COLUMNISTA INVITADA | “30 años de Incurable”, de David Huerta: Elsa Cross

17/03/2018 - 12:03 am

En Mérida, el poeta mexicano David Huerta recibió el Premio Excelencia en las Letras “José Emilio Pacheco” 2018, máximo galardón que otorgan la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y UC-Mexicanistas a través de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY). La Universidad de Guanajuato, invitada especial a la FILEY, hizo un libro conmemorativo. Esta es la columna de una poeta al poeta premiado.

Por Elsa Cross

Ciudad de México, 17 de marzo (SinEmbargo).-En los treinta años que han transcurrido desde la aparición de Incurable mi admiración por este libro no ha hecho sino aumentar. Cuando se publicó tuve el privilegio de participar en su presentación, el 15 de noviembre de 1987, en el Palacio de Minería. Conservo las notas que leí entonces y encontré ahora que en realidad no decían gran cosa, pues eran solo un testimonio del deslumbramiento que el libro me produjo y que sigue siendo como un rayo que no cesa.

De igual manera, en estos treinta años la magnitud de ese libro se ha intensificado cada vez más. En estas tres décadas ha habido tiempo suficiente para ver surgir y desaparecer estrellas fugaces, pero el brillo de Incurable se acrecienta. Es como una estrella alfa. Se dice a menudo que es un libro capital de la poesía mexicana. Yo diría que es un libro capital de la poesía. De la poesía en cualquier lengua y cualquier época.

Ya cada una de sus partes es en sí un libro redondo, perfecto y autosuficiente y bastaría por sí sola para constituir un trabajo de excelencia. Todas juntas, descubren un entramado cuidadosísimo, que entreteje con sus diversos hilos conductores un diseño único en el mundo, no sé si como una mancha; más bien, como un mandala. Esos hilos se internan en una exploración puntual de la esencia de cada cosa que aparece en él, refutando a Kant cuando hablaba de la imposibilidad de conocer “la cosa en sí”. Incurable muestra esas cosas –muchas, diversas, cualesquiera- desde el interior de sus fibras, irradiando luces (o sombras) insospechadas.

El verso inicial de Incurable, “El mundo es una mancha en el espejo”, es una propuesta deslumbrante. Con gran acierto, David tomó de allí el título para la reunión de su poesía, La mancha en el espejo (FCE) que apareció en 2013 y reúne cuarenta años de su trabajo poético. Al volver ahora a ese verso inicial, me remitió muy directamente a un tópico frecuente en la filosofía del shivaísmo de Cachemira, uno de cuyos textos justamente estaba revisando para una tarea académica. Allí se habla de una ciudad reflejada en un espejo sin mancha, donde aparece con todas sus particularidades y distinciones y como si fuera diferente del espejo mismo. Pero aunque lo fuera, vista allí se reduce a la superficie homogénea del espejo –y de ahí prosigue otra comparación que citaré después- Pero en cuanto a eso, lo que me llamó la atención es que David no habla de un espejo sin mancha, sino justamente de la “mancha” en el espejo. Y en esa excepción reside el interés.

Surgen muchas preguntas. Si el mundo aparece en el espejo como una mancha, ¿quién, en primer lugar, está mirando ese espejo? ¿Qué es un espejo donde el mundo o una ciudad o todo el universo aparece como una mancha? ¿Es el fondo de una realidad suprema, donde toda la existencia manifestada es una mancha solamente? ¿Quién es, de nuevo, el sujeto que mira en ese espejo? ¿El mundo que ve es su propio reflejo? ¿O la mancha es la proyección de una percepción distorsionada? ¿O es la naturaleza misma del mundo una mancha apenas suspendida del espejo de la conciencia?

El sujeto que mira la totalidad del espejo que contiene, como una mancha tal vez pequeña, al mundo, está también contenido en ese mundo, que es donde hay manchas y espejos. Y entonces es su conciencia, una Conciencia tal vez con mayúsculas, la que ve aparecer el mundo en la superficie de lo real, una Realidad también con mayúsculas, inabarcable, en la cual el mundo o el universo entero flotan como una partícula.

El shivaísmo extiende la imagen de la ciudad en el espejo para decir que así como las particularidades de la ciudad son ilusorias, pues se reducen finalmente a la homogeneidad de la superficie del espep+jo, también toda la variedad infinita de formas que hay en el universo es solo aparente, pues todo procede de la Conciencia única, sin mancha, de Shiva, que en su fondo último está desprovista de diferencias, que fractura –también de manera ilusoria- la unidad. Pero ya decíamos que en esto reside el interés de Incurable.

El poeta recibe el premio en Mérida. Foto: Filey

Es posible que el despliegue portentoso de sus versos se dé a partir de la interacción que entre el sujeto que percibe (el yo del poeta) y el objeto percibido (el espejo, la mancha, el mundo), que al fundirse en el acto de la percepción misma, hacen surgir paralelamente el universo y el lenguaje del libro.

A partir de aquí vemos que desde cualquier objeto, como la puerta de vidrio, por ejemplo, se extienden ramificaciones, particularidades, hacia otros objetos. La percepción misma, alarga sus tentáculos, quizá de modo no distinto a como se extienden en el cerebro las redes neuronales. Lo que se capta afuera, en realidad ocurre adentro o al revés. Dentro y fuera son indistinguibles en Incurable. En la tercera parte del libro se dice: “como el ojo se ajusta al peso del objeto, al verlo” (131) ¿Qué causa a qué? ¿La percepción capta –y conoce- el objeto que percibe? ¿O la voluntad de percibir fuerza la aparición –la creación, incluso mental- del objeto? ¿O es un acontecer simultáneo?

Aquí habría que asumir otra propuesta, también derivada del shivaísmo y es que el acto de creación noética o poética no es distinto del acto de creación cósmica. La misma energía creadora, que según el shivaísmo reside dentro de todo ser humano ejerce su poder en los dos casos y en ambos lo hace como una fuerza consciente o una conciencia toda de un poder eficaz de creación y también de destrucción.

Incurable se encuentro todo el tiempo en un umbral donde la interacción de la realidad y la irrealidad juega constantemente. Abro al azar el libro y encuentro esta constatación, que reproduzco aquí.

Vaso de brillos donde puse mis huesos, la red roída de mis osaturas sucesivas.

El brillo del mediodía se entrelazaba al brillo de mis ojos y

éste se anudaba como un frágil miligramo de hierro

al brillo breve del sudor y éste a la gota de sangre brillando

sobre el césped y

la gota de sangre a la punta de una aguja que teje sobre la

carne, con un hilo finísimo,

los nombres de cada brillo, nombres infinitos y brillantes.

Cada brillo precipitándose y el compacto durar de mis huesos.

La sed me roía, me dejaba en los huesos.

Vaso de brillos últimos, para mis agonías, brillos tejidos a la

vida que ocupo, el mundo

decorado con esos brillos y mi osatura roída hasta al final.

El vaso mezclándose con todos sus brillos hasta el borde,

mezclándose así a la puerta de vidrio que roe mis huesos

hasta los goznes y

me deja tirado en el umbral de brillos de la agonía. (132)

Como se puede observar, no hay solo una construcción mental de gran elaboración y perfección, tanto en el diseño completo como en la factura de cada parte, sino hay también una fuerza lírica excepcional. Aunque es tal vez el eje del libro –que al principio aparece como un eje secreto, ante la diversidad de elementos que contiene- el tema amoroso dibuja más al sujeto poético y je sentido que alcanza la intensidad lírica de grandes poemas de amor, como uno de mis favoritos, los Cantos de los oasis del Hoggar. Vuelvo a citar, sin ir más lejos, un fragmento que sigue del que leí antes:

En mi pecho subsiste, sobrevive, la mano de tu tacto.

La noche pasaba por las orillas, cantando.

El caracol nocturno se reflejaba en nuestros labios y “la mano

de su tacto” me abría el pecho para sacarme

como limpias monedas, las palabras no dichas –todo sucedía a tientas,

como en un corredor y

yo supe por tus labios el verdadero nombre de lo que sucedía (132)

Volver o llegar por primera vez a Incurable, es una gran travesía; es como un viaje de descubrimiento que no agota sus pasajes y tanto desciende a verdaderos avernos del alma como se remonta a alturas de un aire purísimo; tanto retrata el gran diseño como se detiene en una descripción minuciosa. A este yo lírico podría aplicarse otra estrofa relativa al espejo, que aparece en el filósofo Abhinavagupta, donde habla en primera persona alguien tiene la esperanza de la visión de Shiva:

Es en mí que el universo se revela

como vasos y otros objetos

en un espejo sin mancha.

De mí emana el Todo

como del sueño los sueños multiformes.

(Paramarthasara, 48)

(Columna sacada del libro A la salud del Incurable. Coordinadores: Fernando Fernández y Carlos Ulises Mata, publicado por la Universidad de Guanajuato)

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video