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Alma Delia Murillo

17/12/2016 - 12:05 am

Pornoperiodismo y Comentocracia

Qué tiempos corren para tratar de pensar, compañeros. Qué difícil aferrarse a la sensatez cuando las tendencias duran dos horas, cuando creamos y derrumbamos héroes y villanos simplificados al nivel más caricaturesco en lo que transcurre media jornada laboral.

Qué difícil aferrarse a la sensatez cuando las tendencias duran dos horas. Foto: EFE
Qué difícil aferrarse a la sensatez cuando las tendencias duran dos horas. Foto: EFE

Corren tiempos en que la certificación de un evento la otorga la virulencia digital.

Es el aplausómetro de las redes el tamiz para determinar la importancia de los sucesos. Incluso la popularidad en el top ten de muertos del año que lo mismo pueden ser personas, animales, vegetales o creaciones virtuales; las vidas compiten al parejo porque todo se cotiza con la misma moneda de cambio y casi por el mismo precio. Parece una nimiedad pero tiene algo de escalofriante. Hay un mensaje de desprecio por la vida humana, un mensaje de desecho, de inutilidad, de inservible baratija como en esas tiendas donde todo cuesta un peso o un dólar.

La humanidad ha sido siempre así: diseñamos con creencias y fantasías colectivas la vida que queremos narrarnos. Lo sabemos hace tiempo, la realidad nos importa un carajo, el cerebro humano está diseñado para filtrar y eliminar lo que no nos interesa. En resumen: creemos lo que queremos creer, particularmente en materia de información, aun cuando sabemos que se trata de “fake news” o noticias falsas.

Naturalmente atendemos sólo aquello que reafirma nuestra forma de pensar, nuestros códigos de conducta, nuestro entorno conocido. Y nos alejamos de la incomodidad intelectual, de la molestia de pensar distinto porque eso genera dudas y las dudas obligan a responder no sé, las dudas debilitan y aquí no hay lugar para los débiles, como dice la genial película de los hermanos Coen.

El panorama no es nuevo, lo sé, pero ha ocurrido algo que lo potencia: hoy las redes alimentan a los medios “serios” de comunicación tanto como los medios a las redes. Y a mí, por más que insistan, me cuesta ver la forma en que ese riel de ida y vuelta como si se tratara de dos iguales, abona en favor del nivel de discusión sobre ningún tema. Los invito a visitar el portal del medio de su preferencia, el que quieran. No hay uno solo que se resista a darle presencia —en algunos casos de invitado de honor— a la rebatiña de contenido chatarra, palabrerías y memes que se generan en las redes sociales. No hay uno que se salve. Desde el más serio, decimonónico y tradicional hasta el más nuevecito de los medios: todos están enfrascados en la fiera batalla por el algoritmo del tráfico para quedar primeros en los buscadores, para elevar el número de visitantes, de usuarios únicos y recurrentes. Metidos en la competencia de ser considerados medios jóvenes, frescos, abiertos al cambio.

Ocurre que el sistema de la red se parece mucho al de la televisión, la ancestral caja idiota de la que creíamos habernos librado. Ese formato del que tanto se alardeó que estaba muerto, está más vivo que nunca y sólo cambió de nombre: se llama internet. Para colmo pareciera que estamos volviendo a la peor televisión, esa que siempre ha despreciado el contenido complejo, las películas de arte o los documentales serios y que revienta con programas de burdo entretenimiento.

Tengo la impresión de que poco a poco todo el periodismo se va convirtiendo en periodismo de espectáculos. Qué pena.

Son los titulares como el de la chica que vendió su virginidad por un millón de dólares o la foto más desgarradora del perrito maltratado, los protagonistas de muchos portales noticiosos… entiendo que son los tiempos vertiginosos que corren pero entiendo también que cada medio tendría el derecho —y la obligación— de elevar los filtros de calidad, ¿dónde quedaron los años de rigor formativo, la validación de fuentes, el compromiso con la verdad, el apego a la metodología, las horas invertidas en releer y editar una nota?

Y una consecuencia inevitable en esta fiesta de no pensar, es que hemos espesado un caldo de cultivo en el que proliferan los impostores, cualquiera puede ser noticia si engancha a la jauría que persigue el espectáculo. Hay un caso de los medios españoles que me parece emblemático: el papá de la niña Nadia Nerea que recaudó 150 mil euros en una semana mintiendo sobre la enfermedad de su hija y que ahora está detenido por estafa mientras se le crucifica como chivo expiatorio de la frivolidad colectiva.

Elevamos las trivialidades a nivel de noticias, mi pregunta es esta: ¿una frivolidad es noticia? Y lo pregunto en serio. ¿Una fiesta de quince años o un simpático personaje que se gana un auto tiene el mismo peso que la muerte de 71 pasajeros en un accidente aéreo? ¿Un perro extraviado por una aerolínea es de igual trascendencia que la aprobación de una ley fiscal o que los fraudes cometidos por un gobernador que deja un estado en ruinas?
¿Vamos a seguir trabajando todos para un algoritmo?

La cosa se parece a alimentarse. Imaginen a un nutriólogo loco que asegurara que valen lo mismo para nuestro estado nutrimental mil calorías de galletas azucaradas que mil calorías de pescado o mil calorías de espinacas.

Lo que digo es que los medios están pecando de tibieza y que deberían atreverse a romper las tendencias, incluso a contradecirlas. Quizá ya olvidamos cómo se forma la opinión pública, cómo se contribuye a generar corrientes de pensamiento (o de no pensamiento). En esta bacanal que iguala notas frívolas con notas de impacto se manda un mensaje preocupante a la audiencia: todo se vale, todo es noticia incluyendo las noticias falsas, cualquiera es periodista, cualquiera puede hacer periodismo.

Antes de callarme, les propongo hacer un ejercicio. ¿Ustedes reciben mensajes noticiosos en su teléfono? ¿Han reparado en lo disímbolo de la secuencia? “Conmueve video de niño comiendo de la basura/ Diputados aprueban bono de Navidad/ El calentamiento global es una realidad/ Llueven memes sobre el América/ Cerdito baila a ritmo de Rihanna/?”

Insisto: todo vale lo mismo. Qué bonita metáfora coyuntural esa de que el dólar y el euro estén a punto de alcanzar la paridad, uno a uno histórico.

Qué tiempos corren para tratar de pensar, compañeros. Qué difícil aferrarse a la sensatez cuando las tendencias duran dos horas, cuando creamos y derrumbamos héroes y villanos simplificados al nivel más caricaturesco en lo que transcurre media jornada laboral. Cuando el régimen totalitario de la Comentocracia nos ha seducido de tal manera que nos comportamos cada vez más como masas de súbditos incapaces de contradecir la voluntad de los reyes y las reinas del tráfico en línea y la tendencia digital.

 

@AlmaDeliaMC

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