El México de Eisenstein

17/01/2015 - 12:00 am

“¿Usted no sabe lo que es un ‘sarape’? Un sarape es la manta listada que lleva el indio mexicano, el charro mexicano, todos los mexicanos, en una palabra. Y el sarape podría ser el símbolo de México”, escribió el director ruso Serguéi M. Eisenstein al novelista estadounidense Upton Sinclair, productor del filme ¡Qué viva México! (1930-1932), en un primer bosquejo de la mencionada película que, finalmente, quedaría inconclusa.

Ahora que la Cineteca Nacional ha dedicado una retrospectiva al más grande exponente de la vanguardia soviética en el ciclo titulado “Todo Eisenstein”, programada del 8 de enero hasta el 1o. de febrero, resulta oportuno recordar los lazos que lo unieron a nuestro país. Hace 85 años, Eisenstein recorrió la tierra azteca: sus paisajes, cultura y tradiciones. Le generó empatía las similitudes observadas en las condiciones sociales, la brutal desigualdad y el episodio revolucionario.

Parte de sus ideas sobre el séptimo arte, contenidas en el libro ‘El sentido del cine’ (1941), están dedicadas a su observación de la República Mexicana: “Se vive en el siglo veinte pero las costumbres y los trajes son medievales”, escribió al conocer el derecho de pernada, los rituales, las fiestas. “Día de los difuntos en México. El día de mayor diversión y regocijo. El día en que México provoca a la muerte y se ríe de ella.” Le intrigaron los dioses prehispánicos y a las deidades de Yucatán las describió como “espantosas”. Sobre el imperio de las pirámides anotó: “Un mundo que fue y no existe más.”

Fue en diciembre de 1930 cuando, en compañía de su asistente Grigory Alexandrov y el cinefotógrafo Eduard Tissé, Eisenstein pisó territorio mexicano. Viajaba proveniente de Estados Unidos, tras los frustrados intentos de filmar en Hollywood para la compañía Paramount. A instancias del mismo Charles Chaplin, el maestro soviético entró en contacto con Sinclair, cuya adinerada esposa, Mary Craig, financió la producción de una película sobre México. El proyecto contemplaba un plazo máximo de rodaje de 4 meses, sin embargo, la mirada ávida del director lo embarcó en un itinerario que se extendió por más de un año, convirtiéndolo en un propósito incosteable y en una hermosa película jamás concluida.

El material filmado sería editado sin la supervisión de Eisenstein y quedaría estructurado con una introducción de imágenes-tributo a la época prehispánica y los episodios “Sandunga”, sobre unas nupcias indígenas; “Fiesta”, un acercamiento a las corridas de toros, y “Maguey”, relato sobre la rebelión de unos campesinos contra los abusos del patrón. Uno más, de título “Soldadera” no llegó a filmarse. La obra finalizaba con la reunión de imágenes captadas en torno a las celebraciones tradicionales de noviembre: “Día de muertos”.

Eisenstein se formó arquitecto, estudió pintura y eligió como lienzo la pantalla cinematográfica. De ahí la admiración por el arte pictórico universal (Van Gogh, Rubens, da Vinci) y, en su aventura por estos confines, el de los muralistas mexicanos Diego Rivera y José Clemente Orozco, principalmente. Las influencias quedaron plasmadas en la composición plástica de las imágenes rodadas: las posturas corporales, el emplazamiento físico en el entorno social, el detenimiento en las pieles morenas, la ceremonia de los atuendos. Se aprecian en ¡Qué viva México!, trazos de las ‘Soldaderas’ de Orozco; la inspiración gestada por ‘La fiesta en la calle’, de Rivera o el ‘Entierro del obrero muerto’, de David Alfaro Siqueiros, a quien dedica la introducción del filme: “Calavera”.

En su arrobo hay espacio para José Guadalupe Posada, Amado de la Cueva y el Dr. Atl, entre otros. El legado en la imagen cinematográfica: los paisajes de cielos anubados, el señorío imponente de los magueyes, las eternas hileras azules de cultivo, las haciendas, , los atuendos típicos, el México íntegro que sería retomado por directores mexicanos, en particular, por Emilio “Indio” Fernández o cinefotógrafos como Gabriel Figueroa. Eisenstein apuntaba: “Los campos infinitos de maguey, el cactus punzante de agudas hojas. Hojas de las que, con un supremo esfuerzo, absorbe el indio la savia del corazón de la tierra, el dulce aguamiel, que una vez tratado, se convierte en pulque. Alivio de tristezas: el aguardiente mexicano”.

Mientras filmaba el episodio “Zandunga” en Tehuantepec, el 15 de enero de 1931, ocurrió uno de los sismos más fuertes que se recuerden en Oaxaca y parte de la ciudad quedó destruida. Eisenstein se trasladó con su equipo al lugar un día después; las estremecedoras imágenes capturadas bajo su supervisión fueron determinantes para la obtención de fondos y reconstruir la localidad.

El ciclo de la Cineteca sobre Eisenstein abarca 14 medios y largometrajes, así como cinco cortometrajes. Incluye su ópera prima La Huelga (1925), ya con los apuntes sobre la clase social obrera. La emblemática El acorazado Potemkin (1925), con el levantamiento de los marineros ante un sistema denigrante; Octubre (1928), sobre la rebelión contra la monarquía Romanov. Alexander Nevsky, (1938) el acercamiento al líder ruso, e Iván el Terrible, parte I (1944), retrato del legendario zar.

La influencia de su obra es innegable tanto en sus aportaciones sobre el montaje como en la estética visual. Muestra de ello: tan sólo la proverbial escena de la represión militar en la escalinata de Odessa de El Acorazado Potemkin“, ha sido replicada por cineastas como Alfred Hitchcock (Enviado especial, 1940), Woody Allen (Bananas, 1971), Terry Gilliam (Brazil, 1975), Brian de Palma (Los Intocables, 1987) o Peter Segal (¿Y dónde está el policía? 3, 1994). Es tiempo de acercarnos a la obra completa de un director que revolucionó el lenguaje y la plástica del cine mundial.

 

Rosalina Piñera
Periodista egresada de la UNAM. En su pesquisa sobre el cine ha recorrido radio, televisión y publicaciones como El Universal. Fue titular del programa Música de fondo en Código DF Radio y, actualmente, conduce Cine Congreso en el Canal del Congreso.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video

más leídas

más leídas