Federico, admirado

18/02/2014 - 12:00 am

Federico Campbell muere inesperadamente y antes de tiempo; el turno es de la generación anterior, de los que nacieron en los treinta y que fueron jóvenes en los cincuenta. Los de la cuarta década del siglo, los que florecimos en los sesenta aún no nos toca. No es justo que el mariscal del Ejército caiga primero.

Para nosotros fronterizos norteños, Federico fue absoluta inspiración. Era evidencia viviente de que tenemos un mundo imaginable para poner en letras, que podemos hacer nuestra novela sin selva ni lluvia, sin traiciones de ladinos, amores sumisos con aspiraciones de libertad o machismos enfundados en trajes de tolerancia. Es nuestra meta inalcanzable.

Fue el único capaz de escribir sobre los largos viajes de treinta horas en autobús, o de 48 en tren, para regresar a la tierra natal sin pueblos pintorescos en el camino, sólo desierto y gobernadora, que se sobrevivían con la lectura como mejor alternativa.

Tal vez para nosotros fronterizos la descripción de esos viajes es una clave secreta de identidad porque los realizamos repetidamente: él a Tijuana, otros a Juárez, a Reynosa o rumbo a Matamoros. Fue nuestro mentor, porque se aventó a descubrir Europa en sus veintitantos años mientras nosotros sólo cruzamos el océano hasta tener dinero para el avión y los hoteles. Fue el aventurero que todos soñamos ser.

Miembro activo de “Los Amigos”; se la vivió con ellos mientras nosotros nos esperamos a ser abogados externos de ese increíble grupo de cuáqueros que han invertido su vida apoyando las causas verdaderas de los pobres de México: a los trabajadores de las maquiladoras, a los trabajadores agrícolas. Actualmente luchan por los derechos humanos, impulsando a jóvenes norteamericanos ricos para que conozcan la realidad latinoamericana.

¿Quién de todos los grandes escritores sabe de la existencia de esa organización de activistas por la libertad? Casi desconocida por discreta y humilde pero eficaz en el mundo de la lucha por la vida.

Federico nos enseñó a quienes estamos en nuestra séptima década de vida lo que significa la solidaridad con rostros desconocidos. Él y Monsiváis fueron solidarios con estas tierras y con los que luchamos por ellas sin nombre ni glamour.

Un ejemplo de vida

De 1986 y hasta 1990, un grupo de periodistas y algunos profesionistas sostuvimos un periódico semanal, El Ahora, y Federico Campbell fue nuestro mejor colaborador externo. Siempre cumplió las entregas en tiempo y nunca aceptó un pago, primero preguntaba si habíamos alcanzado nuestro punto de equilibrio financiero y al no lograrlo se unió al equipo sin cobrar. Como nunca logramos finanzas exitosas a los tres años bajamos la cortina del periódico y su última columna recibida se quedó sin publicar.

Él nos enseñó que en México se puede escribir de aviones utilizados durante la Segunda Guerra Mundial y otros temas bélicos, comunes en nuestra cultura tan cercana a los Estados Unidos ya que muchas familias aportaron hijos y parientes a las batallas históricas, individuos que quedaron sepultados en la arena de las costas de Normandía o marcharon hacia la muerte en las filipinas o en la guerra de Corea.

Los que vivimos al norte del Trópico de Cáncer no vimos nuestra patria representada sólo por el escuadrón 201. Compañeros de nuestros padres, miles de paisanos, fueron soldados y oficiales en aquella segunda Gran Guerra. Los vimos regresar incapaces de hablar, siempre pensando para sí mismos. Aunque muchos nacimos al final de ella, sí nos marcó la vida y Federico, como ningún otro, supo darle un tratamiento cotidiano a esas cicatrices existenciales que llevamos los que hoy poblamos la antigua Gran Chichimeca.

Sólo él supo escribir de los mediodías del norte, cuando las familias se refugian en sus casas para esconderse del calor, aunque sin dramatizarlo ya que al igual que nosotros, vivió con ello como se vive con un mal vecino y se termina acostumbrando a sus excesos.

Él supo escribir sin quedar fuera del tiempo, sin mitos y sin estridencias de los combates en Vietnam, o de este mundo de trabajo y explotación humana que es la frontera, este espacio del desierto que aborrecemos, amamos y no nos deja huir. Federico, sin escaparse, salió de aquí, viviendo en el límite con el coloso del norte.

A mí lo que me cruza de dolor y soledad es que, admirándolo siempre, me dije: “cuando sea grande voy a ser como Federico Campbell”. Ya en los 68 encuentro que se ha ido y no podré ser como él.

Gustavo De la Rosa
Es director del Despacho Obrero y Derechos Humanos desde 1974 y profesor investigador en educacion, de la UACJ en Ciudad Juárez.
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