades electas y permita ampliar los ámbitos de participación del individuo. Por lo tanto, para este grupo la preferencia sobre candidatos es menos importante que la preferencia sobre el sistema político y de partidos.

Otros se basan en supuestos más bien fantasiosos. Por ejemplo, uno de los movimientos que se han creado para tal efecto (3) supone que deben existir personas honestas, inteligentes, cultas y al servicio de la función pública, sea lo que eso signifique o si hay países donde se haya presentado ese fenómeno de manera espontánea aparte del Camelot del Rey Arturo.

Sin embargo, y a pesar de sus diferencias, ambos enfoques piensan que el voto nulo de la mayoría podría estimular y acelerar tanto la renovación política como la autocrítica en y entre los partidos. Para ello se requiere que por este acto se envíe una señal única e incuestionable; y eso no sucede por dos razones.

En primer lugar no se puede dar contenido al voto nulo, toda vez que se puede dar por varias razones como se apuntó arriba. Por lo tanto, si se llegase a presentar un porcentaje elevado tendríamos a numerosos grupos de activistas “ciudadanos” que se pelearían por la paternidad del mensaje con base en las causas que cada uno promueve.

Por otra parte no se puede “castigar” a un sistema político que no está dispuesto a aprobar una reforma política que limite sus privilegios. Menos lo van a hacer en consideración a movimientos cuyas tácticas no son realistas y carecen de una plataforma de acción clara y agendas puntuales; especialmente si no hacerlo no les genera costos. De esa forma y volviendo al escenario de la anulación masiva, simplemente podrían fingir preocupación y aprobarían cambios simbólicos que anunciarían como grandes cambios, como lo han venido haciendo.

Otra vertiente de “anulistas” piensa que con este acto se podría perjudicar a los partidos a través de la reducción de sus prerrogativas o incluso la pérdida del registro. ¿Tiene alguna base de verdad, o se basa también en buenos deseos y pensamiento mágico?

El voto nulo carece de efecto jurídico en sí mismo: no se contempla como causal para anular casillas, secciones o distritos toda vez que no tiene efecto jurídico. Por otra parte tanto los porcentajes de apoyo como las prerrogativas se cuentan con base en la votación válida. Al contrario, anular podría implicar que quienes tengan mayor presencia política pueden ganar incluso por un margen más amplio.

Además de lo anterior, anular el voto es renunciar al estatus de ciudadanía, entendido como la titularidad de derechos, obligaciones y responsabilidades frente a una comunidad. Es decir, hablaríamos de un suicidio cívico gracias a una táctica mal planteada. Y a final del día, sólo nos podremos deshacer de los partidos “pequeños” si más gente decide rechazarlos votando activamente por otras opciones. Pero seguir el planteamiento anulista terminará reafirmando el poder de la clase política.

¿Tenemos una clase política escasamente competitiva? Claro. ¿Debemos hacer algo por cambiarla? Desde luego. Pero si queremos llegar a alguna parte es necesario tener una agenda clara de cambios y organizarse para ganarlos a través de la presión: no existe la voluntad espontánea de los políticos por cambiar. Es decir, el anulismo es para una cultura política demócrata lo que la astrología es para la astronomía.

Si me preguntan sobre qué voy a hacer con mis votos, les voy a compartir lo siguiente. Estoy descontento con el desempeño de nuestra democracia, pero también pienso que el problema no es de personas, partidos o la mayoría que puedan tener en el Congreso, sino de un sistema que fue diseñado específicamente para arrojar los resultados que hemos estado observando.

Por otra parte sé muy bien que no se puede “castigar” al sistema (como pretenden los “anulistas”) y que no puede haber una táctica totalmente eficaz si no hay políticos que compitan repetidas veces por el mismo puesto. Sin embargo, puedo con mi voto mostrar el rechazo a los partidos que, habiendo tenido la oportunidad, no hicieron nada por desmantelar las reglas que nos tienen en el atraso político: el PAN y el PRD.

¿Cómo pienso hacerlo? Estoy pensando seriamente votar por Quadri para Presidente y por el PANAL para la Cámara de Diputados y en una de esas hasta para la Asamblea Legislativa. Mi voto para el Senado ya lo tengo decidido. Déjenme ir por partes.

En lo personal, me encantan las propuestas de Quadri, pero me queda claro que el partido que lo postula representa los intereses contrarios. Es decir, el primero es liberal y los segundos, un partido corporativista gremial. No hay engaños ni desengaños en la materia. También me queda claro que Elba Esther Gordillo tiene un nivel económico nada despreciable, pero también que la existencia o no del PANAL no le preocupa demasiado, toda vez que tiene intereses y relaciones con toda la clase política.

¿Y por qué votar por el PANAL? Porque me encantaría ver cómo se las arreglan el PAN y el PRD con un partido que en la práctica se acercaría al PRI, pudiéndolos dejar a ellos en un rango testimonial por los próximos tres años al menos. Ya vería en 2015 si el PANAL se comporta de verdad como partido liberal o si los azules y amarillos de verdad recapacitan para redefinir mi voto.

Pero mientras me decido o no por ello me queda claro que anular el voto es una elección legítima, aunque ineficaz: una superstición cívica.

 

(1) http://101.com.mx/archivo/204-votar-o-no-votar-anular-o-abstenerse/

(2) http://banamex.com/envud/

(3) http://es.scribd.com/doc/87284442/Manifiesto-ANULISTAS-Elecciones-1-de-Julio-2012

Fernando Dworak
Licenciado en Ciencia política por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestro en Estudios legislativos en la Universidad de Hull, Reino Unido. Es coordinador y coautor de El legislador a examen. El debate sobre la reelección legislativa en México (FCE, 2003) y coautor con Xiuh Tenorio de Modernidad Vs. Retraso. Rezago de una Asamblea Legislativa en una ciudad de vanguardia (Polithink / 2 Tipos Móviles). Ha dictado cátedra en diversas instituciones académicas nacionales. Desde 2009 es coordinador académico del Diplomado en Planeación y Operación Legislativa del ITAM.
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