Óscar de la Borbolla
16/10/2023 - 12:03 am
El cáncer del trabajo inútil
«La frontera entre unos trabajos y otros, se establece muy claramente cuando nos preguntamos ¿qué ocurriría si un determinado tipo de trabajo dejara de hacerse: en un caso la consecuencia sería catastrófica, y en el otro no pasaría nada».
Uno de los castigos más terribles —y a la vez más sutiles— de la historia humana es el que mereció Sísifo por escaparse del infierno. Cuenta el mito griego que Sísifo pidió permiso para regresar al mundo a cumplir con una venganza y que al volver, lejos de realizar su promesa, se escondió en una choza a la orilla de un lago para quedarse ahí a disfrutar de la vida. Fue localizado y al ser regresado al Hades, lo condenaron a subir una piedra hasta la punta de un montículo, desde donde la veía rodar cuesta abajo y tenía que volver por ella para subirla una y otra vez eternamente.
Albert Camus, en su libro El mito de Sísifo, compara a Sísifo con el hombre absurdo condenado a un trabajo rutinario y sin esperanza. Y la pregunta hoy es si no todo trabajo es sisifesco. En honor a la verdad ninguno se salva, pero lo que sí resulta posible es establecer los grados, las calidades, los destinos… ya que no es lo mismo ser un eslabón más en una cadena productiva donde el asalariado ensambla una parte con otra sin tener jamás la idea del conjunto, que un trabajo creativo —artesanal o artístico— en el que la satisfacción por hacerlo es el primero de los pagos.
En el libro Los trabajos de mierda, David Graeber efectúa una distinción que merece ser tomada en cuenta, pues entre los trabajos hay, nos dice, unos mal pagados, pero útiles, y otros que no aportan nada a nadie, ni a la sociedad y tampoco a quien los realiza y que —en los términos de Graeber— son una mierda al margen de la paga que, por cierto, suele ser buena, pues, por lo general, son los puestos administrativos de dirección o de supervisión. La frontera entre unos trabajos y otros, se establece muy claramente cuando nos preguntamos ¿qué ocurriría si un determinado tipo de trabajo dejara de hacerse: en un caso la consecuencia sería catastrófica, y en el otro no pasaría nada. Por ejemplo, sería una desgracia si quienes lavan los baños públicos o recogen la basura se declararan en huelga, mientras que si desaparecieran muchos jefes y todos los call centers nadie lo notaría.
Hoy, Sísifo invade con sus horas absurdas a multitud de profesores, investigadores y trabajadores de todo tipo que han de distraer mucho tiempo de las actividades para las que fueron estrictamente contratados, a fin de llenar unos informes que, me atrevería a garantizar, nadie lee. Hoy, uno hace su trabajo, pero, además, hay que ordenar, describir y enumerar los pasos que uno planea realizar, y luego: ordenar, describir y enumerar los pasos que uno dio. Hacer el propio trabajo y luego escribir pormenorizadamente que uno realizó ese trabajo es hoy la desgracia de muchos.
La ilusión de Sísifo: escapar del infierno para disfrutar de la vida, en la actualidad está más lejos que nunca y, lo más curioso, es que en un buen número de casos la súper fiscalización que se pretende trae precisamente el efecto contrario al deseado, pues no se cumple con el trabajo; basta, en muchos casos, con llenar el informe. ¿Se les ocurrirá crear más trabajos de mierda para supervisar a los supervisores?, ¿más autoridades que autoricen a las autoridades? Efectivamente, es lo que está ocurriendo y esta cadena amenaza con volverse infinita, pues, como nace de la desconfianza, uno tampoco puede fiarse de los supervisores, ni de los supervisores de los supervisores, ni de los supervisores de los supervisores de los supervisores…
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