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Jorge Alberto Gudiño Hernández

18/04/2015 - 12:03 am

En el salón de clases

Comencé a dar clases estando en la universidad. Como estudié ingeniería en sistemas, resultaba evidente que pasábamos horas enfrente de una computadora. Algunas veces, incluso, cuando el cierre de semestre estaba plagado de trabajos, alguno llevaba sus computadoras de escritorio a la escuela. Otras, cuando el proyecto final exigía el uso de la red de […]

Comencé a dar clases estando en la universidad. Como estudié ingeniería en sistemas, resultaba evidente que pasábamos horas enfrente de una computadora. Algunas veces, incluso, cuando el cierre de semestre estaba plagado de trabajos, alguno llevaba sus computadoras de escritorio a la escuela. Otras, cuando el proyecto final exigía el uso de la red de la universidad, varios pernoctaron dentro de las instalaciones. Muy rara vez alguien llegó con una laptop. Las pocas veces, se les veía programando con angustia. Eran los privilegiados que podían hacer una tarea que al resto nos significaba encerrarnos en los laboratorios de cómputo o nos enviaba a nuestras casas.

            Ahora todo es muy diferente.

            Al llegar a un salón de clase puedo encontrarme con casi una laptop abierta por cada uno de los alumnos presentes. El casi es importante. Aún quedan algunos estudiantes que no sienten una necesidad acuciante por cargar con su computadora a cuestas. Si comparo los resultados de unos y otros en las materias que imparto, en realidad no hay muchas diferencias. Al menos no tantas como para ser significativas.

            He visto a compañeros profesores emprendiendo una cruzada en contra del uso de las laptops en clase. Casi siempre resultan infructuosos sus intentos. Por varias razones. La principal, es que los chicos argumentan que es en ellas donde hacen sus apuntes. Y es verdad, casi ninguno de ellos carga con cuaderno y pluma. Parecen ser artilugios de un pasado lejano. Así, los profesores podemos volvernos autoritarios y prohibir el uso en clase. También podemos ser dialogantes y decirles cosas como que sus pantallas son una distracción, que nosotros mismos nos pondríamos a revisar nuestro correo o nuestras redes sociales si nuestra computadora estuviera abierta frente a nuestros ojos durante la clase. Da igual. El asunto es que ellos quieren tener su dispositivo frente a los ojos.

            Cualquiera diría que tener disponible la herramienta tecnológica sólo puede beneficiar al proceso educativo. Tanto el discurso gubernamental (que regala tabletas a estudiantes sin acceso a Internet) como el de algunas empresas (que generan contenidos para estos medios) apuestan por ello. En mi experiencia es falso. No quiero ser reaccionario ni mucho menos. Acepto que, tal vez, sea por el tipo de materias que imparto en las que la tecnología tiene poco que ver y que, tal vez, si volviera a las aulas llenas de ingenieros los descubriría programando sin cesar.

            Lo cierto es que, en el caso de mis alumnos, las aplicaciones que suelen estar abiertas en sus computadoras son los navegadores de Internet y el procesador de palabras. Es decir, la usan para revisar sus correos, para actualizar sus redes sociales y para escribir trabajos de otras materias. Algo que, sin lugar a dudas, podrían hacer a mano. Y el Internet podría esperar. Además, ya lo traen en sus teléfonos.

            Insisto, no quiero parecer anticuado pero, al menos en lo que respecta a las materias que he impartido durante ya varios años, no puedo asegurar que mis alumnos hayan mejorado. Tampoco lo contrario, es cierto (aunque varios colegas se quejan de que las cosas ya no son como antes). De cualquier modo, me parece que mis materias funcionarían mejor con las laptops cerradas. Habrá que esforzarse para lograrlo.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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