¿Cuándo acabó la Era de la Información?

17/04/2013 - 12:01 am

1. El que no tenga acceso a la información con rapidez, estará obsoleto.

2. La neta no sé programar, pero te encuentro lo que quieras en Gúgul.

3. Ahora cualquier pendejo con un Áypad se cree genio.

Los que estamos lo suficientemente viejos, seguro recordaremos cuándo escuchamos esas frases (o similares) por primera vez. En mi caso, la primera era una suerte de mantra cuando entré a la preparatoria en 1990. Todos lo profesores nos venían con la misma cantaleta, sobre todo los que eran ingenieros o administradores y, por eso, teníamos que llevar una clase llamada “Laboratorio de computación”. En el futuro, en la información estarán los negocios, decían, los movimientos sociales y los desarrollos científicos y tecnológicos.

Y todavía hay gente que lo sigue diciendo. ¿Pero en verdad este asunto de tener información al momento sigue siendo relevante?

Eco en el paraíso

En la década de los 90’s dos italianos (la filosofía siempre aparece en las periferias, afirma Enrique Dussel) se dieron a la tarea de cuestionar el estado de las cosas en los noticiarios: Umberto Eco en varios ensayos, como los compilados en el Segundo diario mínimo, y Giovanni Sartori en su libro que se convertiría en best-seller internacional, Homo videns. Ambos advertían cómo los diferentes medios de información masiva (prensa, radio y televisión) se preocupaban cada vez menos por informar sobre los sucesos relevantes y más por hacer una suerte de revista de sucesos sensacionalistas o, de plano, por desinformar descaradamente para favorecer una vertiente política.

A los mexicanos que habíamos vivido el ’88 y supimos de cierto que los noticiarios de otros países declararon ganador a Cuauhtémoc Cárdenas, o que sólo nos habíamos enterado de las movilizaciones panistas de Chihuahua, Baja California, Nuevo León y demás estados por los noticiarios extranjeros, lo que decían Eco y Sartori nos parecía más que obvio. El coro de Molotov: “que no te haga bobo, Jacobo”. Así que cuando se extendió el uso de televisión por cable, varios mexicanos, los que pudieron pagarlo, se sintieron felices y reconfortados de poder ver las noticias en CNN o cualquier otro programa gringo: ahí estaba la verdad, no la mentira taimada del gobierno, y quedaron tranquilos.

Sin embargo, eso no era precisamente lo que sugerían Eco y Sartori. En uno de sus ensayos, Eco decía que el mejor periódico del mundo (mucho mejor que NYTimes, Le Monde, Corriere della Sera o The Guardian) era un periódico que había encontrado en una isla de la Polinesia: un periódico pequeño y austero que, sin embargo, contenía toda la información relevante, tanto internacional como local. Por su parte, Sartori advertía cómo en la televisión “si no había imagen, no había noticia” y, de este modo, muchísimas cuestiones importantes desaparecían de los noticieros por no haber imagen.

Puede hacer el experimento usted mismo. Vea hoy por la noche cualquier noticiario, nacional o extranjero. Cuando acabe, apague la televisión y pregúntese de qué se enteró, ¿fue relevante la información que le dieron?, ¿entiende mejor lo que pasa en el mundo?, ¿le ayuda a desenvolverse de mejor forma en su entorno?

Doctrina del Shock

El subtítulo lo tomo del penúltimo libro de Naomi Klein, no porque lo que diga la canadiense apunte directamente a mi idea, sino porque no encuentro mejor manera de expresar el sentimiento que provoca hoy en día “estar informado”: el  estado de shock.

Después de ver, leer o escuchar noticias y noticias en la televisión, la red o la radio, uno se siente saturado, el mundo es una mierda, todo está de la chingada… y, por supuesto, no hay nada qué hacer al respecto: cuando apenas uno empieza a pensar qué podría hacer para evitar el calentamiento global, recibe una nota sobre prostitución infantil; cuando estaba ideando un movimiento anti-corrupción, un reportaje sobre feminicidios; cuando ya le iba a hablar a sus vecinos para organizarse y protestar por el estado de las calles de su barrio aparece un nuevo “terrorista” con bombas atómicas.

Ergo: sobreviene la inacción. ¿Con qué autoridad moral propongo que se sincronicen los semáforos de mi ciudad si al mismo tiempo millones de niños mueren de hambre? ¿Con qué autoridad moral protesto por el robo de autopartes si al mismo tiempo están diluyendo gente en ácido?

La información, información sobre cientos de sucesos atroces, terribles, pareciera decirnos: tú tranquilo, tú estás a todo dar, todo esto pasa muy lejos de tu cuadra (y mientras quédate calladito porque voy a hacer unas reformas constitucionales que van a acabar con tus derechos y garantías).

La irrelevancia de estar informado

Entre la segunda frase, “la neta no sé programar…”, y la tercera, “ahora cualquier pendejo con un Áypad…”, hay unos diez años de distancia. Diez años en los que pasamos de endiosar la capacidad de obtener datos al momento a darnos cuenta de que eso no nos va a quitar lo pendejos. Soltar datos “sesudos” ya no tiene la menor importancia, sino qué hacemos con esos datos. Más aún, acumular datos aleatorios puede volvernos más incapaces para actuar en nuestro entorno. ¿Por qué?

Primero, por el shock generado por la saturación de información “lejana” que se mencionó en el apartado anterior. La información que “no vende”, la que no es escandalosa tipo Alarma! u Órale! (el huerco gringo que decidió matar a sus compañeritos, por ejemplo), desaparece de los medios.

Segundo, la información que no tiene imagen también desaparece. Pero las imágenes están concentradas en ciertos lugares y no necesariamente en nuestra ciudad y barrio. Como contraejemplo, los noticiarios de La Paz, Baja California Sur, hace diez años eran similares a los que mencionaba Eco en su isla: pasaban imágenes del atardecer en el malecón o en las peñas de Los Cabos mientras daban las noticias locales, algo impensable en noticiarios más “vanguardistas” como los del D.F., Guadalajara o Monterrey.

Tercero, si bien tuvimos razones para pensar que los noticiarios extranjeros nos informaban mejor de lo que pasaba en México a finales de los 80’s, el argumento ha perdido relevancia y, efectivamente, no tiene sentido pensar que un noticiario de Chicago va a estar interesado en lo que pasa en Campeche, Mérida o Toluca. Así, contrario a la creencia, cada vez sabemos menos de lo que pasa en nuestro entorno inmediato. ¿Qué pasó ayer en su barrio?

Lo anterior va aunado a que los periódicos que siguieron el modelo Monterrey (El Norte/Reforma, El Diario/Milenio) han ido recortando los espacios de reflexión y crítica cada vez a menos caracteres. Algo similar a lo que pasa en Facebook o Twitter: en vez de exponer los argumentos pausadamente, se gritan consignas.

La Era Local

¡Qué bonito que nos sentimos globalizados! ¡Qué lindo que nos sentimos informados! Pero la forma en que lo hemos estado haciendo no nos ha llevado a solucionar nuestros problemas de mejor manera, sino todo lo contrario. Por suerte, varios usuarios de la red se han ido dando cuenta de eso y optaron por crear portales de información local: por crear los contenidos inexistentes en los otros medios, los contenidos propios de la comunidad, por crear espacios para la reflexión y por difundirlos. Falta que la mayoría de usuarios nos demos cuenta y replanteemos nuestra escala de valores: es más importante saber qué problemas hay en nuestra ciudad, qué protestas hubo, por qué, cuál es su historia, cuáles son los argumentos de ambas partes, etcétera, que saber lo que hizo el último gringo loco en su secundaria, si bailó Obama, o estar bien al tanto del último escándalo de un sacerdote en Irlanda. (Otra maravilla: en las ciudades del centro del país, muchos de los que se dicen “informados” saben de maravilla sobre la última pifia de Mancera pero nada de su rancho, como colmo de provincianismo: leen “periódicos de la capital”).

Sin embargo, si entendemos que lo que importa es el lugar donde vivimos, el lugar físico, no el virtual, probablemente lo que pueda seguir a esa Era de la Información (que habrá acabado en algún momento de la última década), sea una Era Local donde los ciudadanos, sin perder de vista la perspectiva global, sepamos lo que pasa en nuestro entorno y actuemos en consecuencia.

Luis Felipe Lomelí
(Etzatlán, 1975). Estudió Física y ecología pero se decantó por la todología no especializada: un poco de tianguero por acá y otro de doctor en filosofía de la ciencia. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte y sus últimos libros publicados son El alivio de los ahogados (Cuadrivio, 2013) e Indio borrado (Tusquets, 2014). Se le considera el autor del cuento más corto en español: El emigrante —¿Olvida usted algo? —Ojalá.
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