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Jorge Alberto Gudiño Hernández

17/03/2018 - 12:00 am

Discutir como en los deportes

Por razones concernientes a la amistad he visto, durante las últimas semanas, varios programas de análisis deportivo. Aunque disfruto ser espectador de competencias deportivas varias, no me encantan los programas donde varios especialistas en el tema se reúnen a desmenuzar el estado actual de determinada liga de futbol o cómo se equivocó determinado entrenador, así que no sabía con lo que me iba a topar.

“Esto suena absurdo: ¿nos dejamos de hablar y nos agredimos porque pensamos de manera diferente? Pues sí, eso parece ser la constante de las discusiones que llevamos a cabo”. Foto: Gustavo Becerra, Cuartoscuro

Somos malos discutiendo. Quizá porque nunca lo aprendimos en la escuela, donde nos enseñaron a aceptar todas las verdades como válidas, sin abrirnos la puerta para los argumentos. También, sin duda, porque vemos a la discusión como un asunto de poder: tener la razón es una forma de derrotar al otro, de salir triunfadores aunque estemos fijando nuestra postura alrededor de la calidad de cierto pan dulce sobre otro. Nos da trabajo asumir a la discusión como una herramienta incomparable de aprendizaje; aquélla que nos obliga, porque debemos argumentar, a encontrar una mayor claridad en nuestras ideas y, al mismo tiempo, que nos ofrece la posibilidad de encontrar válidas las posturas del otro. Aceptar que no somos los portadores de la verdad nos abre al aprendizaje mismo, a la aceptación de lo que no habíamos tomado en cuenta, a respetarnos y a ver las cosas de una forma distinta. Las discusiones bien llevadas a cabo también contribuyen a crear alrededor de éstas un espacio de libertad.

Mismo que despreciamos. No sólo eso. He sido testigo de cómo, tras discusiones acaloradas llenas más de emoción que de argumentos, las partes terminan peleadas, sin reconciliación posible. Esto suena absurdo: ¿nos dejamos de hablar y nos agredimos porque pensamos de manera diferente? Pues sí, eso parece ser la constante de las discusiones que llevamos a cabo. Y, ahora, durante el periodo electoral, algunas de éstas pueden llegar a grados superlativos.

Por razones concernientes a la amistad he visto, durante las últimas semanas, varios programas de análisis deportivo. Aunque disfruto ser espectador de competencias deportivas varias, no me encantan los programas donde varios especialistas en el tema se reúnen a desmenuzar el estado actual de determinada liga de futbol o cómo se equivocó determinado entrenador, así que no sabía con lo que me iba a topar.

Me sorprendí. En dichos foros, ya sea en vivo o en una de las tantas repeticiones, los expertos discutían. Y discutían en serio. Con buenos o malos argumentos; desde la más pura de las visceralidades que es la del fanático de algún equipo. Los ánimos se exaltaban, las discusiones corrían a uno y otro lado de la mesa. Incluso refutaban sin ambages al titular del programa quien, imagino, tiene un grado jerárquico superior al de los demás.

Es cierto que casi nadie cambió su punto de vista aunque, en ocasiones, moderaron sus posturas y concedieron en algunos aspectos de los temas tratados.

Me sorprendí, pues. A la siguiente emisión o cuando el tema ya era otro, estaban como si nada. No había encono ni enojo. Al menos no frente a las cámaras. Habían discutido libremente sobre el partido en turno o la situación de algún jugador e, incluso, se habían atacado. Hasta ahí.

Puede ser que alguien sostenga que esto se debe a la trivialidad de los temas. También que me haga ver que la discusión real se resolvería en el siguiente partido, cuando un equipo le diera la razón a uno de los analistas. Puede ser. Lo interesante es que esta postura frente al debate me pareció fresca y sin acartonamientos. De manera indirecta pero contundente, el análisis deportivo da una lección a quienes discutimos sin saberlo hacer. A fin de cuentas, uno nunca debería pelearse porque el otro opine que tal o cual jugador es mejor que el que apoya el vecino.

Lo mismo debería suceder ahora con los debates por venir, con las discusiones a la hora de la comida, con nuestra postura para casi cualquier cosa (existen algunas irreductibles, claro está). Aprendamos, pues, de estas posibilidades.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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