Vómito de un día gris

18/01/2013 - 12:02 am

Trabajo de lunes a viernes de avanzada en una consultora y firma de análisis del discurso político.

Presentación de libro en una pulquería. Cena con un productor musical. Ves a todos los artistas de Café Tacuba.

Al día siguiente, comes en casa por fin. Ya compraste súper. Cena de salmón con alcaparras, ensalada y vino blanco frío. Tarde lluviosa en cama.

Vas a ver el futbol en un bar con tus amigos y, después, a una mezcalería. Te tomas un mezcal y una chela.

Al día siguiente descansas. Supervisas la instalación de tu clóset color chocolate. ¿Por qué a la gente le gusta el color chocolate? Es, en mi muy particular, mamona y honesta opinión, espantoso. Pero en gustos se rompen géneros.

Te duermes otro rato y te arreglas. Vas al teatro a reflexionar y reír sobre las relaciones humanas, no sobre el género. No importa con qué te acuestas, sino con quién. Recuerdas un poco tu pasado. Ves la historia de la infidelidad y los celos, tan antiguos como el hombre. ¿Se pueden tener varios amores en la vida o tendremos sólo uno destinado a nosotros? Esta es la pregunta que me carcome la cabeza.

Después vas a cenar pato en la Condesa; en Av. Mazatlán 24. Una delicia. De entrada, un blini. Sigue un magret de pato con alubias y salchichón. Y de postre una bola de helado con crujiente de chocolate. Este último no estuvo espectacular. Acompañado todo de una botella de pinot noir muy decente. Caro hasta la madre pero no importa, al cabo tú no pagas, sólo sonríes de la manera más falsa y empinas la copa.

Después, te quitas las medias en el baño de damas para verte más sexy con mini shorts. Decides echar un vistazo al panorama de hombres que quieren gastar dinero en ese lugar bohemio de hipsters –cuya definición no logras comprender del todo–.

Vienen por ti con todo, llegas a una fiesta en una azotea donde bailas a morir, hasta que son las ocho de la mañana y caes muerta en otra cama inmensa como el mar. Grande, envolvente, caliente, en una ciudad lluviosa donde el verano se terminó hace varias semanas. Y donde ahora esperaremos el frío, el joder de la lluvia. Y veinte planes donde ya estás invitada. Pero lo tienes muy claro: no quieres ser nada de nadie, ni de esta persona que parece que de tanto que le gustas, te gusta. Es irremediable. Me gusta. Claro. Pero no quiero ser su novia porque no quiero dejar de tener planes ni salir con distintas personas que conozca. ¿Querrá? ¿Lo tendrá así de claro? Porque hay un paciente de mi psiquiatra que me vio hace dos meses dos minutos y ahora quiere salir conmigo. O sea, este tipo habla con mi psiquiatra de mi en su tiempo de consulta. Qué raro.

Y siguen los manifestados. Esos hombres que de pronto mandan señales. Excepto uno, que sacó el cobre. El extraño sacó el cobre de la manera más burda. Me asustó un poco, porque dijo palabras espantosas, pero bueno, en esta ciudad la gente se arma con una coraza y tiene filo.

Y seguirán los manifestados. Ya hay nuevos. Me ponen Pst. Me ponen que me van a invitar a cenar. Me hacen mil preguntas. Que cuáles son mis canciones favoritas. Estoy un poco harta de eso. Pero no puedo ignorarlo y ya.

Ahora domingo. La cruda realidad de otra semana intensa de trabajo, ansiedad por falta de medicamentos, ansiedad porque no tienes otra cosa más que sentir ansiedad. Ya te acostumbras a estar ansiosa y está de la chingada. Que no puedes pasar un domingo tranquilo en el Distrito Federal, ciudad Capital con C Mayúscula. Donde el anonimato ocurre cada día.

Y no has escrito así desde el viernes. De las entrañas. No está tan mal aquí, el Distrito, piensas. Quizá podría pasar mi cumpleaños aquí, pero aún no sé. La Diosa de Tacuba está fascinada con la idea. No sé si fascinada, pero entiende mi odio por ciudad natal. ¿A qué vuelvo? Ya no tengo nada ahí.

Me aterroriza la posibilidad de verlo. Hoy me acordé del terreno en el bosque del cuál aún tiene la mitad. ¿Qué hago con él? ¿Dónde lo acomodo? Ya no quiero verlo. Si voy, me largo a otro lugar. Me estoy convirtiendo en “Sor Miedo”. Ya no quiero esas tierras, dejé algo ahí roto, lleno de pus, y como me libré de los restos, estos me perseguirán en sueños. Hasta que me vuelva a enamorar.

Y no me quiero enamorar.

Y también quiero dejar de ir a la abarrotera. Las penas con pan no se curan, estimada Mariana. Deja de comer pan, porque tus penas son súper idiotas.

@mariagpalacios

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