Tatiana Tibuleac cree que la falta de amor se hereda de una generación a otra, aunque sostiene que la situación “se puede reparar”.
Madrid, 18 de marzo (EFE).- La moldava Tatiana Tibuleac es consciente de que sus libros son “duros y atormentados” y reconoce que no sabe escribir de amor aunque lo haya intentado, una dureza que golpea en la primera novela que publica en español, El verano que mi madre tuvo los ojos verdes.
Afincada en París, Tibuleac ha recibido el Premio de la Unión de Escritores de Moldavia, el Observator Cultural y el Lyceum por esta novela, una historia sobre la muerte, la redención, la maternidad y la reconciliación.
En ella cuenta el verano que Aleksy, un adolescente problemático interno en una institución psiquiátrica inglesa, pasa en Francia con su madre, que lo rechazó de pequeño al perder a su otra hija y por quien siente un odio áspero y profundo.
Un odio que se transformará gradualmente en dependencia y en una especie de amor disfuncional, cuando la madre le confiese que tiene una enfermedad mortal y que es el último verano que pasarán juntos.
Por eso, explica la escritora, también es una novela de reconciliación y del perdón, de cómo intentar arreglar las cosas, aunque sea en el último momento.
La crítica ha destacado también la poesía que destila el estilo descarnado de esta autora, algo que asegura, desconocía saber hacer: “Dejo a los críticos la tarea de clasificar mi estilo. Solo me preocupo por escribir y no del género literario. Aunque siempre persigo que las imágenes que describo provoquen una reacción emocional”, dice.
A los que aseguran que el odio que desprende el principio de la novela es exagerado les explica que piensan eso porque no lo han vivido en su propia piel y señala que sus libros tienen que ver con el hecho de haber sido periodista y haber informado durante años de asuntos sociales visitando lugares, como los orfanatos, “que nadie querría conocer”.
“Todo el mundo cree que la novela esta relacionada de alguna forma con mi relación con mi madre y no lo es, en absoluto. De hecho, no tengo claro la razón por la que lo escribí; es un libro que sucedió, que tuvo lugar”.
Y recuerda cómo lo escribió en dos meses, sin volver a revisar el texto: “Me sentaba por la mañana, sin moverme, sin comer, como si estuviera abducida”.
Aunque sí cree que el libro tiene algo que ver con el hecho de cómo, al tener hijos, se preguntaba continuamente si era una buena madre. Y con el hecho de que en su país, la figura de la madre “es como una especie de icono religioso y no se puede hablar mal de ella, aunque sea mala”.
La autora cree que la falta de amor se hereda de una generación a otra, aunque sostiene que la situación “se puede reparar”.
Por eso usa el odio al principio de su novela “para poner al lector a prueba y ver si supera el ‘shock’ de las primeras páginas”, indica la escritora, que explica que la madre “no ha sido amada, no ha cumplido sus sueños”, y al perder a una hija se sume en una situación insostenible.
“Cuando una familia sufre una pérdida, generalmente no se consigue reaccionar en grupo y, a pesar de que el dolor debería ser un sentimiento que uniera a la gente, suele ser el que la separa”, dice Tibuleac.