Tengo una queja

18/05/2012 - 12:02 am

No, no es sobre que mis vecinos hayan comentado sobre algunos olores o ruidos que inundan el edificio en ciertas ocasiones. Tampoco es sobre la luz, el agua, la renta o que a diario sorteo el tráfico de manera estoica, o estúpida, caminando frente a un coche cuando este pretende pasarse el alto.

Es sobre el “vivieron felices y comieron perdices”. Semejante idiotez. ¿Hasta que la muerte los separe? Por Dios o el Diablo, cuando se formalizó el matrimonio, estos tenían una esperanza de vida de 20 años. Así que si llegabas a los 26, fácilmente se te había muerto un marido o una esposa, habías tenido la fortuna de encontrarte a la siguiente pareja o parejas de tu vida, y habías vivido una vida plena. Tuviste un hermoso retoño, al cual dejaste listo para vivir su vida fuera del nido, o te saltaste la paternidad sin muchos cuestionamientos.

No estoy en contra del matrimonio. Bien elegido, me parece que la fiesta lo amerita. Sí, donde eres el invitado que disfruta los ríos de bebida, el festín y el bailongo a más no poder. Me encantan las bodas, qué le voy a hacer. Soy la que baila ocho horas seguidas, se toma unos gins cuando tienen la decencia de servirlos o brinda con los novios –los conozcas o no– con un par de tequilas.

Bien pensado y con ganas de construirlo a diario me parece loable y romántico, aunque no sea mi tirada. Soy feliz a ratos y por momentos, con escribir alguna tontería, ir a clases y empezar una novela secreta. Compartir(me) con la gente que quiero, conocer el mundo, disfrutar los pequeños secretos y la riqueza de los encuentros o buenas conversaciones.

Así que ahora que la tasa de mortalidad llega a los 70 u 80 años, de pronto veo a mi alrededor, y me encuentro irremediablemente desesperanzada sobre la idea de la pareja que se compromete “hasta que la muerte los separe”. ¿No les parece un poco sospechoso? ¿Qué la palabra muerte vaya incluida en los votos matrimoniales?

Digo, por un lado, racionalizándolo, está muy bien. La muerte no sólo es física. La muerte también implica el término de algo. Del amor mismo, de las ganas de conectar, del encuentro. Pero me parece que en un ritual rimbombante, cargado de misticismo y sueños, a veces se les escapa este término a los enamorados y los novios se lo toman literal. O lo pasan por alto.

¿No será que el caso de la viuda negra empezó con una mujer que dijo “hasta aquí”? Y ahí vamos como sociedad y la satanizamos.

Romeo y Julieta, literalmente, se mataron. Pensaron que habían vivido un amor efímero y pleno y cuando vieron que era hora de que la muerte los separara lo hicieron sin chistar. Valientes ellos y pensantes.

La muerte es un ensueño sin ensueños, dijo mi querido Napoleón I. No esperes a vivir de ensueños, que la vida es cabrona y más vale confrontar las realidades.

¿En la riqueza y en la pobreza? Mmm…. Conozco casos que no sabían que sin dinero no lo iban a lograr. El dinero aliviana, pero no cura el alma.

Conozco casos de pobreza que la armaron en grande y siguen siendo grandes conversadores, sentados en su porche, él tomando un agua mineral, ella pelando unas naranjas, en un silencio cómplice.

Corintios 11,7. El hombre no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y reflejo de Dios; pero la mujer es reflejo del hombre. No soy feminista, pero creo que hasta el más macho podría quejarse un poco.

O la famosa epístola de San Pablo donde la mujer “le obedecerá” y “le servirá” al hombre, mientras este “la amará” (que suertudo), pero no está obligado a servirle y menos a obedecerle, todo amparado por el libro sagrado.

Ojo, no es el caso de todos. Pero cuando uno se divorcia, se separa o termina una feliz relación, queda este dejo de fracaso o frustración, cuando en realidad, creo que lo más sano sería agradecer los buenos momentos, desechar los malos y no clavarse en el para siempre. Que es como un contrato irremediable. El compromiso está muy bien. El compromiso forzado no. El derecho de elegir estar con alguien con todo y sus aberrantes defectos está muy bien. El derecho de aniquilar una parte de uno mismo para ser un todo me parece un poco cuestionable.

 

¿Existe el Infierno? ¿Existe Dios? ¿Resucitaremos después de la muerte? Ah, no olvidemos lo más importante: ¿Habrá mujeres allí?

Woody Allen

 

Si es así, podrían decir algunos, pues que mejor la muerte nos separe.

Aquí les dejo una delicia, la impactante epístola de Melchor Ocampo, retirada de la consabida ceremonia civil en el año 2006.

Julio de 1859

“Que éste es el único medio moral de fundar la familia, de conservar la especie y de suplir las imperfecciones del individuo que no puede bastarse a sí mismo para llegar a la perfección del género humano. Este no existe en la persona sola sino en la dualidad conyugal. Los casados deben ser y serán sagrados el uno para el otro, aún más de lo que es cada uno para sí. El hombre cuyas dotes sexuales son principalmente el valor y la fuerza, debe dar y dará a la mujer, protección, alimento y dirección, tratándola siempre como a la parte más delicada, sensible y fina de sí mismo, y con la magnanimidad y benevolencia generosa que el fuerte debe al débil, esencialmente cuando este débil se entrega a él, y cuando por la Sociedad se le ha confiado.

La mujer, cuyas principales dotes son la abnegación, la belleza, la compasión, la perspicacia y la ternura debe dar y dará al marido obediencia, agrado, asistencia, consuelo y consejo, tratándolo siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo propia de su carácter… Que ambos deben prudenciar y atenuar sus faltas. Nunca se dirán injurias, porque las injurias entre los casados deshonran al que las vierte, y prueban su falta de tino o de cordura en la elección, ni mucho menos se maltratarán de obra, porque es villano y cobarde abusar de la fuerza.

Ambos deben prepararse con el estudio, amistosa y mutua corrección de sus defectos, a la suprema magistratura de padres de familia, para que cuando lleguen a serlo, sus hijos encuentren en ellos buen ejemplo y una conducta digna de servirles de modelo. La doctrina que inspiren a estos tiernos y amados lazos de su afecto, hará su suerte próspera o adversa; y la felicidad o desventura de los hijos será la recompensa o el castigo, la ventura o la desdicha de los padres. La Sociedad bendice, considera y alaba a los buenos padres, por el gran bien que le hacen dándoles buenos y cumplidos ciudadanos; y la misma, censura y desprecia debidamente a los que, por abandono, por mal entendido cariño o por su mal ejemplo, corrompen el depósito sagrado que la naturaleza les confió, concediéndoles tales hijos. Y por último, que cuando la Sociedad ve que tales personas no merecían ser elevadas a la dignidad de padres, sino que sólo debían haber vivido sujetas a tutela, como incapaces de conducirse dignamente, se duele de haber consagrado con su autoridad la unión de un hombre y una mujer que no han sabido ser libres y dirigirse por sí mismos hacia el bien”.

 

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