RESEÑA | No contar todo, de Emiliano Monge: Contar un poco

17/11/2018 - 12:03 am

La novela No contar todo, de Emiliano Monge (Literatura Random House), relata la historia de tres voces, tres hombres, tres generaciones, que se cuestionan sobre el dolor, la existencia, y la imposibilidad. Las conexiones y desconexiones.

Por Lucía Treviño

Ciudad de México, 17 de noviembre (SinEmbargo).- No quería leer la novela, quizás, como un presentimiento, me era obvio que era una buena novela, entonces esto me alejaba de ello. Tampoco iba a escribir sobre la novela. Sin embargo.

Rompí el espejo de mi cuarto en casa de mi madre, fue con el bat de beisbol que tenía ahí, de aquel tiempo en el que viví sola en dicha casa, cuando me era enorme, en aquel tiempo, y en donde me dormía con miedo.

Pero había comprado la novela porque quería regalársela a mi papá, quería que él, mi papá, se cuestionara e hiciera “las paces con su pasado”, pero ¿quién soy yo para tirar puertas en almas ajenas?

 No era la primera vez que reaccionaba así. Alguna vez se me diagnosticó TLP, esa enfermedad en la que describen que las emociones te llevan al límite o que estás siempre al límite o al borde de la sensación de estar como al filo de la muerte (¿o de la vida?). Inmediatamente después arranqué el plástico que envolvía al libro, fue un impulso.

La novela No contar todo relata la historia de tres voces, tres hombres, tres generaciones, que se cuestionan sobre el dolor, la existencia, y la imposibilidad. Las conexiones y desconexiones.

Minutos antes de haber estrellado el espejo, golpeé mi cabeza contra la pared, lo hice frente a mi mamá y a mi tía, quien acababa de llegar a la casa. No sentí dolor mientras estrellaba la cabeza contra el muro; eso recuerdo, que no sentí dolor sino hasta después. Y todavía.

El narrador de No contar todo, el hijo, describe en una escena que él, el hijo, antes de dormirse, acostado en su cama, canta la canción Hurt.

Mi madre me gritó que no me soportaba, que yo le era insoportable, en ese momento sus palabras no me dolieron, me eran, más bien, obvias, ya las había estado sintiendo, pero tuve una regresión hacia aquellos días, de cuando era niña, y me encerraba en mi cuarto aterrorizada de ella. Y no de ella. De su dolor.

Carretera de regreso de San Diego a Mexicali, después de haber visitado junto a mi padre a su nieto, a mi sobrino, en el hospital, sonó la canción Hurt, era parte de la lista ‘Ol Groove’ que yo había creado en Spotify, y le puse atención a la letra.

Cuando terminé la novela de Monge pensé en que era fácil hacer una gran novela con esas historias. Fácil, eso pensé. Aunque, claro, cuando todo Ello está fuera y pensé en lo difícil —en lo imposible— que es llegar a Ello. A hurgar en la alcantarilla del cuerpo y del pasado, de la memoria. Hacer esa odisea íntima hacia el pasado y volver con vida.

I focus on the pain, the only thing thats real.

En el 2012 aborté en San Diego. Mi madre decidió acompañarme aunque, también, me dijo que me apoyaba si lo que quería era tenerlo. Le dije que no. Dudé, tal vez, por un momento, pero luego pensé en la continuidad de esa semilla que yo sentía como un meteorito de dolor. Y aborté.

Se necesitan todos los huevos del mundo para remover en el pasado, en la profundidad y en las raíces. Es el mismo mundo el que te dice que no vayas ahí. El inconsciente colectivo que exige la estúpida búsqueda de la felicidad, pero sin dolor. Y que el dolor lo tapes con lodo, con mierda, con cemento y donas de chocolate. Ese dolor que a todos nos carcome que explota en nuestras acciones del día a día.

Meses después de aquel aborto que tuve, en mi primer intento de novela, yo no pude contar nada, ni un poquito. Nada de lo que habíamos vivido en nuestra casa. Quería tener todos los huevos del mundo pero me quedé muda, sentía todo lo que se siente al estar cavando, pero no saqué nada, no pude ponerlo en palabras.

Lo que logra, definitivamente, Emiliano Monge en No contar todo, es la forma. También una gran historia y, sobre todo, una gran historia consiste en su manera de ser narrada. También una gran historia y, sobre todo, una gran historia puede ser destruida en su forma de ser narrada.

Le conté a mi papá de la novela que yo había comprado para regalársela, no me dijo nada, tomó otro cigarro de la cajetilla, lo encendió y me preguntó por ese lugar del que yo le había platicado aparecía en la novela: El Vainillo, le contesté. Continuamos avanzando por la carretera. No le pregunté si quería leerla.

El primer capítulo es una descripción que hasta párrafos después pude reconocer, por lo surreal del acontecimiento. La voz del padre son respuestas, es la historia del padre y es un personaje redondo, se redondea a partir de haberle entregado a su hijo una posible explicación a su dolor. El diario del abuelo, la voz del abuelo, me recordó al Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Un Pessoa perdido en El Vainillo ¿o encontrado?

Además de TLP, los terapeutas me diagnosticaron otras cosas como bipolaridad o esquizofrenia, como a mi abuela materna. Yo sabía que mi abuela había estado internada en un psiquiátrico, que mi mamá guardaba las cartas que escribió y le mandó en aquel tiempo, pero nada más. Cuando he preguntado sobre mi abuela materna, sobre todo, obtengo evasivas y un profundo silencio.

La novela de Emiliano Monge logra traducir ese dolor inexplicable. Con algunos rasgos, pasajes, con las mismas historias que se va tejiendo la historia. Cuenta, de alguna manera, sobre ese dolor que todos hemos sentido, o que no dejamos de sentir, sin ser conscientes de ello y, al mismo tiempo, no lo cuenta todo, sino que deja que ese mismo dolor se presente en el lector y la lectora.

Esta mañana, camino hacia el aeropuerto para dejar a mi madre, me habló de un puesto que se abría en el hotel, el mismo hotel en Mexicali donde ella había trabajado por cinco años. Mi madre, la que días antes me había dicho que no me soportaba porque, una vez más, le dije que tenía dudas sobre mi estancia en la Ciudad de México. Antes de que se bajara del auto le dije que ya tenía mi vuelo a la Ciudad de México, que ya estaba decidido. Volvía a continuar. Cruzó la puerta del aeropuerto cargando sus maletas, me subí al carro inmediatamente, era la primera vez que no me dolía la separación con ella. Me urgía pensar, sin la voz de ella, en todo lo que tenía que hacer para continuar.

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