Opiniones a ras de México

17/05/2014 - 12:00 am

Me llama la atención que en mi entorno personal sean cada vez más frecuentes las reflexiones sobre el momento que vive México y la pared con la que topan: “¿Y qué va a pasar con el país? ¿A dónde vamos?” Cualquier acalorada discusión se esfuma entre miradas de asombro, de incógnita, de miedo; miradas que lo resumen todo.

Cada sábado me doy el gusto de desayunar con un amable y sencillo matrimonio integrado por Monique, franco-mexicana, y Diego, sinaloense. Ambos viven su retiro leyendo sobre historia europea y mexicana, y opinando sobre nuestra realidad nacional desde una perspectiva binacional. Es un ejercicio imperdible.

Hace una semana, Monique concluyo que “Todo es culpa de la iglesia” y Diego se apresuró a matizar: “No todo, chérie, no puedes decir que es la única causa de lo que nos pasa.” Pero ella insistió en que la religión, en el fondo, es la que les enseña a sus feligreses a creer lo que se les dice, sin pensar. Y en eso estuvimos todos de acuerdo: un pueblo que no analiza no puede tener opinión y, por lo mismo, acepta cualquier cosa que le suceda porque ninguna entiende.

Juntos recordamos la opinión de Jorge, poblano, quien censuró duramente a un movimiento social y, saliéndose de contexto, justificó su argumento con el hecho de que él vive rigurosamente su religión. “De todos modos, Monique –maticé–, esto no es exclusivo de la iglesia católica.” “No solamente de la católica, también de la judía, la islámica y otras”, completó ella y los tres revisamos lo político, lo corporativo, la violencia, la des-educación, la corrupción, la discriminación, la miseria, y Diego remató: “¿Pero entonces qué va a pasar con México?”.

Antonio es un predicador seglar que dedica todos sus fines de semana a llevar el mensaje de su fe fuera de su ciudad. Apenas comenzando nuestra más reciente conversación, me preguntó a dónde va el país. “Puedo ver lo que hay –dije–, no adivinar lo que habrá.” Luego armó con sutileza un contexto envolvente para que, convencido de sus bases, yo coincidiera con su postura: comenzó con un repaso de todo lo malo que ya sabemos, luego se refirió a España y Chile, que en su opinión enderezaron su destino gracias a que se aplicó la fuerza. “¿No crees que nos hace falta algo así –me preguntó al fin–, una mano dura que componga este desmadre?” “Franco y Pinochet fueron tropicalizaciones de Hitler. –le respondí– ¿Tú justificas a Hitler?” Trató sin éxito de establecer la diferencia que hizo entre los personajes.

Ernesto es muy trabajador, serio y de mente abierta. Tuvo una conversación interesante con un cliente mientras éste esperaba un diseño. “Me contó que en el sexenio pasado, en cuanto se vio la pérdida de aceptación que tuvo Calderón, los de su partido supieron que ya no volverían a ganar y entonces se lanzaron a la rapiña… y que ahora está pasando lo mismo.” Ernesto se quedó pensando y añadió: “¿Qué podemos hacer para detener esto, Alfonso?”

Alejandra ya no quiere saber de noticias. Está saturada. No tiene esperanza, sino la certeza de que “a todo ya se lo llevó el carajo. ¿Qué podríamos hacer? Nada.”

Estas son reflexiones a nivel banqueta, nacidas de pláticas comunes ocurridas esta semana que termina. Son inquietudes que insisten en la pregunta: ¿A dónde va el país? La respuesta de Monique fue firme, como ella es: “Al caos.”

Nota: Una mujer como Alejandra podrá sentirse saturada de las malas noticias, pero no por eso se deja derrotar: ella misma me recomendó ver (en YouTube) varias entrevistas periodísticas y el discurso que dio ante la ONU Pepe Mujica, el inspirador Presidente de Uruguay. Este hombre levanta el ánimo de cualquiera, sin importar su ideología. ¡Gracias, Alejandra!

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