Alejandro Páez Varela
17/06/2024 - 12:08 am
Disfruten
La derrota de Xóchitl es poca cosa frente a la derrota de los tres partidos históricos que la apoyaron, ¿qué no se da cuenta? Claramente, no. Porque todo se trata de ella. Se pasó meses y meses hablando de sí misma sin aburrirse. Meses y meses con la boca abierta, riéndose, divertida de sus propias ocurrencias, asumiéndose la más inteligente, la más viva, el mejor ejemplo para los niños, la mejor preparada. Hizo un año consecutivo de campaña sin citar a un solo autor, sin hablar de un solo libro, sin poder concretar un solo proyecto, una sola idea y hablando y hablando mucho, de sí misma, de lo grandioso que es. Reaparece quince días después de que fue humillada en las urnas para decirle a México que ya lo superó. Cuánta ligereza, cuánta mediocridad. Viene a repartir culpas quien no supo armar un proyecto mínimo, medianamente razonable; la que no supo qué era la autocrítica e intentó engañar al país con encuestas de Massive Caller.
Durante la campaña electoral 2024 advertí hasta el hartazgo que la oposición mexicana se había comprado la ridícula idea de que se veía bien así como estaba (desaliñada, con olor a podrido) y que podría ganar la Presidencia sin presentarle siquiera un proyecto medianamente estructurado a los mexicanos. Dije que el autoengaño garantizaba la derrota de la derecha (así llamé una columna: El autoengaño) y que el “síndrome Massive Caller” consumía al PRIAN hasta el punto en que la misma Xóchitl Gálvez realmente pensaba, según ha dicho, que podía ganar.
Algunos se molestaron cuando, en el programa Los Periodistas, advertimos que la candidata era el último juguete caro del junior Claudio X. González y de las élites intelectuales, mediáticas y académicas que odian al Presidente Andrés Manuel López Obrador. Dijimos que los mismos dirigentes tóxicos de los partidos menospreciaban a Xóchitl y la veían como un vulgar instrumento de sus ambiciones. Y cómo molestó.
En una conversación con Lorenzo Meyer dijimos que ella misma no se ayudaba; que se veía ridícula sentada junto a Roger Bartra simulando que entendía lo que pasaba. Nunca había leído un libro de Bartra y a él, con la soberbia que se carga, no le molestaba Xóchitl con tal de que se uniera en su cruzada. Eran tremendos baños de simulación y autoengaño. Y claro que operó en favor de Claudia Sheinbaum, del Presidente y de su movimiento porque confirmó aquello de que “la doctrina de la derecha es la hipocresía”. Y claro que la gente se dio cuenta de que la oposición era una burla.
Ahora resulta que todo mundo se dio cuenta de que la “sociedad civil” de Claudio X. González no era sociedad civil, sino una farsa organizada por políticos unidos por el odio a AMLO; ahora resulta que todos sabían que “la valiente Xóchitl” no era valiente después de todo: que ni siquiera quiso enfrentar a los señores que ella misma eligió para que dirigieran su destino. Ahora resulta que todo mundo advirtió a los viejos partidos que deberían reinventarse. Ajá.
¿Reinventarse? ¿La oposición debe reinventarse? A mí me parece que eso era antes, cuando conservaba poder y no se habían convertido en una orgía de pirañas. Lo que toca es asumir los errores e iniciar un proceso de evaluación descarnado. Toca sacar bisturí, abrir la herida llena de pus y gusanos, y extirpar. Si no hacen eso, pierden el tiempo y le hacen perder tiempo a la gente que los sigue. Si Marko Cortés y Alejandro Moreno no renuncian ya, sus partidos terminarán más pronto de lo que todos calculan.
El 2 de octubre de 2023 escribí que PRI, PAN y PRD habían cometido el error de no reconfigurarse en los cinco años previos y habían perdido credibilidad y confianza; anuncié que perderían votos y posiciones, y se pondrían muy cerca de su propia extinción. Dije que se gastaron cinco años de engaño en engaño, tratando de denigrar al Presidente; repitiendo que se iba a reelegir, que vivíamos en una dictadura, que se iban a acabar las libertades. Y lo repitieron durante cinco años, dije entonces, por comodidad: para trasladar en otro la culpa de su propio fracaso.
En otoño del año pasado escribí que, huyendo de sí mismo, el PRIAN prefirió entregarse a Claudio X. González y al odio de las élites mediática, intelectual y académica. Dije que se volvió por su propia voluntad en la catapulta del rencor de las élites hacia López Obrador y malgastó un tiempo preciso para reinventarse.
Advertí que el discurso de los partidos de oposición no debió ser el de Héctor Aguilar Camín, el de Javier Lozano, el de Enrique Krauze y el de Vicente Fox, sino exactamente lo opuesto. Alerté las consecuencias que tendría la falta de inteligencia y la ambición desmedida de Marko Cortés, Alejandro Moreno y Jesús Zambrano. Textualmente escribí, y me da gusto poder repetirlo palabra por palabra: “El PRIAN llega a 2024 sin haberse reformado y con malas noticias: ni con ayuda de casi todos los consorcios de medios, de casi todos los intelectuales, de casi todos los empresarios en la élite y de casi todos los burócratas dorados de la academia han logrado hacer crecer a Xóchitl Gálvez”.
Y ahora resulta que esos mismos que no hicieron su trabajo; que rechazaron armar un proyecto de Nación; que jamás aceptaron que Xóchitl era una burla incluso para sus parámetros de mediocridad, ahora se quejan de “la falta de contrapesos”. No reconocen, ni en la derrota, que esos contrapesos que tanto lloran los corrompieron ellos desde años atrás. No aceptan que crearon órganos autónomos para que allí se refugiaran políticos vestidos de periodistas, “sociedad civil” o “defensores” de causas bien pagadas.
Ahora se niegan a reconocer que el Poder Judicial está podrido desde hace décadas porque a los núcleos de abogados vivales, sobre todo panistas, les conviene que esté corrompido porque les facilita la litis. ¿Y se quejan de la supuesta falta de contrapesos? Tuvieron poder y amasaron fortuna y colocaron a los amigos en los organismos que debieron respetar como autónomos, ¿y ahora lloran por la falta de contrapesos?
Xóchitl Gálvez reaparece en entrevistas para decirle al país que ya está lista para lo que sigue, que superó su derrota. Qué falta de visión y, otra vez, cuánta mediocridad. Su derrota no es siquiera derrota; nunca tuvo oportunidad de ganarle a nadie y allí están los históricos de las encuestadoras serias para decírselo más claro. Es más: hasta los machos que la propusieron, los líderes de PAN y PRI y demás élites, siempre previeron que ella podría ser derrotada y no le metieron todo el dinero a su campaña. Lo publicamos en SinEmbargo. A nadie pareció importarle.
La derrota de Xóchitl es poca cosa frente a la derrota de los tres partidos históricos que la apoyaron, ¿qué no se da cuenta? Claramente, no. Porque todo se trata de ella. Se pasó meses y meses hablando de sí misma sin aburrirse. Meses y meses con la boca abierta, riéndose, divertida de sus propias ocurrencias, asumiéndose la más inteligente, la más viva, el mejor ejemplo para los niños, la mejor preparada.
Xóchitl hizo un año consecutivo de campaña sin citar a un solo autor, sin hablar de un solo libro, sin poder concretar un solo proyecto, una sola idea, y hablando y hablando mucho, de sí misma, de lo grandioso que es. Reaparece quince días después de que fue humillada en las urnas para decirle a México que ya lo superó. Cuánta ligereza, cuánta mediocridad. Viene a repartir culpas quien no supo armar un proyecto mínimo, medianamente razonable; la que no supo qué era la autocrítica e intentó engañar al país con encuestas de Massive Caller.
Hace un año dije que el fracaso de Xóchitl sería mayor al de Ricardo Anaya en 2018 y no porque sea adivino o una suerte de brujo que analiza las tripas de las aves. Es porque la crisis de la derecha es profunda y evidente. Si el PAN sigue siendo un partido político en 2030, deberían estar agradecidos los que todavía honran la memoria de Manuel Gómez Morín, pero el panismo está destinado a desaparecer, lo mismo que el priismo y de la misma manera en que ya desapareció el perredismo. Y están condenados a su muerte porque no hacen su tarea; porque se niegan a la autocrítica; porque se automedican para no ver la realidad que los demás vemos.
Cuando veo a Xóchitl otra vez en ronda de entrevistas, risa y risa, y con la boca abierta, no puedo sino sonreír y pensar en que todos merecemos el final que nos hemos construido. El PRIAN se merecía a Xóchitl Gálvez y viceversa, de verdad. Como dicen por allí: ahora disfruten.
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